El periodista británico Ed Yong, uno de los divulgadores científicos más importantes del momento, llega a nuestras librerías con uno de los ensayos más aplaudidos por los medios de comunicación anglosajones a lo largo de todo el 2016: Yo contengo multitudes.
El mismísimo Bill Gates aseguró que este libro supondría un antes y un después en nuestra forma de ver a los microbios que colonizan a diario nuestros cuerpos:
«Después de leer el interesantísimo libro Yo contengo multitudes del periodista británico Ed Yong, veo los microbios con una mirada diferente y hablo de ellos con nuevos términos. […] Yong sintetiza literalmente cientos y cientos de páginas, sin abrumarte nunca con la ciencia. Tan solo imparte una visión fascinante y sorprendente detrás de otra. Yo contengo multitudes es el mejor periodismo científico.»
De hecho, Gates quiso hablar con Yong sobre su libro:
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Bill Gates: Aquí en la fundación trabajamos contra las enfermedades infecciosas, y en las reuniones la gente dice: «Ah, ¿afectó a esto las bacterias intestinales? O ¿hay bacterias en este insector?»
A Sue, que es la directora ejecutiva de la fundación, encontró este libro y vino y me dio una copia. «Esto realmente muestra el panorama de este asombroso fenómeno de cómo los microbios son una parte esencial de todas las formas de vida.»
Ed Yong: Así es. Fui a un centro libre de gérmenes donde crían ratones en burbujas estériles. Esos ratones no contienen multitudes, no han visto bacterias en su vida. Y por ese motivo sus cuerpos hacían cosas inesperadas, como que sus huesos y sus vasos sanguíneos no se desarrollan adecuadamente si no reciben las señales microbiales correctas.
Bill Gates: Una cosa en la que trabajamos y que tú describes es esta idea de que la Wolbachia vive dentro de los insectos. Y, en el caso del mosquito Aedes Aegypti, puede de hecho reducir su capacidad como portador de enfermedades.
Ed Yong: La idea de que podamos ser capaces de controlar todas estas enfermedades implantando Wolbachia en el mosquito Aedes Aegypti me parece sencillamente asombrosa. Y, cuando se descubrió, la Wolbachia fue ignorada. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que la gente se dio cuenta del potencial que tenía para influir en la salud humana de una manera tan positiva.
El microbioma es muy parecido. Ha sido ignorado durante mucho y solo recientemente se ha empezado a valorar.
Bill Gates: Creo que lo último que habría esperado que tuviese conexión con el microbioma es una enfermedad neurológica como el Parkinson.
Ed Yong: Hay muchos vínculos interesantes entre el microbioma en el intestino y el cerebro y nuestro comportamiento. Creo que el microbioma proporciona este tejido conectivo que conecta todos nuestros sistemas de órganos entre sí, y que influye en cómo pensamos y cómo nos comportamos.
La idea de que organismos que son microscópicos alteren la manera en que pensamos resulta profundamente desazonante. Pero es lo que hay.
Bil Gates: Y el hecho de que no se descontrole. Mi parece asombroso lo complejo que es el microbioma y no me lo habría esperado.
Ed Yong: Sí, totalmente. Esta es la visión más amplia de la vida que quería transmitir con mi libro. El hecho de que tú y yo estamos aquí como dos individuos, pero en realidad somos dos mundos enteros.
Bill Gates: Gracias, Ed. Ha sido estupendo tenerte aquí.
Ed Yong: Gracias por invitarme. Ha sido estupendo.
Porque Yo contengo multitudes habla de ellos, de los microbios, o mejor dicho, de los miles de millones de microbios que pueblan nuestro organismo. De hecho, sólo en nuestro intestino hay más microbios que galaxias en el firmamento. Y, aunque la imagen pueda resultar desagradable a los más quisquillosos, lo cierto es que todos esos microbios (incluyendo bacterias, hongos, arqueas y virus) viven en simbiosis con nosotros. «Cada uno de nosotros es un zoológico de nuestra propiedad, una colonia encerrada dentro de un solo cuerpo –dice Ed Yong–. Un colectivo multiespecies. Todo un mundo.»
Estos microscópicos y multitudinarios compañeros vitales no solo moldean nuestros órganos, nos protegen de enfermedades e influyen en nuestro comportamiento, sino que resultan clave a la hora de entender el funcionamiento de la vida. Los microbios cooperan con nuestro organismo contribuyendo al almacenamiento de grasa, al revestimiento del intestino y la piel, a la protección de la barrera hematoencefálica y, entre muchísimas cosas más, al desarrollo de nuestros órganos vitales. Porque cada animal, ya sea un ser humano o una coral, es un ecosistema en sí mismo cuyos integrantes negocian para asegurar la supervivencia del huésped. Esos compañeros de viaje tienen intereses comunes, pero también entran en conflicto, y son sus anfitriones quienes deben controlarlos y mantenerlos a raya ofreciéndoles el alimento adecuado, confinándolos en tejidos específicos o colocándolos bajo vigilancia inmunitaria. En otras palabras, para que nuestro microbioma nos proteja, nosotros debemos protegerlo a él.
Es más, los microbios no sólo viven en comunión con nosotros, sino que nos protegen de enfermedades, nos definen como individuos e incluso influyen en nuestro comportamiento.
A lo largo de este otoño que acaba de empezar, Yong publicará en su canal en YouTube una serie de vídeos sobre el fascinante mundo de los microbios. Este es el primero:
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Ed Yong: Hola. Soy Ed Yong. Soy escritor científico y me gustaría mostraros un mundo que me fascina: el mundo de los microbios.
Hace poco escribí un libro sobre los microbios y los científicos que los estudian.
Locutor 1: Los dedicados científicos se enfrentan al desafío.
Ed Yong: Y ahora he colaborado con unos cineastas para crear vídeos sobre cómo el mundo natural que vemos está influido profundamente por un mundo que no podemos ver.
Los microbios son importantes. Normalmente, los hemos ignorado; a menudo, los hemos temido; ahora, ha llegado el momento de apreciarlos.
Locutor 1: ¡Eso es!
Ed Yong: Os voy a mostrar qué aspecto tienen realmente, cómo es en realidad el mundo animal, y cómo resulta mucho más maravilloso cuando lo observamos como el mundo de colaboraciones que realmente es.
Una hiena, por ejemplo, puede informar a otras hienes sobre su edad, su sexo y su estatus social a través de olores que las bacterias la ayudan a crear. Y lo mismo sucede con los tejones, los murciélagos y los elefantes.
Todos estos animales pueden utilizar microbios para decirles a los demás quién son. Puede que los microbios sean diminutos, pero tienen un efecto profundo sobre nuestras vidas.
La mayoría de nosotros veíamos las bacterias como gérmenes, como bichos malos, a pesar de que solo unos pocos cientos de variedades se sabe que provocan enfermedades. La inmensa mayoría de ellas son inocuas, o incluso beneficiosas.
Solo tenemos que mirarnos al espejo. Nuestra cara, nuestra piel, nuestra boca están cubiertas de jardines de microbios que impiden que nos colonicen especies más peligrosas.
Nuestro intestino acoge miles de especies más, que digieren la comida por nosotros. O quizá somos nosotros quienes digerimos su comida en su lugar.
En total, en mi cuerpo hay al menos tantas células microbiales como células nativas humanas, lo que significa que, en el mejor de los casos, soy solo la mitad de la persona que creo ser, si es que soy yo el que piensa.
Soy Ed Yong. Bienvenidos al mundo de los microbios. Permaneced atentos a estos vídeos que iremos publicando, prestad atención, observad con atención y dejad que os cuente qué es lo que mueve realmente la vida en la Tierra.
Mi nombre es Ed Yong y yo –quiero decir, nosotros, mis multitudes y yo– aprobamos este mensaje.
El autor
Ed Yong es un aclamado divulgador científico que cuenta con más de 101.000 seguidores en Twitter y escribe para The Atlantic. Su blog personal, Not Exactly Rocket Science, está patrocinado por National Geographic, y sus artículos han aparecido en The New Yorker, The New York Times, Nature, New Scientist, Scientific American, The Guardian, The Times, Discover y Slate, entre muchas otras. Actualmente reside en Londres.
El libro
En Yo contengo multitudes Ed Yong nos abre los ojos y nos invita con su erudición y sentido del humor a mirarnos como algo más que individuos: como receptáculos interdependientes de los microbiomas que conforman todos los seres vivos.
Así, descubriremos la asombrosa e invisible ciencia detrás de los gigantescos arrecifes que construyen los corales, aprenderemos cómo ciertos calamares crean juegos de luces, y veremos el modo en que las bacterias pueden alterar nuestra respuesta en la lucha contra el cáncer, manipular nuestro sistema inmunológico, influir en nuestra evolución e incluso modificar nuestro genoma.
La web Edge.org reunió recientemente a Daniel Kahneman, el único psicólogo galardonado con el premio Nobel de Economía y autor del bestseller internacional Pensar rápido, pensar despacio (Debate, 2011), y a Yuval Noah Harari, historiador también israelí y autor de otro superventas a escala global, De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad (Debate, 2014). Esto es lo que dio de sí su jugosa conversación sobre la historia y el futuro de la humanidad, donde, según Harari, la muerte podría llegar a ser algo opcional… al menos para los ricos.
Daniel Kahneman y Yuval Noah Harari durante la conversación. Fuente: Edge.org.
Daniel Kahneman: Antes de preguntarte qué cuestiones te estás planteando, quiero decir que he leído tu libro De animales a dioses dos veces, y en él haces algo que me parece extraordinario. Recorres la historia de la humanidad. Parece una invitación a que la gente lo descarte por superficial, de manera que lo leí una vez, y lo volví a leer, porque lo cierto es que encontré en el libro muchas ideas enriquecedoras. Me gustaría mencionar una o dos como ejemplos.
El capítulo que dedicas a la ciencia es uno de mis favoritos, y también lo es el propio título del capítulo: «El descubrimiento de la ignorancia». En él, propones la idea de que la ciencia nació cuando la gente descubrió lo que era la ignorancia y que podía hacer algo al respecto, que ese fue realmente el comienzo de la ciencia. Me encanta esa expresión.
De hecho, me gustó tanto que busqué cuál era su origen, porque quería saber de dónde la habías sacado. Todas los caminos de mi búsqueda me condujeron hasta ti. Y eso me pasó muchas otras veces con tu libro.
¿Cómo fue la transición desde el libro a lo que estás haciendo ahora?
Yuval Noah Harari: Fue algo natural. A día de hoy, la gran pregunta que me planteo es cuáles son las prioridades de la humanidad para el siglo XXI. Y esto es una continuación directa tras haber recorrido la historia de la humanidad, desde la aparición del homo sapiens hasta la actualidad. Una vez que llegamos al final de ese recorrido, enseguida uno se plantea: ¿y ahora qué? No estoy prediciendo el futuro, cosa que es imposible, ahora más que nunca. Nadie tiene ni idea de cómo será el mundo en 40 ó 50 años, por decir algo. Puede que conozcamos algunas de las variables fundamentales pero, si uno entiende realmente lo que está pasando en el mundo, sabe que es imposible predecir con alguna fiabilidad algo respecto a las próximas décadas. Es la primera vez en la historia en que nos encontramos en una situación así.
Estoy intentando hacer algo que es lo opuesto de predecir el futuro. Estoy tratando de identificar cuáles son las posibilidades, cuál es el horizonte de posibilidades al que nos enfrentamos y qué sucederá de entre esas posibilidades. Aún tenemos mucho margen de maniobra a este respecto.
Kahneman: ¿Podrías explicar algo más sobre estas posibilidades? Por ejemplo, ¿cuál es la diferencia entre hacer una predicción y establecer todo un abanico de posibilidades?
Harari: Yo lo imagino en un sentido visual: la diferencia está en si reducimos o ampliamos nuestro campo de visión. Por ejemplo, cuando tratamos de predecir el tiempo que hará mañana, partimos de un gran número de posibilidades. Puede que llueva, que nieve, o quizá haga sol. Y un buen meteorólogo, según una manera de entender la ciencia, es aquel que parte de este horizonte de posibilidades y lo reduce a tan solo una o dos. Seguro que lloverá, y puede que lo haga intensamente, o quizá no tanto. Ya está.
En este sentido, después de terminar de leer el libro, o al finalizar un curso, o lo que sea, nuestra visión del mundo es más limitada, porque se ha reducido el número de posibilidades que debemos tener en cuenta. Sabemos que va a llover. Lo mismo sucede con la economía, con la medicina, y también con la historia. La gente pregunta: ¿Qué sucederá a continuación? Tenemos todas estas posibilidades y yo afirmo: China será la única superpotencia. Y se acabó. Reducimos el abanico de posibilidades.
Sin duda, esa es una posibilidad. Cuando voy al médico para que me recete un medicamento, quiero que reduzca el número de posibilidades y no se limite a enumerar las opciones. Pero, personalmente, a mí me gusta la ciencia que amplía horizontes. Suelo decirles a mis alumnos en la universidad que mi objetivo es que, al cabo de tres años, básicamente sepan menos que cuando llegaron. Al principio, pensaban que sabían cómo era el mundo, qué es la guerra, qué es un estado, y demás. Después de tres años, confío en que entiendan que en realidad saben muchísimo menos, y espero que salgan de aquí con una visión mucho más amplia del presente y el futuro.
Kahneman: ¿Pero logran alcanzar una visión más amplia a base de refinar su manera de entender las cosas, o es simplemente que consigues que la gente tenga en cuenta posibilidades que a ellos no se les habrían ocurrido?
Harari: Es más bien de la segunda manera. Lo más importante, y mi tarea principal como historiador, es conseguir que la gente contemple posibilidades que normalmente quedan fuera de su campo de visión, porque este viene determinado por la historia, que lo ha limitado, y si comprendemos cómo se ha producido este estrechamiento de nuestro campo de visión seremos capaces de ampliarlo.
Permíteme que ponga un ejemplo de algo sobre lo que pienso mucho actualmente, que tiene que ver con el futuro de la humanidad en relación con la medicina. Hasta donde yo sé, estamos viviendo una revolución en la medicina. Durante el siglo XX, esta se concentró en sanar a los enfermos, y ahora se centra cada vez más en mejorar la salud de las personas sanas, que es un proyecto completamente distinto. Y lo es tanto en un sentido social como político porque, mientras que la curación de los enfermos es un proyecto igualitario (que da por supuesto que existe un estándar de salud y que, si alguien cae por debajo de dicho estándar, se le ayuda a recuperar el nivel adecuado), el actual es un proyecto elitista. No hay ningún estándar que sea de aplicación a todo el mundo.
Y esto abre la posibilidad de crear enormes brechas entre ricos y pobres, mayores que en cualquier época anterior a lo largo de la historia. Mucha gente lo niega, dice que eso no sucederá porque contamos con la experiencia del siglo XX, en que todos los avances médicos estuvieron inicialmente a disposición de los ricos, o de los países más avanzados, y se difundieron progresivamente hasta llegar a todo el mundo, y ahora todos disfrutan de los antibióticos, o las vacunas, o lo que sea, y eso será lo que sucederá de nuevo esta vez.
Como historiador, mi principal obligación consiste en decir que no, que hubo razones específicas por las que la medicina en el siglo XX fue igualitaria, por la que los descubrimientos llegaron a todos el mundo. Puede que estas condiciones particulares no se repitan en el siglo XXI, por lo que debemos ampliar nuestras miras y hemos de tener en cuenta que la posibilidad de que la medicina del siglo XXI sea elitista, y que eso dé lugar a brechas crecientes, brechas biológicas entre ricos y pobres y entre distintos países. Y no podemos limitarnos a confiar en que un proceso de difusión hacia abajo resolverá este problema.
Existen razones fundamentales por las que deberíamos tomarnos esta posibilidad muy en serio, porque, a grandes rasgos, el siglo XX fue la era de las masas: política de masas, economía de masas. Todo ser humano tiene valor (político, económico y militar) por el mero hecho de serlo, y esto guarda relación con las estructuras militares y económicas, en las que todo ser humano es valioso como soldado en las trincheras, o como trabajador en la fábrica.
Pero, en el siglo XXI, es bastante probable que la mayoría de los humanos pierdan, estén perdiendo, su valor militar y económico. Esto es cierto para el ejército: ya ha sucedido, se acabó. La era de las masas es pasado. No estamos aún en la Primera Guerra Mundial, en que teníamos millones de soldados, se le daba un rifle a cada uno, y se les hacía marchar hacia el frente. Y es posible que esté sucediendo lo mismo en la economía. Quizá la cuestión más importante para la economía del siglo XXI sea qué necesidad tendrá la propia economía de las personas en el año 2050.
Y una vez que la mayoría de las personas dejen de ser realmente necesarias, para el ejército y para la economía, la idea de que seguiremos teniendo medicina de masas deja de ser algo tan evidente. Podría ser. Esto no es una profecía, pero deberíamos contemplar muy seriamente la posibilidad de que las personas pierdan su valor militar y económico, y las consecuencias que esto tendría para la medicina.
Kahneman: Parece que describes la situación como si ya estuviese sucediendo. ¿Te refieres a cosas como los planes para acabar con la muerte? Indudablemente, ese no sería un proyecto de masas. ¿Podrías explicarlo un poco más?
Harari: Sí, la actitud actual hacia la enfermedad, el envejecimiento y la muerte es que son básicamente problemas técnicos. Se trata de una enorme revolución del pensamiento humano. A lo largo de la historia, el envejecimiento y la muerte siempre se trataron como problemas metafísicos, como algo decretado por los dioses, algo esencial que define a los humanos, que define la condición y la realidad humana.
Hace apenas unos años, eran muy pocos los médicos o científicos que afirmaban rotundamente que estaban intentando trascender el envejecimiento y la muerte. En cambio, decían que estaban intentando vencer tal o cual enfermedad en particular, ya fuese la tuberculosis, el cáncer o el alzhéimer. Vencer la enfermedad en general y la muerte era algo absurdo, de ciencia ficción.
Pero la nueva actitud consiste en tratar el envejecimiento y la muerte como problemas técnicos, básicamente similares a cualquier otra enfermedades. Como el cáncer, el alzhéimer o la tuberculosis. Puede que aún no conozcamos todos los mecanismos y todos los remedios, pero en principio la gente siempre muere por motivos técnicos, no metafísicos. En la Edad Media, se tenía una imagen de cómo moría una persona según la cual el Ángel de la Muerte aparecía de pronto, tocaba el hombro de la persona y le decía: «Ha llegado tu hora». Y la persona respondía: «No, no, no. Dame algo más de tiempo.» A lo que la Muerte contestaba: «No, debes venir conmigo». Y eso era todo, así se moría.
Hoy en día no pensamos así. La gente no se muere porque aparezca el Ángel de la Muerte, sino porque su corazón deja de bombear, o porque una arteria se ha atascado, o porque las células cancerosas se extienden por el hígado o algún otro órgano. Todos estos son problemas técnicos y, en esencia, debería tener una solución técnica. Esta manera de pensar se está consolidando como la dominante en círculos científicos, y también entre los ultrarricos que han empezado a entender que algo está pasando aquí: por primera vez en la historia, si soy lo suficientemente rico, quizá no tenga que morirme.
Kahneman: La muerte es opcional.
Harari: La muerte es opcional. Si uno lo mira desde el punto de vista de los pobres, esto es terrible, porque a lo largo de la historia la muerte fue la gran igualadora. La gran consolación que tuvieron los pobres a lo largo de la historia fue que: sí, los ricos viven bien, pero van a morir igual que yo. Pero imaginemos un mundo dentro de, por ejemplo, cincuenta o cien años, en el que las personas pobres siguen muriendo pero los ricos, además de todas sus otras ventajas, también se libran de la muerte. Eso va a generar mucha ira.
Kahneman: Sí. Me gusta mucho la frase de «las personas no serán necesarias», ¿puedes detallar algo más esta distopía? Es una expresión nueva para mí. Por cierto, cosas como esta se desarrollan de manera muy lenta. En otra época me inquietó cómo las computadoras desplazarían a las personas. Fue algo que me preocupó cuando estudiaba el doctorado, hace ya más de cincuenta años, y lo veía como un problema muy grave y acuciante. No lo era entonces, y ahora tampoco es acuciante, pero sí podría ser grave. Has reflexionado sobre esto en profundidad, ¿qué nos puedes contar sobre el hecho de que las personas dejen de ser necesarias, tanto económica como militarmente? ¿Qué implicará esto?
Harari: El proceso básico es el de la desconexión entre inteligencia y consciencia. A lo largo de la historia ambas han ido siempre de la mano. Si queríamos que algo fuera inteligente, debía poseer la consciencia como uno de sus elementos básicos. La gente no estaba acostumbrada a que objetos no humanos, que careciesen de consciencia, pudieran ser inteligentes, capaces de resolver problemas como jugar al ajedrez, conducir un coche o diagnosticar una enfermedad.
Ahora bien, hoy en día no estamos diciendo que las computadoras serán como los seres humanos. Creo que muchos de estos escenarios de ciencia ficción, en los que las computadoras serán como los humanos, son erróneos. Los ordenadores distan muchísimo de ser como los humanos, en particular en lo que se refiere a la consciencia. El problema es otro: es que al sistema, al sistema político, militar y económico, en realidad no le hace falta la consciencia.
Kahneman: Necesita inteligencia.
Harari: Necesita inteligencia. Y la inteligencia es algo mucho más fácil de obtener que la consciencia. Y el problema es que quizá las computadoras no lleguen a ser conscientes en, según mis estimaciones, unos 500 años, pero sí pueden, en muy poco tiempo, llegar a ser tan inteligentes o más que los humanos para determinadas tareas. Si pensamos, por ejemplo, en los coches sin conductor de Google, y los comparamos con los taxistas humanos, vemos que estos últimos son inmensamente más complejos que los coches autónomos.
Hay innumerables cosas que el taxista es capaz de hacer y el coche autónomo no. Pero el problema es que, desde un punto de vista puramente económico, no necesitamos esa infinidad de cosas que el taxista puede hacer. Solo necesito que me lleve del punto A al punto B de la manera más rápida y barata posible. Y esto es algo que el coche autónomo puede hacer mejor, o pronto será capaz de hacer mejor.
Y cuanto más lo piensa uno, para la mayoría de las tareas para las que se necesitan humanos, lo que hace falta es solo inteligencia, un tipo muy particular de inteligencia, porque venimos experimentando, desde hace miles de años, un proceso de especialización que hace que cada vez resulte más fácil reemplazarnos. Construir un robot capaz de funcionar como cazador-recolector de manera efectiva es algo extremadamente complicado. Tendría que saber infinidad de cosas distintas. Pero crear un coche autónomo, o un «Watson-bot» capaz de diagnosticar enfermedades mejor que mi médico, esto es algo relativamente fácil.
Y es aquí donde debemos considerar seriamente la posibilidad de que, aunque las computadoras sigan estando retrasadas respecto a los humanos en muchos aspectos, en lo que se refiere a las tareas que el sistema necesita de nosotros, en la mayoría de las ocasiones los ordenadores serán capaces de realizarlas mejor que nosotros. De nuevo, no quiero hacer una predicción para dentro de veinte, cincuenta o cien años, pero lo que vemos recuerda un poco a la historia de Pedro y el lobo: sí, gritamos «¡que viene el lobo!» una vez, dos, tres, y habrá quien diga que hace cincuenta años ya se predijo que las computadoras sustituirían a los humanos y no sucedió. Pero lo cierto es que, con cada generación, el momento se acerca, y predicciones como estas alimentan el proceso.
Lo mismo sucederá con las promesas de vencer a la muerte. Mi estimación (que no es más que eso, una estimación) es que las personas que están vivas a día de hoy, y que cuentan con vencer a la muerte en cincuenta o sesenta años, se llevarán una enorme decepción. Una cosa es aceptar que voy a morir, y otra, mucho más dura, es creer que uno puede engañar a la muerte y acabar muriendo igualmente.
Aunque se llevarán una enorme decepción en sus intentos por vencer a la muerte, lograrán grandes cosas. Harán que sea más fácil que la siguiente generación lo consiga, y en algún momento se pasará de la ciencia ficción a la ciencia, y el lobo llegará.
Kahneman: Estas predicciones tuyas tienen se refieren a tendencias. La tendencia es evidente, lo que significa el progreso está claro, pero, cuando describes a las personas como superfluas, estás planteando las condiciones para un problema enorme. ¿Quién decide qué hacer con las personas superfluas? En particular, ¿qué consecuencias sociales imaginas, o cuál es la evolución técnica o tecnológica que prevés?
Harari: Insisto, yo soy historiador, no biólogo ni informático, no estoy en condiciones de afirmar si todas estas ideas se pueden concretar en la práctica o no. Lo único que puedo hacer es analizarlo desde el punto de vista del historiador y decir lo que veo. Lo que más me interesa son las consecuencias sociales, filosóficas y políticas. Básicamente, si alguna de estas tendencias se plasma en la práctica, lo más que puedo hacer es citar a Marx y decir que todo lo que era sólido se desvanece en el aire.
Por poner un solo ejemplo, una vez que resolvamos un problema como la interfaz directa entre cerebro y máquina, cuando los cerebros y las computadoras puedan interactuar directamente, ya está, ese será el final de la historia, el final de la biología tal y como la conocemos. Nadie tiene ni idea de qué sucederá una vez que lo consigamos. Si la vida puede, básicamente, escapar del dominio orgánico hacia la inmensidad del reino inorgánico, es imposible siquiera empezar a imaginar cuáles serán las consecuencias, porque a día de hoy nuestra imaginación es orgánica. Por lo tanto, si existe ese punto de singularidad, como se lo conoce habitualmente, por definición no tenemos manera de empezar ni siquiera a imaginar qué sucederá una vez que lo traspasemos.
Al echar la vista más allá del punto de singularidad, ahora que la tendencia se va acelerando, lo que sí podemos afirmar es que podría repetirse lo que sucedió en el siglo XIX con la Revolución Industrial: que se abran enormes brechas entre las distintas clases sociales y países. A grandes rasgos, durante el siglo XX estas brechas (entre clases, entre géneros, entre grupos étnicos, entre países) disminuyeron. Puede que estemos asistiendo a su reapertura, y con saña, y que las diferencias entre la parte del mundo industrializada y la que no lo está lleguen a ser mucho mayores que hace 150 ó 200 años.
Básicamente, lo que la humanidad aprendió a producir durante la Revolución Industrial del siglo XIX fue todo tipo de objetos (como tejidos, calzado, armas o vehículos), y eso bastó para que el reducido grupo de países que experimentó la revolución fuese capaz de subyugar a todos los demás. De lo que estamos hablando ahora es de una segunda Revolución Industrial, pero esta vez el producto no serán tejidos, máquinas o vehículos, ni siquiera armas. Esta vez el producto serán los propios humanos.
En esencia, estamos aprendiendo a producir cuerpos y mentes. Los cuerpos y las mentes van a ser los dos productos principales de la nueva oleada de cambios. Y, si se abre una brecha entre quienes saben cómo producir cuerpos y mentes y quienes no saben hacerlos, esta será mucho mayor que cualquier otra que hayamos visto antes a lo largo de la historia.
Esta vez, si uno no es lo suficientemente rápido como para subirse al carro de la revolución, probablemente acabe extinguiéndose. Países que, como China, perdieron el tren de la Revolución Industrial, 150 años más tarde han conseguido recuperar el terreno perdido, en gran medida, en términos económicos, gracias a la mano de obra barata. Esta vez, quienes pierdan el tren no tendrán una segunda oportunidad. Hoy en día, si un país, un grupo de personas, se queda descolgado, no tendrá una segunda oportunidad, en particular porque la mano de obra barata no tendrá ninguna relevancia. Una vez que sabemos producir cuerpos, cerebros y mentes, la mano de obra barata en África, el Sudeste asiático, o donde sea, sencillamente se vuelve irrelevante. Así pues, en términos geopolíticos, es posible que veamos cómo se repite el siglo XIX, pero a una escala mucho mayor.
Kahneman: Lo que me cuesta imaginar es que, a medida que la gente se vuelve innecesaria, la traducción de este proceso en términos propios del siglo XX es el desempleo masivo. El desempleo en masa implica malestar social, y eso a su vez significa que sucederán cosas, se pondrán en marcha ciertos procesos en la sociedad, como consecuencia del hecho de que las personas se vuelvan superfluas, que es algo que sucede de forma gradual.
Puede que ahora estemos asistiendo a un crecimiento de la desigualdad, que estemos viendo el principio de eso de lo que hablas. Pero, así como has reflexionado de maneras interesantes y novedosas sobre la tecnología, ¿has pensado también en el aspecto social?
Harari: Sí, el aspecto social es el más importante y el más complicado. No tengo ninguna solución, y la pregunta más importante en la economía y la política de las próximas décadas podría ser qué hacer con todas esas personas inútiles. No creo que tengamos ningún modelo económico aplicable. Mi mejor estimación (aunque no es más que eso) es que la comida no será un problema. Con tecnología de ese tipo, podremos producir comida para alimentar a todo el mundo. El problema es más bien el aburrimiento, y qué hacer con las personas, cómo las darán algún sentido a sus vidas cuando, básicamente, carecen de sentido y de valor.
A día de hoy, mi mejor estimación la solución para la mayoría pasa por una combinación de drogar y videojuegos… Ya está sucediendo. Con distintos títulos, distintas calificaciones, vemos cómo aumenta la cantidad de gente que dedica cada vez más tiempo a consumir (o que resuelve sus problemas a base de) drogas —legales o ilegales— y videojuegos. Pero esto no es más que una suposición.
Lo que sí puedo afirmar es que quizá nos encontremos en una situación análoga a la del año 1800. Cuando comienza la Revolución Industrial, vemos cómo surgen nuevas clases de personas. Asistimos a la aparición del proletariado urbano, que es un fenómeno social y político novedoso. Nadie sabe qué hacer con él. Plantea unos problemas enormes. Y tuvo que pasar más de un siglo de revoluciones y guerras hasta que se desarrollasen ideas para tratar con estas nuevas clases de personas.
De lo que no cabe duda es de que las antiguas respuestas resultaron irrelevantes. Actualmente, todo el mundo habla de ISIS, el fundamentalismo islámico, el renacer del cristianismo, y cosas por el estilo. Existen problemas nuevos, pero la gente vuelve a los textos antiguos y cree que la respuesta está en la sharía, en el Corán, en la Biblia. Lo mismo sucedió en el siglo XIX. Teníamos la Revolución Industrial y enormes problemas sociopolíticos en todo el mundo como consecuencia de la industrialización, de la modernización. Y mucha gente que pensaba que la respuesta estaba en la Biblia o en el Corán. Movimientos religiosos en todas partes del mundo.
Por ejemplo, en Sudán el Mahdi implantó una teocracia musulmana que se regía por la sharía. Un ejército anglo-egipcio trató de sofocar la rebelión pero fue derrotado, y al general Charles Gordon le cortaron la cabeza. Básicamente, es lo mismo que estamos viendo actualmente con ISIS. Hoy nadie recuerda al Mahdi porque las respuestas al problema de la industrialización que encontró en el Corán y la sharía no funcionaron.
En China, la guerra más importante del siglo XIX no es la guerra napoleónica, ni la Guerra Civil estadounidense, sino la Rebelión Taiping, que comenzó en 1850, cuando un académico fracasado de nombre Hong Xuiquan (si no recuerdo mal) tuvo una visión de Dios en la que él, Hong, era el hermano menor de Jesucristo y tenía la misión divina de imponer en la Tierra el Reino de la Paz Celestial, y resolver así todos los problemas que China estaba experimentando debido a la llegada de los británicos y de la industria moderna. Hong lanzó la rebelión, y millones de personas lo siguieron. Según los cálculos más conservadores, en la Rebelión Taiping murieron más de 20 millones de personas, y tardaron 14 años en reprimirla. No implantó un Reino de la Paz Celestial, ni tampoco resolvió los problemas de la industrialización.
Con el tiempo, a la gente se le ocurrieron nuevas ideas, no procedentes de la sharía, ni de la Biblia, ni de ninguna visión. Estudiaron la industria, las minas de carbón, la electricidad, los motores de vapor, los ferrocarriles, analizaron cómo estos avances transformaban la economía y la sociedad, y llegaron a algunas ideas nuevas. Estas ideas no fueron del agrado de todo el mundo, pero al menos sí se podían discutir.
Desde la perspectiva actual, de 2015, no creo que ahora dispongamos del conocimiento suficiente como para resolver los problemas sociales de 2050, o los problemas que surgirán como resultado de todos estos nuevos desarrollos. Deberíamos buscar nuevo conocimiento y nuevas soluciones, y partir de la constatación de que, con toda probabilidad, nada de lo que existe a día de hoy nos sirva como solución para estos problemas.
Kahneman: Lo interesante e inquietante de este escenario es que es cierto, como señalas, que la gente ha vivido para trabajar, o ha trabajado para vivir, y en el panorama que describes el trabajo será innecesario para la mayoría.
Habrá una clase de personas que trabajarán porque disfrutan haciéndolo, y porque pueden hacerlo, y luego está la mayoría de la humanidad, para quienes ya no habrá trabajo. Esa masa de gente ya no podrá trabajar, pero sí podrá matar a otras personas. ¿Cómo imaginas la posibilidad de luchas y conflictos entre las personas superfluas y quienes no lo son?
Harari: Una vez que eres superfluo, dejas de tener poder. Insisto: estamos acostumbrados a la era de las masas, a los siglos XIX y XX, en que asistimos al triunfo de todas esas sublevaciones masivas, revoluciones, revueltas, y estamos habituados a pensar en las masas como algo poderoso, pero ese es un fenómeno propio básicamente de los siglos XIX y XX.
Si nos remontamos a otros periodos de la historia, por ejemplo a la Edad Media, vemos que, aunque hubo sublevaciones de los campesinos, todas ellas fracasaron, porque las masas no tenían poder. Una vez que alguien se vuelve superfluo, tanto militar como económicamente, puede sin duda seguir causando problemas, pero carece de la capacidad de cambiar realmente las cosas.
Una vez en marcha la revolución que estamos experimentando en el ejército, en la que el número de soldados simplemente pasa a ser irrelevante en comparación con factores como la tecnología, las personas siguen siendo necesarias, pero ya no hacen falta millones de soldados, cada uno con su rifle. Se necesita una cantidad mucho más reducida de expertos que sepan cómo utilizar las nuevas tecnologías. Frente a poderes militares como estos, las masas, incluso si de alguna manera llegasen a organizarse, no tienen nada que hacer. No estamos en la Rusia de 1917 o en la Europa del siglo XIX.
Insisto una vez más: no es una profecía. Puede que las cosas sucedan de otra manera. Pero, como historiador, lo más importante es tomar conciencia de que el poder de las masas, al que estamos tan acostumbrados, tiene su origen en unas determinadas condiciones históricas, económicas, militares y políticas, características de los siglos XIX y XX. Estas condiciones están cambiando, y hay motivos para dudar de que las masas sigan teniendo poder.
Kahneman: Lo que describes, el escenario que señalas, es uno en el que el progreso tecnológico es bastante acelerado, y en realidad no importa si hablamos de 50 ó 150 años. Existe una organización social que lleva en pie desde hace mucho tiempo, décadas e incluso siglos, y que cambia a un ritmo relativamente lento. Lo que sugieres, si lo entiendo bien, es una importante desconexión entre el rápido cambio tecnológico y unas estructuras culturales y sociales bastante rígidas, que no serán capaces de seguir ese ritmo.
Harari: Sí, este es uno de los grandes peligros, uno de los grandes problemas de la tecnología. Avanza mucho más rápido que la sociedad y la moralidad humanas, y esto genera una enorme tensión. Pero, una vez más, podemos tratar de aprender algo de nuestra experiencia previa con la Revolución Industrial del siglo XIX, cuando asistimos a cambios muy rápidos en la sociedad, no tan veloces como los que se produjeron en la tecnología, pero sí asombrosamente rápidos.
El ejemplo más evidente es el colapso de la familia y del círculo íntimo, y su sustitución por el estado y el mercado. Básicamente, a lo largo de toda la historia, los humanos vivieron formando parte de estos grupos reducidos y de gran importancia: la familia y el círculo íntimo, en total pongamos que unas 200 personas que componen el pueblo, la tribu, el vecindario. Conocemos a todo el mundo y todo el mundo nos conoce. Puede que no nos gusten, pero nuestra vida depende de ellos. Nos proporcionan casi todo lo que necesitamos para sobrevivir. Son nuestro sistema de salud. No hay más fondo de pensiones que nuestros propios hijos. Son nuestro banco, nuestra escuela, nuestra policía, todo. Si perdemos a nuestra familia y nuestro círculo íntimo estamos muertos, a menos que encontremos una familia de reemplazo.
Esta fue la situación durante cientos de miles de años de evolución. Incluso cuando comenzó la historia, hace unos 70.000 años, y se produjeron todos los cambios en la agricultura, las ciudades, los imperios y las religiones, no se observa ningún cambio sustancial a esta escala. Aún en el año 1.700, por decir algo, la mayoría de las personas en el mundo viven formando parte de familias y círculos íntimos que les proporcionan la mayoría de lo que necesitan para sobrevivir. Y, al principio de la Revolución Industrial, cabría perfectamente haber imaginado que esa seguiría siendo la situación.
Si fuésemos, por ejemplo, un psicólogo evolutivo en el año 1.800, y asistiésemos a los inicios de la Revolución Industrial, podríamos haber afirmado con mucha confianza que todos estos cambios tecnológicos estaban muy bien, pero no alterarían la estructura básica de la sociedad humana. Esta está construida a partir de elementos pequeños, la familia y el círculo íntimo, porque es algo que viene dado por la evolución. Es algo que los humanos deben tener. No pueden vivir de ninguna otra manera.
Si nos fijamos en los últimos 200 años, vemos cómo colapsan tras millones de años de evolución. De pronto, en 200 años, la familia y el círculo íntimo se descomponen, se hunden. La mayoría de los roles que una y otro desempeñaron durante decenas de miles de años se transfieren muy rápidamente a las nuevas redes que ofrecen el estado y el mercado. No necesitamos hijos, podemos tener un fondo de pensiones. No necesitamos a alguien que nos cuide. No necesitamos que nuestros vecinos, o nuestros hermanos o hermanas, cuiden de nosotros cuando estamos enfermos. El estado se encarga de hacerlo. El estado nos proporciona policía, educación, sanidad, todo.
Podemos decir que, en cierto sentido, la vida quizá sea peor hoy en día que en 1.700, porque hemos perdido buena parte de la conexión con la comunidad que nos rodea… es un argumento sólido… pero sucedió. Hoy en día, la gente, muchas personas, se las apañan para vivir como individuos aislados y alienados. En las sociedades más avanzadas, las personas viven como individuos alienados, sin una verdadera comunidad que los rodee, y con una familia muy reducida. Ya no hay grandes familias extendidas. Ahora la familia es muy pequeña, quizá se limita solo a la pareja, puede que también uno o dos hijos, e incluso estos quizá vivan en otra ciudad, en otro país, y solo se vean una vez cada varios meses, como mucho. Y lo asombroso es que la gente lo sobrelleva. Y solo han pasado 200 años.
¿Qué pasará en los próximos cien años a esa escala de nuestra vida diaria, de nuestras relaciones íntimas? Cualquier cosa es posible. Puede que Japón vaya veinte años por delante del resto del mundo en todo. Si nos fijamos en el Japón actual, vemos que la gente mantiene relaciones con parejas virtuales. Y hay personas que nunca salen de casa y viven únicamente a través de sus computadoras. Puede que ese sea el futuro o puede que no, no lo sé, pero para mí lo sorprendente es que uno habría podido pensar que, habida cuenta de la herencia biológica de la humanidad, todo eso sería imposible, pero no lo es. Al parecer, el homo sapiens es incluso más maleable de lo que solemos creer.
También podemos aprender algo de la revolución agraria. Algunos expertos opinan que la agricultura fue el mayor error de la historia de la humanidad, en cuanto a sus efectos sobre el individuo. Es evidente que, a escala colectiva, la agricultura potenció las capacidades humanas de una manera asombrosa. Sin la agricultura no habría ciudades, reinos ni imperios, pero si lo analizamos desde el punto de vista del individual, para muchos individuos la vida probablemente era peor como campesinos en el antiguo Egipto que como cazadores-recolectores 20.000 ó 30.000 años antes. Tenían que trabajar mucho más. El cuerpo y la mente del homo sapiens evolucionaron durante millones de años para adaptarse a trepar a los árboles, recoger frutos, perseguir gacelas y buscar setas. Y pasaron de pronto a dedicar el día a cavar canales, a transportar cubos de agua desde el río y a cosechar y moler el maíz, cosa que es mucho más difícil para el cuerpo y también mucho más aburrida para la mente.
A cambio de todo este trabajo extenuante, la mayoría de los campesinos obtenía una dieta mucho peor que la de los cazadores-reproductores, porque estos dependían de decenas de especies de animales, plantas y hongos, que les proporcionaban todos los nutrientes y vitaminas que necesitaban, mientras que los campesinos normalmente dependían de un solo cultivo, como trigo, arroz o patatas. Y además tenían que soportar las nuevas jerarquías sociales y el comienzo de la explotación de las masas por parte de unas élites reducidas. Teniendo en cuenta todo lo anterior, es posible argumentar que, para el individuo, la agricultura bien pudo ser el mayor error de la historia.
De aquí podemos extraer una lección, o al menos puede dar que pensar en relación con la nueva revolución tecnológica. Nadie pondría en duda que todas las nuevas tecnologías potenciarán de nuevo las capacidades colectivas de la humanidad, pero la pregunta que deberíamos plantearnos es qué está pasando a escala individual. La historia nos ofrece evidencia suficiente como para saber que se puede dar un gran paso adelante en cuanto a capacidad colectiva al tiempo que se produce un importante retroceso en cuanto a felicidad y sufrimiento individuales. En lo que respecta a las nuevas tecnologías que están apareciendo, no solo debemos preguntarnos cómo afectarán a las capacidades colectivas de la humanidad, sino también cuál será su efecto sobre el día a día de los individuos.
En términos históricos, los acontecimientos en Oriente Próximo, con ISIS y todo lo demás, no son más que un bache en la autopista de la historia. Oriente Próximo no es muy importante. Silicon Valley lo es mucho más. Es el mundo del siglo XXI, y no me refiero únicamente a la tecnología.
En lo que se refiere a las ideas, a las religiones, a día de hoy el lugar más interesante del mundo es Silicon Valley, no Oriente Próximo. Es allí donde gente como Ray Kurzweil está creando nuevas religiones. Estas son las religiones que conquistarán el mundo, no las que surgen de Siria, Irak y Nigeria.
En este vídeo de la serie Diarios de escritorio, del programa Science Friday, el biólogo Edward O. Wilson, que acaba de publicar en español sus Cartas a un joven científico (Debate, 2014), nos abre las puertas de su despacho en la Universidad de Harvard (donde guarda su miniatura de Charles Darwin, a quien recurre en busca de apoyo moral) y nos lleva a visitar la mayor colección de hormigas del mundo, con alrededor de un millón de especímenes.
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Me llamo Edward O. –una inicial intermedia– Wilson, y algunos me conocen como E. O. Wilson. Los biólogos sabemos que «eo» significa «primitivo», como el Eoceno. Así que supongo que hay gente que cree que soy el Wilson primitivo. Pero da igual…
Aquí estoy, en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard. Y este es mi escritorio, que está hecho un desastre. Pero dicen que eso es signo de una mente activa.
Cumpliré 83 en junio, pero no me siento mayor porque, solo en el último año, he trabajado en Ecuador, Mozambique y en el país insular de Vanuatu estudiando a las hormigas. Un montón de especies nuevas.
Aunque no lo crean, llegué a las hormigas a los 9 años. Me atrajeron porque eran muy pequeñas, en parte porque solo veo con un ojo. Tuve un accidente de pesca, y me cuesta detectar cosas en la distancia, o mediante paralaje. Pero, una vez que me interesé por las hormigas, ya no pude dejarlo. Porque siempre me ha gustado aprender cosas nuevas. Y, por suerte, esto dio pie a una carrera científica de más de 60 años, estudiando las hormigas.
Conocemos 14.000 especies de hormigas, y yo he estudiado bastantes de ellas. De hecho, he descubierto y les he dado nombre, un nombre en latín, a 450 especies. Esta es la mayor colección del mundo. Tenemos alrededor de un millón de especímenes. Trabajando en un museo como este, descubrir una nueva especie no es nada especial. De hecho, es casi un engorro… Pero ¿es posible hacer ciencia, buena ciencia, sin que tenga sus buenos ratos de tedio?
Cuando estudié la clasificación y la distribución de las hormigas, se me ocurrieron ideas y principios sobre el origen de la condición humana. No creo que esto sea un avance como los de Einstein, ni como los de la mecánica cuántica. Para mí, es de sentido común. Pero he vivido dos episodios durante los que un número importante de colegas –¿cómo decirlo?– se han sentido molestos. El primero fue el de la Sociobiología, que solo decía que los seres humanos poseemos una naturaleza, que tenemos instintos. En los años 70, como pude comprobar, decir algo así no era muy popular entre las ciencias sociales. De hecho, las socias sociales sostenían en general que todo venía determinado por la cultura, la historia y las circunstancias y en entorno en el que las personas crecían. Eso era manifiestamente erróneo, incluso en aquella época.
Pero el segundo episodio es mucho más reciente, y tiene que ver con la selección de parentesco, y con nuevas maneras de explicar el origen del altruismo. En particular, después de una reunión con los dos matemáticos con los que trabajaba, me dirigí a Darwin y le dije: ¿Estás de acuerdo con todo lo que hemos decidido? Eso mejoró mucho nuestra moral.
Schopenhauer lo dijo perfectamente: Toda verdad primero se ridiculiza; luego, se rechaza airadamente; y, finalmente, se acepta diciendo: «Bueno, esto era algo que ya sabíamos desde el principio». Yo diría que ahora mismo estamos en pleno rechazo airado. Aunque he visto que algunos están pasando a la siguiente fase. Si es así como se resuelve el asunto, por mí estupendo.
Esto es un violín rústico.
Vamos a perder mucha de esta biodiversidad. Es casi inevitable. Pero espero que despertemos pronto.
No creo que yo distinto de ninguna otra persona, es solo que, probablemente, he estudiado la biodiversidad más que la mayoría de la gente. He estado en más sitios del mundo con bosques y floras ricos y fascinantes, y también soy consciente del tremendo valor que un entorno natural y sin corromper tiene para que los humanos entendamos cómo somos, e incluso para nuestro amor propio.
Hace poco visité en la isla de Nueva Caledonia, y estuvimos en el bosque de araucarias, una jungla ancestral, del Jurásico, algo genuino. Y me dije: esto es lo que debemos salvar para el futuro de la humanidad, para nuestro espíritu, para poder maravillarnos de lo que aún existe a nuestro alrededor. Eso va más allá de cualquier cosa que podamos inventar.
Mireya Mayor es primatóloga, especializada en los lemures de Madagascar, y también aparece habitualmente en el canal de televisión de National Geographic, donde comparte su amor por la naturaleza. Pero lo que es más curioso e inesperado es que, en un pasado no muy lejano, Mireya fue también animadora del equipo de los Miami Dolphins de NFL, la liga estadounidense de fútbol americano, algo que ella ve perfectamente compatible con su carrera científica, como explica en este vídeo de la serie «The Secret Life of Scientists and Engineers» [«La vida secreta de los científicos y los ingenieros»]. Cada episodio de la serie muestra cómo es la vida de un científico cuando se quita la bata del laboratorio. (El vídeo está subtitulado en inglés y en español.)
En su nuevo libro, Diamond, que lleva cincuenta años estudiando las culturas tradicionales de Papúa-Nueva Guinea, reflexiona sobre varios aspectos en los que nuestras modernas sociedades occidentales bien harían en aprender de las sociedades tradicionales neoguineanas, como por ejemplo el cuidado de los niños
o la resolución de conflictos. «No debemos idealizar a las sociedades tradicionales», nos advierte, pero tampoco «condenarlos como salvajes o bárbaros. Tienen cosas maravillosas, pero también otras espantosas.»
En este vídeo de The Guardian (con subtítulos en inglés y en español), Diamond expone sus argumentos principales:
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Las sociedades tradicionales son parecidas a las que existieron durante millones de años antes del desarrollo de las sociedades más habituales ahora, con un gobierno estatal centralizado, y, en la práctica, en el mundo moderno, hasta tiempos recientes existieron muchas sociedades que aún no contaban con gobiernos estatales, sino que eran pequeñas, en ellas todos se conocían entre sí, no necesitaban reyes ni tenían manera de costeárselos… Sociedades de unas pocas decenas o centenares de individuos.
Potencialmente, de todo lo que hacen podemos aprender algo. De lo que he aprendido en Nueva Guinea, lo que más ha influido en mi vida ha sido: cómo criar a los hijos (a la hora de criar a los nuestros, mi mujer y yo nos fijamos en cómo lo hacían los neoguineanos); y también me ha influido mucho su manera de hacer frente al peligro. En sociedades sin policía ni hospitales, si uno comete un error no recibirá ayuda ni de policías ni de médicos, por eso los neoguineanos deben estar muy atentos al peligro, y tienen muy presente el peligro que corren, cosa que no nos sucede a británicos y estadounidense. Por ejemplo, yo tengo mucho cuidado para evitar caídas en la ducha. «¡Qué banalidad!», pensará alguien, pero no hay más que leer los obituarios en los periódicos para ver que, sobre todo en personas mayores, una causa habitual de muerte o lesión grave son las caídas en la acera, en las escaleras o en la ducha, y yo he aprendido en Nueva Guinea a tenerlo presente, y tengo mucho cuidado cuando me ducho.
Los niveles de violencia son, en promedio, más altos en las sociedades tradicionales que en las estatales. Por supuesto, hay excepciones: sociedades estatales violentas, sociedades tradicionales pacíficas, pero la probabilidad de sufrir una muerte violenta es bastante más alta en una sociedad tradicional, no porque la gente sea más malvada o más violenta, sino porque existen diferencias evidentes entre las sociedades: no existe un cuerpo de policía; no existe un gobierno centralizado que firme tratados de paz o declare la guerra; ni un pequeño ejército profesional, para que solo los hombres jóvenes arriesguen su vida en la guerra, sino que todos los hombres sanos de cualquier edad participan en las guerras. No hay cárceles, ni instalaciones para sacar provecho y cuidar a los prisioneros, así que no toman prisioneros. Cuando se capturas personas, son asesinadas, mientras que nosotros sí tomamos prisioneros, y en las sociedades modernas matarlos es algo horrible. Así que existen razones, debidas a las diferencias entre las sociedades, para los resultados… Que no son mis resultados: muchos estudiosos han tabulado los niveles de violencia en sociedades tradicionales y con estado, y la conclusión es que, en promedio, la violencia es mayor en las sociedades tradicionales que en las estatales.
La diferencia es muy marcada en cuanto a la resolución de conflictos, y es bueno hablar de ello después de hacerlo de la violencia. No quiero dar la impresión de que, siempre que hay una disputa, termina inmediatamente en luchas tribales. Lo que sucede es lo contrario: cuando hay una disputa, como se produce entre personas que seguirán viéndose durante el resto de sus vidas, el objetivo es resolverla de manera que se alcance la reconciliación emocional, para poder seguir tratando con la persona que te ha robado un cerdo, o no ha pagado el precio convenido por casarse con tu hermana, de manera que uno pueda seguir tratando con esa persona durante el resto de su vida. Mientras que en Reino Unido y en EEUU, cualquiera que conozca la justicia civil o penal sabe que lo que menos le importa al sistema judicial es que las partes de la disputa se reconcilien. Al Estado no le importa si el delincuente y la víctima consiguen una reconciliación emocional, ni si una pareja, al divorciarse, mantiene una buena relación, o si unos hermanos, al disputarse la herencia, se dejan de hablar para siempre o no. Nosotros, acostumbrados a los sistemas estatales, sabemos que sus efectos son a menudo catastróficos. En los sistemas tradicionales de resolución de conflictos, lo importante no es dilucidar el bien y el mal, sino la reconciliación emocional y la recuperación de la relación.
Por desgracia, cuando la gente se acerca a las sociedades tradicionales se corren dos riesgos: el de verlos como salvajes, bárbaros que deberían ser exterminados, barridos de la faz de la Tierra (esa tradición se remonta a Thomas Hobbes); en el extremo opuesto está la idea de que los pueblos tradicionales son «ecologistas», que viven en armonía con su entorno, amables y pacíficos. Ambas visiones extremas son falsas. Existen razones por las que la gente hace lo que hace. Yo estoy en un punto medio. Entiendo, observo a los pueblos tradicionales y cuento lo que veo. Pero cuando uno está en el medio, siempre recibirá ataques de los extremistas de ambos lados. Y, sí, eso es lo que me pasa a mí.
¿Será posible escribir un libro como el mío dentro de 50 años? Las sociedades tradicionales están cambiando… Prácticamente todas ellas, salvo unas pocas tribus en zonas remotas de Nueva Guinea y la Amazonía, están en contacto con sociedades estatales, y están cambiando. ¿Se modernizarán todas las sociedades tradicionales, vivirán todas, dentro de 50 años, como los británicos y estadounidenses modernos? No. Japón ha estado en contacto con el mundo occidental desde 1855 y, en efecto, Japón se ha industrializado, tiene un parlamento, un ejército y un sistema de educación nacionales, pero los japoneses siguen hablando japonés, y siguen escribiendo en kanji, y siguen siendo un pueblo muy distinto. Sí, dentro de 50 años, con la globalización, la cultura occidental se habrá extendido por el mundo, pero habrá muchos pueblos tradicionales que seguirán hablando sus lenguas, y, gracias a Dios, seguirán practicando muchas de sus formas de vida tradicionales, de las cuales nosotros podemos aprender.
Una larga tradición intelectual afirma que debido a la naturaleza animal del ser humano necesitamos que el orden nos venga impuesto desde arriba, en forma de religión. Sin ella no podríamos vivir juntos, y esa es la razón por la cual todas las sociedades humanas creen en lo sobrenatural y han desarrollado algún tipo de religión.
Esta forma de pensar, que el biólogo y primatólogo Frans de Waal denomina «teoría de las apariencias», constituye una visión fundamentalmente pesimista, según la cual «la moralidad no es más que una apariencia superficial bajo la cual se oculta nuestra desagradable naturaleza humana».
En su nuevo libro, «The Bonobo and the Atheist: In Search of Humanism Among the Primates» [«El bonobo y el ateo: en busca del humanismo entre los primates»], de Waal se opone a esta teoría, y argumenta que la moral humana es más antigua que la religión, y que se trata de hecho de una cualidad innata. En otras palabras, la religión no nos proporcionó la moral, sino que se erigió sobre un sistema moral preexistente que regía el comportamiento de nuestra especie.
«En un frío día de invierno en el zoo de Arnhem Zoo, los chimpancés salieron a la intemperie un rato y cogieron mi último libro. ¡Lo devoraron! Pero enseguida pasaron a algo mejor, como su comida.» Fuente: Frans de Waal en Facebook
El argumento que de Waal lleva años defendiendo se ve reforzado por el hecho de que varios estudios recientes comienzan a esbozar una mejor descripción del tipo de procesamiento cognitivo necesario para experimentar empatía. Resulta que la empatía no es tan compleja como se pensaba, y ese es el motivo por el que, además de los humanos, también otros animales son capaces de experimentarla. Así pues, ¿si tener un comportamiento moral es tan fácil, podemos despachar la religión definitivamente?
Ese es un experimento que aún nadie ha llevado a cabo, y que a de Waal le parece fascinante. El problema, como señala en el vídeo (con subtítulos en inglés y en español), es que, en las grandes sociedades actuales, en las que «no podemos vigilarnos los unos a los otros», necesitamos que alguien nos vigile:
Transcripción:
El de la religión es un asunto interesante, porque la religión es universal. Todas las sociedades humanas creen en lo sobrenatural, en todas existe algún tipo de religión. Lo cual, para los biólogos, debe significar que la religión tiene utilidad para la sociedad. De lo contrario, no tendríamos la tendencia a desarrollarla no sería tan fuerte. Para mí, esa es una cuestión mucho más interesante que la de si Dios existe o no. Yo no sé responder a una pregunta como esta. Pero la cuestión de por qué tenemos religitones es interesante. Mi opinión es que la moral humana es más antigua que la religión. De manera que, en lugar de decir que proviene de Díos, o que la religión nos hizo morales, yo afirmo con rotundidad que no es así.
Las religiones actuales tienen solo 2000 o 3000 años de antigüedad, lo cual es muy poco tiempo. Nuestra especie es mucho más antigua y me cuesta imaginar que, durante cientos de miles de años, nuestros ancestros no tuviesen algún tipo de moral. Sin duda tenían reglas de comportamiento, sobre qué es justo y qué no, seguro que se preocupaban por los demás. Todas estas tendencias ya estaban establecidas, por lo que ya tenían un sistema moral y entonces, en algún momento, desarrollamos las religiones actuales, que creo que asociamos a la moral que ya teníamos. Puede que sirviesen para codificarla, o para aplicarla, o para dirigir la moral en una dirección particular que nos pareciese preferible.
Para mí la religión viene en segundo lugar. Tengo dudas sobre si la necesitamos o no. Personalmente, creo que podemos comportarnos moralmente sin religión, porque probablemente teníamos moral mucho antes de que apareciesen las religiones actuales. Pero en las sociedades a gran escala, dondo no nos vigilamos unos a otros, en sociedades de miles o millones de personas, donde no podemos vigilarnos unos a otros, puede que creásemos las religiones para que Dios nos vigilase a todos.
La pregunta siguiente es: ¿En realidad hace falta? En el norte de Europa (yo soy holandés), en la práctica se está realizando un experimento. Allí, la mayoría de la gente ya no es religiosa. Cuando se les pregunta, se declaran no creyentes. Pero la sociedad sigue comportándose moralmente, hasta donde yo sé. Así que hay una especie de experimento en marcha allí: ¿podemos tener una sociedad donde la religión no sea dominante? Puede estar presente, pero ya no domina, y sigue existiendo una moral en la sociedad. Hasta ahora, yo diría que el experimento va bastante bien. Así que tiendo a pensar que la religión no es estrictamente necesaria. Pero no puedo estar seguro al 100%, porque nunca lo hemos probado: no existe sociedad humana en la que la religión esté ausente por completo, así que este es un experimento que no hemos hecho nunca.
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