Sean Carroll, cosmólogo en Caltech, nos recomienda en su blog este vídeo en el que Lucas Belz-Koeling, un chaval de once años, explica qué es la materia oscura. En palabras de Carroll, autor de La partícula al final del universo: «Si alguna vez os habéis planteado qué es la materia oscura, o si vuestros amigos os han hecho desconcertantes preguntas al respecto, ahora tenéis algo que mostrarles: este estupendo vídeo obra de Lucas Belz-Koening, de once años. Enhorabuena, Lucas. Dudo mucho que yo a tu edad hiciese cosas tan buenas como esto.»
Transcripción
La materia oscura. Partículas misteriosas e invisibles que lo atraviesan todo, nosotros incluidos, a un ritmo de miles de millones por segundo. La energía oscura. Una fuerza misteriosa e invisible que acelera la expansión del universo a una velocidad inquietante, contra todo pronóstico. Entre el 26,8% de materia oscura y el 68,3% de energía oscura, constituyen el 95,1% del cosmos. Así pues, toda la materia que observamos —las casas, ciudades, países, planetas, enormes estrellas—, no supone más que un mísero 4,9% del universo.
Hay un problema importante. La materia oscura no interactúa con la materia ordinaria. No podemos verla, ni tocarla, ni olerla ni oírla. Como dije en la introducción, la materia oscura fluye continuamente a través de nosotros. Cuando afirmé que no interactuaba en absoluto, mentí. Ocasionalmente golpea a algún que otro átómo de xenón, argón y de otros elementos. ¿Cómo sabemos entonces que está ahí? Lo cierto es que no lo sabemos.
La materia oscura no es más que una hipótesis para tratar de explicar ciertos fenómenos, como las diferencias entre el valor de la masa de enormes objetos astronómicos, calculado a partir de sus efectos gravitatorios, y el calculado a partir de la materia ordinaria que dichos objetos contienen.
El primero en proponer la idea de la materia oscura fue el astrónomo holandés Jan Oort, en 1932 (y el astrónomo suizo Fritz Zwicky refinó el concepto en 1933) para explicar una falta de masa al calcular las velocidades orbitales de algunas estrellas. Otra razón por la que se propuso su existencia fue un extraño fenómeno óptico que se podía observar en el firmamento en forma de anillo.
La razón es que en el centro del anillo había una galaxia rodeada de materia oscura. La luz de un objeto que estuviese detrás no llegaría a nuestros ojos porque la galaxia estaba en medio. Pero la luz se curva alrededor de ella y acaba llegándonos de todas maneras, lo que hace que veamos el objeto más lejos de lo que lo está en realidad. En el mundo real esto sucede en 3D, por lo que, en lugar de un objeto desplazado, vemos varios que se unen hasta formar un anillo. Es lo que se conoce como un «anillo de Einstein».
Para demostrar este efecto basta un sencillo experimento casero con la base de una copa de vino y un punto dibujado. Aquí, el centro de la base representa la materia oscura; el punto representa un objeto astronómico situado tras ella.
La materia oscura es una sustancia asombrosa, y tras ver esto espero que estén de acuerdo conmigo. Constituye una cuarta parte de nuestro universo, atraviesa la Tierra prácticamente sin ser detectada y hace que nuestros cerebros vean cosas que en realidad no están ahí. Esta materia es algo increíble.
Bueno, con esto concluye el vídeo. Gracias por verlo. Para más detalles sobre el asunto, pueden leer mi artículo. [Nota de PAALC: No hemos sido capaces de locar el artículo al que se refiere Lucas aquí.]
A pesar de todas sus ventajas materiales, la vida sedentaria nos ha dejado inquietos, insatisfechos. Incluso tras 400 generaciones viviendo en pueblos y ciudades, no lo hemos olvidado. El camino por recorrer aún nos susurra al oído como una canción de infancia casi olvidada.
Dotamos a los lugares remotos de un cierto romanticismo. Sospecho que la selección natural ha confeccionado meticulosamente esa atracción como un elemento esencial para nuestra supervivencia. Largos veranos, inviernos templados, copiosas cosechas, caza abundante… Nada de eso durará para siempre. Nuestra propia vida, la de nuestra tribu, o incluso la de nuestra especie podría estar en manos de unos pocos «inquietos» llevados de una atracción que probablemente no sepan articular o entender, hacia las tierras por descubrir y los nuevos mundos.
Herman Melville, en «Moby Dick», dio voz a los nómadas de todas las épocas y lugares, cuando escribió: «Vivo atormentado y con una comezón constante por las cosas remotas. Adoro navegar los mares prohibidos.»
Tal vez sea un poco pronto. Tal vez aún no haya llegado el momento. Pero esos otros mundos, con su promesa de oportunidades sin fin, nos están llamando. En silencio, orbitan alrededor del Sol. Esperando.
Sean Carroll, autor de La partícula al final del universo. Del bosón de Higgs al umbral de un nuevo mundo, es cosmólogo en el Instituto Tecnológico de California (Caltech), donde también trabaja Kip Thorne, asesor científico de Interstellar, la película de Christopher Nolan que ha puesto los agujeros negros y agujeros de gusano en boca del gran público. En el texto que sigue (extraído de sendas entrevistas para Sloan Science & Film y Yahoo! Movies), Carroll ofrece su opinión sobre la ciencia y otros aspectos del film de Nolan.
[AVISO: ESTA ENTRADA CONTIENE SPOILERS]
Pregunta (Sloan Science and Film): Empecemos por la premisa básica de la película. Los protagonistas parten en busca de otro planeta donde la humanidad pueda sobrevivir. ¿Hasta qué punto es esto posible?
Respuesta (Sean Carroll): No cabe duda de que hay muchísimos planetas en el universo. Vivimos en una galaxia con más de 100.000 millones de estrellas, y tenemos motivos para suponer que muchas de estas estrellas tienen planetas. Además, los datos de los telescopios parecen indicar que una gran proporción de dichas estrellas tienen planetas a su alrededor, de varias formas, tamaños y condiciones. Por lo tanto, es muy probable que algunos de estos planetas posean condiciones similares a las de la Tierra. Pero no podemos saber a ciencia cierta cuántos de ellos podrían ser susceptibles de albergar vida. Es todo muy especulativo. La posibilidad existe, pero no hay manera de saberlo.
P: Los personajes utilizan un agujero de gusano para viajar a través del espacio. ¿Nos puede dar una definición básica de qué es un agujero de gusano?
R: La mejor manera de entender un agujero de gusano es como un atajo a través del espacio-tiempo. La gran aportación de Einstein en la relatividad general consistió en decir que el espacio y el tiempo son curvos, que poseen una dinámica propia, y que se pueden curvar y estirar, cosa que experimentamos en forma de la gravedad. Normalmente, si estamos en el Sistema Solar, bajo la influencia de la atracción de la Tierra o del Sol, dicha atracción es moderada, pero una vez que damos rienda suelta a nuestra imaginación, podemos suponer que existe un tubo que conecta dos regiones distantes del espacio-tiempo. Sin duda, el espacio-tiempo podría curvarse de esta manera. Lo asombroso es que la distancia entre dos lugares muy remotos en el universo podría ser corta a través de un agujero negro.
«Hace unos años, discutí con mi amigo Kip Thorne sobre las ideas que Lynda Obst y él tenían para filmar una película de ciencia ficción sobre agujeros de gusano. Dichas ideas acabaron formando parte de la película Interstellar, de Christopher Nolan. Kip y yo asistimos a su estreno en el Reino Unido. Kip también aparece en el film sobre mi vida, La teoría del todo, que se estrenará próximamente.» Stephen Hawking
P: Pero esto es algo teórico, ¿no? No se ha demostrado la existencia de los agujeros de gusano.
R: No. De hecho, probablemente no existan. Lo que tenemos es una buena teoría. La teoría de la relatividad general de Einstein nos da una cierta idea de lo que debería cumplirse para que hubiese agujeros de gusano. Pero hay un par de problemas: Si quisiésemos tener un agujero de gusano, y quisiésemos mantenerlo abierto, necesitaríamos una cantidad negativa de energía. En grandes cantidades, la energía normalmente es positiva. Puede haber pequeñas fluctuaciones cuánticas que hagan que sea fugazmente negativa pero, en general, las energías son positivas.
Podemos imaginar un agujero de gusano de tamaño microscópico, que sería algo extraordinariamente fascinante, pero si lo que queremos es un agujero grande, por el que pueda pasar una nave espacial, es de suponer que se necesitaría una cantidad astronómica de energía para crearlo y mantenerlo abierto. Además, para empezar, ni siquiera sabemos cómo crear un agujero de gusano. Si tratásemos de hacerlo, probablemente colapsaría para dar lugar a un agujero negro, que no nos sería nada útil. No lo sabemos con certeza, pero lo más probable es que los agujeros de gusano no existan en la naturaleza.
P: ¿Qué le sucede al tiempo en el otro extremo de un agujero de gusano?
R: Imaginemos un agujero de gusano lo suficientemente grande y uniforme: sería un lugar donde el espacio tiempo es curvo, y el espacio-tiempo curvo equivale a la gravedad, y la gravedad puede aplastarnos hasta matarnos, o estirarnos hasta despedazarnos. Si el agujero de gusano es pequeño, es poco factible viajar a través de él, por lo que se necesita un agujero muy grande.
Aquí es donde la cosa se pone interesante. En relatividad, la idea de que el tiempo es el mismo para todo el mundo deja de ser válida. Cuando dos lugares del universo están separados por una gran distancia, la relatividad nos dice que debemos renunciar a la idea de la simultaneidad (que algo sucede al mismo tiempo aquí y allá). Si tenemos un agujero de gusano que conecta estos dos lugares, no hay manera de responder a la pregunta de si saldríamos en ese mismo instante. Depende de cómo dividamos el espacio-tiempo. Lo que Kip Thorne ayudó a desarrollar es la idea de que, si pudiésemos manipular los agujeros de gusano de una manera suficientemente drástica, podríamos de hecho viajar hacia atrás en el tiempo. Como el espacio y el tiempo están unidos en un espacio-tiempo tetradimensional, igual que tomamos un atajo de un punto del espacio a otro, con una pequeña variación podríamos tomar un atajo desde un instante a otro.
P: La otra sorpresa de la película es un agujero negro. La existencia de agujeros negros es algo más demostrable que la de los agujeros de gusano, ¿no es cierto?
R: Sí, es casi seguro que los agujeros negros existen. Disponemos de evidencias fiables en el mundo real. Tenemos datos astrofísicos que afirman que hay agujeros negros ahí fuera. Es posible que el centro de nuestra galaxia haya un agujero negro cuya masa es un millón de veces mayor que la del Sol. Pero si caemos en uno de ellos, moriremos. No son muy buenos para viajar.
P: ¿Qué es exactamente un agujero negro?
R: Un agujero negro es un lugar del universo donde el campo gravitatorio es tan extremo que, una vez que entramos en él, nunca más podremos salir de él. Nos veremos atraídos hacia un punto de densidad infinita —una singularidad— donde acabaremos aplastados.
P: ¿Qué experimentaríamos dentro de un agujero negro?
R: Depende de lo grande que sea. Cuanto más pequeño, más intensos son sus efectos, porque se llega antes a la singularidad. Si se trata de un agujero negro muy grande, puede que, en un principio, ni siquiera nos diésemos cuenta de que estamos dentro de él. Transcurirría mucho tiempo antes de alcanzar la singularidad. El proceso que experimentaríamos se conoce como «espaguetización». Si cayésemos con la cabeza por delante, la atracción gavitoria sobre ella sería más intensa que sobre nuestros pies, porque la cabeza está más cerca, de manera que la cabeza se iría separando de los pies y nos convertiríamos en un espagueti fino y alargado antes de acabar despedazados.
[…]
P: Aparentemente, el mundo de la mecánica cuántica le proporciona a la ciencia ficción perspectivas completamente nuevas de las cosas. Las reglas dejan de ser válidas y tenemos más posibilidades (como, por ejemplo, que las partículas al mismo tiempo existan y no existan).
R: Sí, pero los cineastas deben ser especialmente cuidadosos con esto. La mecánica cuántica es extraña y contraria al sentido común, y pueden suceder cosas disparatadas, pero en ella existen tantas reglas como en otros campos de la ciencia. Esa extrañeza parece una licencia para pasárselo bien, pero hay que reflexionar detenidamente sobre cuáles pueden ser las consecuencias.
Creo que muchos cineastas desaprovechan una oportunidad al no pensar como científicos. Tanto si una película cumple o no las reglas de la física, sí debe cumplir algún conjunto de reglas. Si no lo hace, no tendrá ningún interés.
Pregunta (Yahoo! Movies): ¿En qué medida la película se basa en ciencia válida y sólida, y hasta qué punto va más allá de la ciencia actual?
Respuesta (Sean Carroll): La idea de la dilatación temporal y de que el hecho de visitar las proximidades del agujero negro nos trasladaría de cierta manera al futuro, así como la apariencia del agujero negro y del agujero de gusano, es todo buena ciencia, muy respetable. El agujero de gusano en sí, la idea de que exista uno que conecta nuestra galaxia con otra, es más especulativo. Es plausible, es algo que las sólidas evidencias de que disponemos actualmente no permiten descatar.
Luego está la parte del final, donde entran de hecho en un agujero negro y utilizan un teseracto para visitar e influir sobre el pasado, y después de alguna manera vuelven a salir del agujero negro. Eso, en mi opinión, va mucho más allá de lo que podríamos considerar actualmente ciencia plausible. Pero las cosas que no sabemos con certeza son suficientes como para que siempre podamos decir «bueno, quién sabe…»
P: ¿Hay alguna teoría científica que podría hacer posible todo lo que sucede al final?
R: Creo que es básicamente magia. Pero algunas de las frases que dicen los personajes, si las entendí bien, se supone que indican que no era un fenómeno que ocurriese de manera natural, sino que lo había montado una especie mucho más avanzada que vive en un espacio-tiempo de más dimensiones y ha aprendido mucho sobre cómo manipular las leyes de la naturaleza.
Recordemos que en la película hay una breve discusión sobre cómo alguien podría realmente vivir en más dimensiones, y cómo verían el tiempo como un lugar que podrían visitar, al que podrían ir y volver. Imagino que se supone que debemos pensar que eso es lo que sucedió. No es simplemente que Matthew McConaughey cayese en un agujero negro, sino que una especie que sabe mucho más que nosotros nos está manipulando, y son capaces de hacer cosas que nosotros no sabemos cómo conseguir.
P: ¿La librería tenía algo de científico?
R: Creo que eso es completamente especulativo. Claramente, para que McConaughey pueda ver algo en absoluto, el único lugar del que puede proceder la librería y el teseracto es su propia imaginación, y eso no es algo que veríamos si usted o yo cayésemos en un agujero negro. Creo que debe ser algo construido artificialmente. Creo que el mayor acto de fe que la película nos exige es aceptar no solo que hay algunas leyes físicas que no comprendemos, lo cual es sin duda cierto, sino que existe una especie hiperavanzada distinta de la humana que ha aprendido a manipularlas y que aquí le echan una mano a nuestro héroe.
P: Entonces, está en el agujero negro, enviándole un mensaje a su hija mediante código Morse. Después, desaparece y lo vuelven a encontrar. ¿Cómo podría uno salir de un agujero negro, aunque sea de forma especulativa?
R: Creo que tengo una cierta idea, pero es algo que en la película no se desarrolla. Nos falta alguna información adicional. Recordemos que en varias ocasiones se hace referencia a las dimensiones adicionales y al «bulk». Esto tiene aquí una papel fundamental, del que nunca se llega a hablar explícitamente. La idea es que en nuestro mundo hay tres dimensiones espaciales y una temporal, cuatro en total, y quizá nuestro mundo sea como el extremo de un algún otro mundo que posee una dimensión adicional.
Así pues, podría existir un mundo con cuatro dimensiones espaciales y una temporal, y que nosotros nos encontremos en su borde. Y este universo pentadimensional es lo que los físicos llaman «espacio-tiempo bulk». Y si eso es cierto —que podría serlo o no—, entonces no solo hay agujeros de gusano, sino que existe otro tipo de atajo fuera de nuestro espacio-tiempo ordinario. Creo que la idea es especulativa, pero no absolutamente imposible. Si estamos limitados a nuestro espacio-tiempo de cuatro dimensiones, no podemos salir de un agujero negro, de su horizonte de sucesos. Pero, si tuviésemos esa capacidad, quizá sí podríamos escapar pasando a la dimensión adicional y volviendo aquí de nuevo.
Pero yo creo que a nuestro héroe, Cooper, básicamente lo rescataron después que un ser que vive en más dimensiones le proporcionase de alguna manera la capacidad de influir sobre el pasado a través del teseracto. Creo que esos seres lo rescataron sacándolo de nuestro universo tetradimensional ordinario hacia una quinta dimensión, y que luego de alguna manera lo devolvieron a nuestro mundo.
P: Anne Hathaway afirma en un momento dado que el amor es algo científico. ¿Qué le pareció eso como científico?
No me gustó. Ningún científico diría eso en la vida real. No es falso, pero no es lo que diría un científico, porque los científicos tienen mucho cuidado con el significado de las palabras que utilizan. Si uno quiere decir que el amor es una fuerza, puede ser cierto si se utiliza determinada definición de «fuerza», pero no sería la definición que utilizaría un físico. Sería una licencia poética que se permitirían los científicos.
Hoy en día se habla tanto de la innovación que el significado de la palabra se ha ido difuminando. Por eso, cuando me propuse escribir un libro sobre la revolución digital, decidí centrarme en varios ejemplos concretos de cómo tiene lugar la innovación en el mundo real. ¿Cómo llevaron a la práctica sus ideas los innovadores más imaginativos de nuestra época? ¿Por qué algunos tuvieron éxito y otros fracasaron? Aquí expongo cinco lecciones que extraje de mi investigación.
1. La conexión entre arte y ciencia
Cuando me embarqué en su biografía, Steve Jobs me dijo: «De niño, siempre me consideré una persona de letras, pero me gustaba la electrónica. Entonces leí algo […] sobre la importancia de las personas que podían ocupar el espacio de intersección entre las humanidades y las ciencias, y decidí que eso era lo que quería hacer.» Y eso hizo de él el innovador de mayor éxito de nuestra época.
La santa patrona de esta intersección entre arte y tecnología fue Ada King, condesa de Lovelace. Su padre fue el poeta Lord Byron, su madre una matemática aficionada, y Ada combinó ambas aspiraciones en lo que denominó «ciencia poética». En la década de 1830, se hizo amiga de Charles Babbage, que estaba desarrollando una calculadora denominada «máquina analítica». En un viaje por las Midlands británicas, Ada vio telares mecánicos que utilizaban tarjetas perforadas para producir hermosos patrones. Su padre, que era un ludita, había defendido a los seguidores de Ned Ludd, que estaban destruyendo estas máquinas porque sustituían a los trabajadores de los telares. Pero a Ada le encantaba esta asombrosa combinación de arte y tecnología, que un día tomaría la forma de una computadora.
Lovelace estableció las bases de lo que sería, un siglo más tarde, la era de las computadoras. La primera de ellas era que las máquinas serían capaces de procesar no solo números sino también cualquier otra cosa que pudiese expresarse mediante símbolos, como palabras, música o imágenes. «La máquina analítica teje patrones algebraicos como el telar teje flores y hojas», escribió. Pero introdujo la salvedad de que, por versátiles que llegasen a ser, las máquinas nunca sería capaces de pensar: «La máquina analítica no tiene ninguna pretensión de ser origen de nada», añadió. En otras palabras, en la combinación de las artes con la tecnología, el papel de los humanos sería el de aportar la creatividad y la imaginación.
2. La creatividad surge de la colaboración
Se suele pensar que las innovaciones surgen de un instante de inspiración en un garaje o en un desván. Pero eso no fue lo que sucedió en la era digital. La computadora e internet son dos de los inventos más importantes de nuestra era, pero pocos saben quién los inventó. No son obra de inventores solitarios susceptibles de aparecer en las portadas de las revistas o de incorporarse al panteón de los Edison, Bell y Morse, sino que la mayoría de las innovaciones de la era digital fueron obras colectivas.
Cuando hablamos de colaboraciones, enseguida pensamos en la de Steve Jobs y Steve Wozniak. Steve Jobs, un gran vendedor, la persona con el sentido del diseño y el brillo. Wozniak, capaz de crear un circuito asombroso con poquísimos microchips. Siempre hay que juntar a gente con mucha visión con personas capaces de llevar las cosas a la práctica.Esto también fue así para los primeros ordenadores. Gente como Presper Eckert, un gran ingeniero que trabajó con un visionario como John Mauchly. Estos nombres no los conoce tanta gente, porque no eran individuos aislados que pudiesen figurar en un panteón, o en la portada de una revista. Solían ser equipos de gente que trabajaba junta.De vez en cuando nos topamos con un innovador que no sabía cómo colaborar. Alguien como John Atanasoff, en la Universidad de Iowa State, que estaba ahí en un sótano, tratando de construir un ordenador con la ayuda de un solo estudiante de doctorado. Nunca logró que funcionasen los lectores de tarjetas perforadas, y cuando la Armada lo llamó a filas, la máquina se quedó allí en el sótano hasta que alguien decidió deshacerse de ella.
Si uno carece del respaldo de un equipo, si es incapaz de llevar a la práctica sus ideas, acaba en la papelera de la historia. Un gran equipo es aquel compuesto por muchos jugadores capaces de jugar en distintas posiciones, como un equipo de béisbol.Si pensamos en los padres fundadores de EEUU, entre ellos había personas apasionadas, como John Adams y su primo Samuel; personas muy brillantes, como Jefferson y Madison; personas de gran rectitud, como George Washington; y, por último, alguien como Benjamin Franklin, el «pegamento» que los unía a todos.
Ese es, en mi opinión, el tipo de equipo que se replica por ejemplo en Intel, con Gordon Moore, Robert Noyce y Andy Grove; o en los Laboratorios Bell, donde hay desde fantásticos científicos de la información a especialistas en trepar a los postes telefónicos que trabajan juntos como un equipo. Cuando pensamos en los equipos que crearon las grandes innovaciones de la era digital, vemos que no estaban formados por un solo tipo de personas, sino que reunían a gente con talentos muy diversos.
Por ejemplo, la computadora moderna. El debate sobre quién merece considerarse como su inventor aún continúa abierto: John Atanasoff, quien llevó a cabo sus trabajos en un sótano de la Universidad de Iowa State a principios de la década de 1940, o John Mauchly, que dirigió un equipo talentoso en la Universidad de Pennsylvania pocos años después. Atanasoff era un visionario solitario, lo que lo convierte en el favorito de los historiadores románticos; a Mauchly, por su parte, le encantaba ir de flor en flor como una abeja, recogiendo ideas y polinizando proyectos en lugares como los Laboratorios Bell, la Exposición Universal de 1939, RCA, las universidades de Dartmouth, Swathmore y, más adelante, la de Iowa State, donde tomó prestadas algunas ideas del propio Atanasoff.
Hasta qué punto Mauchly «robó» algunos de los conceptos de Atanasoff acabaría siendo objeto de una larga batalla legal, pero lo cierto es que, al recopilar ideas procedentes de toda una variedad de experiencias, el comportamiento de Mauchly seguía la tradición de los grandes investigadores. A diferencia de Atanasoff, Mauchly encontró un socio, J. Presper Eckert, que le ayudó a llevar a la práctica su visión, y reunió a un equipo amplio que contaba con decenas de ingenieros y mecánicos, además de un grupo de mujeres que se encargaban de las tareas de programación. El resultado fue ENIAC, la primera computadora electrónica de propósito general operativa en la práctica. La máquina de Atanasoff, sin embargo, aunque se construyó antes nunca se llegó realmente a poner en marcha, en parte porque no hubo ningún equipo que le ayudase a conseguir que funcionase el lector de tarjetas perforadas. Su computadora acumuló polvo en un sótano hasta que, cuando Atanasoff se incorporó a la Armada, se acabaron deshaciendo de ella pues nadie recordaba ya para qué servía.
3. La colaboración, mejor en persona
Uno de los mitos de la era digital es el de que todos podremos trabajar remotamente y colaborar por vía electrónica. Sin embargo, las innovaciones más importantes surgieron de gente que se reunía en persona, en cómodas butacas y no en páginas para chatear: mejor el Googleplex que los Google Hangouts.
Uno de los primeros ejemplos fueron los Laboratorios Bell durante los años treinta y cuarenta. En sus pasillos y cafeterías, los teóricos se juntaban con los ingenieros, experimentalistas, mecánicos curtidos e incluso operarios con las uñas mugrientas especialistas en trepar a los postes telefónicos. Claude Shannon, el excéntrico teórico de la información, se paseaba en bicicleta por los largos pasillos mientras hacía malabarismos e iba saludando a sus colegas. Una metáfora disparatada del fermento que se vivía en el ambiente.
Un grupo de estudio creado ex profeso se reunía cada semana para hablar de materiales semiconductores. Entre sus integrantes estaba un físico llamado William Shockley; un teórico cuántico, John Bardeen; y un hábil experimentalista, Walter Brattain. Bardeen y Brattain compartían espacio de trabajo, y ambos comentaban continuamente sus teorías y resultados experimentales, como un libretista y un compositor sentados al piano. Gracias a su toma y daca, encontraron la manera de manipular el silicio para fabricar lo que llegaría a ser el transistor.
Marissa Mayer, directora ejecutiva de Yahoo! (Imagen: The Next Web)
Los fundadores de Intel crearon un espacio de trabajo extenso, pensado para grupos, que fomentaba el contacto entre los empleados, desde Robert Noyce para abajo. Cuando Steve Jobs diseñó la nueva sede de Pixar, prestó una atención obsesiva a a manera de estructurar el atrio, e incluso a la ubicación de los aseos, para que se produjesen encuentros fortuitos entre el personal. Una de las primeras decisiones de Marissa Mayer como directora ejecutiva de Yahoo consistió en disuadir a sus empleados de trabajar desde casa, argumentando que «las personas son más colaborativas e innovadoras cuando trabajan juntas».
4. La visión sin capacidad de ejecución es mera alucinación
Las conferencias de tecnología están plagadas de visionarios deseosos de mostrar prototipos y PowerPoints, pero la historia solo recompensa a quienes crean productos reales.
Por ejemplo, AOL fue fundada por William von Meister, un extravagante emprendedor en serie que disfrutaba lanzando compañías y viendo hasta dónde llegaban. Fue uno de los pioneros de una nueva raza de innovadores que, impulsados por la proliferación de inversores de capital riesgo, proponían ideas deslumbrantes pero se aburrían cuando llegaba la hora de ponerlas en práctica. Habría llevado a AOL a la ruina, como había hecho con sus cinco empresas anteriores, de no ser por la intervención de Jim Kimsey, un disciplinado exsoldado, y Steve Case, un director de marketing con mucha sangre fría. Von Meister fue expulsado de la compañía, y Case la llevó a convertirse en el servicio online más importante de los años noventa. Robert Noyce y Gordon Moore, fundadores de Intel, fueron también grandes visionarios. Pero como gestores eran indulgentes, e incapaces de tomar decisiones complicadas, por lo que incorporaron a Andy Grove para que se encargase de los detalles prácticos.
El corolario es que la ejecución sin visión es estéril: cuando los equipos brillantes carecían de visionarios apasionados, como sucedió en los Laboratorios Bell tras la marcha de William Shockley en 1955, o en Apple en 1985, después de la expulsión de Steve Jobs, la innovación se resintió.
5. El hombre es un animal social
Sí, Aristóteles fue el primero en tomar conciencia de ello, pero es algo más cierto que nunca en la era de las comunicaciones. ¿Cómo si no explicar la banda ciudadana, la proliferación de los radioaficionados, o sus sucesores como WhatsApp o Twitter? Internet se ideó para permitir que los investigadores pudiesen hacer un uso compartido de recursos de computación remotos. Pero enseguida hubo gente que sacó provecho de ella para crear el correo electrónico, las listas de correo, los tablones de anuncios, los grupos de noticias, las comunidades online, los blogs, las wikis y los juegos. Los humanos aprovechamos prácticamente cualquier herramienta digital, tanto si se había diseñado para ello como si no, para crear comunidades, facilitar la comunicación, compartir cosas y para permitir el establecimiento de redes sociales. En palabras de William Gibson, escritor ciberpunk: «La calle da su propio uso a las cosas». Lo mismo sucede con la revolución digital.
En este vídeo (subtitulado en inglés y en español), Walter Isaacson, autor de la biografía definitiva de Steve Jobs, nos presenta a algunos de los protagonistas menos conocidos de su nuevo libro, Los innovadores, que traza la historia de las personas (y equipos de personas) responsables de la creación de dos tecnologías cuya convergencia ha sido fundamental para el advenimiento de la era digital en la que vivimos: el ordenador e internet.
Transcripción
Soy Walter Isaacson, autor de «Los innovadores». Quiero hablarles de algunos héroes olvidados, verdaderos innovadores poco conocidos que contribuyeron a definir la revolución digital.
Para mí, la primera sería Ada Byron Lovelace, la hija de Lord Byron. Su padre era un gran poeta romántico, pero su madre era matemática, y obligó a que Ada solo estudiase matemáticas, porque no quería que acabase pareciéndose mucho a su padre el romántico.
Ada Byron, condesa de Lovelace: la primera programadora. Fuente: Wikipedia.
Ada Lovelace captaba la conexión existente entre las humanidades, como la poesía, y la tecnología. Y al conectarlas fue capaz de imaginar cómo las tarjetas perforadas, que se utilizaban en los telares ingleses para tejer hermosos patrones, podrían usarse en máquinas calculadoras para permitir que, como Ada decía, pudiesen manejar cualquier cosa que se representase mediante símbolos, como música, arte, imágenes, e incluso poesía.
En mi opinión, ella es la primera de las heroínas olvidadas de la revolución digital.
Otro de los héroes olvidados es Robert Noyce. Alguna gente lo conoce como uno de los inventores del microchip, pero lo que también creó fue el concepto de empresa de Silicon Valley.
Primero creó Fairchild Semiconductor, y después Intel, con su amigo Gordon Moore y un tipo llamado Andy Grove, que realmente sabía cómo llevar las cosas a la práctica.
Andy Grove, Robert Noyce y Gordon Moore, fundadores de Intel. Fuente: Wikipedia
Tenían un espacio de trabajo amplio y diáfano. Sin jerarquías. Todo el mundo podía crear equipos y hablar con cualquiera. En Fairchild y luego en Intel, introdujeron mejoras en el transistor, inventaron el microchip (que permite grabar muchísimos transistores en una plancha de silicio) y, por último, el microprocesador (en el que toda la unidad de procesamiento de un ordenador cabe en un pedazo minúsculo de silicio), lo cual hizo posible el nacimiento del ordenador personal.
Uno de los más encantadores de los héroes olvidados de la era digital es Alan Kay. Kay era un personaje muy artístico. Le encantaban la música y las artes, pero era también un gran ingeniero y programador, y trabajaba en Xerox PARC.
Contribuyó al desarrollo de la idea del ordenador personal de mano. Lo llamó Dynabook, e imaginó que los niños de todas las edades lo usarían en la calle.
También contribuyó a crear la interfaz gráfica de usuario. En Xerox PARC, Kay y el resto del equipo inventaron el concepto de una pequeña papelera, donde deshacerse de lo que ya no fuese útil; o de las carpetas para organizar documentos. Todas esas ideas visuales que vemos tanto en los ordenadores de Apple como en los que usan Windows. Steve Jobs visitó Xerox PARC, quedó deslumbrado por Alan Kay y el resto del equipo, y así fue como surgió la primera interfaz gráfica de usuario de los ordenadores de Apple, que después incorporaron también el resto.
Entre los héroes olvidados de la era digital está también J. C. R. Licklider, quien merece el título de «padre de internet». Licklider trabajaba en sistema de aire-tierra, sistemas de defensa antimisiles, y comprendió que debían ser muy interactivos, que debían permitir que los operarios pudiesen hacer su trabajo frente a una consola. También comprendió la importancia de tener una conexión instantánea en red.
Licklider imaginó una red de ordenadores interactivos, y cuando pasó a trabajar para el gobierno, en el Pentágono, en lo que por aquel entonces se llamaba ARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados), propuso la posibilidad de compartir el uso ordenadores a través de una red. Y de ahí surgió ARPANET, la verdadera precursora de la internet actual.
(El vídeo está subtitulado en inglés y en español.)
Transcripción
La historia de la física es, en general, una historia de una confianza cada vez mayor. Durante 300 años, la física se ha dedicado a observar y medir cómo funcionan las cosas.
A principios del s. XVII, un italiano puso la bola en movimiento al dedicarse a medir bolas en movimiento. Galileo también midió péndulos y dejó caer objetos de distintos tamaños desde la torre inclinada de Pisa, para ver qué sucedía. Y, aunque irritó al Papa —al parecer, sus ideas habían enfadado mucho a Dios— , la obra de Galileo se convirtió en la roca sobre la que se erige la física moderna.
Después, a salvo de Papas iracundos, Isaac Newton fue más allá al abandonar las bolas y pasarse a las manzanas. ¿Por qué, se preguntaba, siempre caían hacia abajo, y no de lado o hacia arriba? En 1687 encontró la respuesta: era una fuerza, llamada gravedad, que afectaba a las bolas y a las manzanas. Y a los planetas, haciendo que trazasen órbitas predecibles alrededor del Sol.
En el siglo XIX, James Clerk Maxwell centró su atención en otros misterios. Demostró cuál es la relación entre electricidad y magnetismo, que se pueden combinar en una fuerza: el electromagnetismo. Y que la luz tenía partes eléctrica y magnética, y viajaba en forma de ondas, como el agua.
La física estaba en racha. Los nuevos descubrimientos se basaban en los anteriores, y algunos incluso tenían usos prácticos: las leyes de Newton predijeron la existencia de Neptuno. El trabajo de Maxwell nos proporcionó la radio y la tv, y no haya nada mucho más útil que eso. Parecía que los físicos habían logrado dominar el universo; y lo único que quedaba era tapar los huecos restantes.
Pero, a principios de s. XX, los huecos eran cada vez mayores. Y los nuevos descubrimientos no se basaban en los antiguos. Cosas como los rayos X y la radiactividad eran simplemente raras, en sentido negativo. No todo iba bien en el mundo de la física. El destacado científico Lord Kelvin veía oscuros nubarrones que se cernían sobre la física.
Entonces, en 1905, un técnico de patentes de Suiza desencadenó toda una tormenta. Albert Einstein, de 26 años, se salió del guion. Primero, afirmó que la luz es un tipo de onda, pero que también toma la forma de paquetes, o partículas. Ese mismo año, publicó su famosa ecuación, E = mc^2, que afirma que la masa y la energía son equivalentes. Y por si eso fuera poco, publicó también los asombrosos resultados de un experimento mental. Agárrense la cabeza.
Empieza suponiendo que la velocidad de la luz en el vacío es constante. Imaginemos que alguien ve una nave volando a toda velocidad. Lo que verían sería que los relojes en la nave marcan el tiempo más despacio que su propio reloj; y que la longitud de la nave disminuiría. Pero, para los astronautas en su interior, todo sería normal. Einstein decía que el tiempo y el espacio podían cambiar, que son relativos en función de quién los observa. Esto es la relatividad especial.
Puede que fuese especial, pero no era suficiente. Albert no había hecho más que empezar. A continuación, demostró que las bolas y las manzanas no eran las únicas cosas sujetas a la gravedad. La luz, el tiempo y el espacio también se veían afectados. La gravedad ralentiza el tiempo y curva el espacio. Cuanto más intensa es, más se curva el espacio y más se desvía la luz. Einstein lo denominó «relatividad general».
Sus ideas hicieron que la física tradicional saltase por los aires. Abrió la puerta al extraño mundo de la cuántica, donde los gatos pueden estar vivos y muertos, donde Dios juega a los dados, y donde todo es incierto.
Su famosa ecuación condujo a la energía nuclear. Sin la relatividad especial el Gran Colisionador de Hadrones no tendría sentido. La relatividad general predijo los agujeros negros y el Big Bang, una idea que ahora aceptan tanto la Iglesia como la ciencia. Algo que a Galileo le habría gustado ver. Bien hecho, Albert.
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