El universo invisible de la microbiota humana

Transcripción

La próxima vez que te mires al espejo, piensa en esto: en muchos sentidos, somos más microbios que humanos. Hay diez veces más células de microorganismos (bacterias, virus, hongos) que células humanas en y sobre nuestros cuerpos. En número de genes, la proporción es de cien microbianos por cada uno humano. Los científicos tienen un nombre para todos estos genes microbianos: la microbiota humano.

Esto hará que mucha gente salga disparada a lavarse las manos, pero resulta que la mayoría de estos microorganismos no son nocivos (gérmenes que provocan enfermedades). La mayoría son beneficiosos. Y, sin estos microbios buenos, parece que nuestros cuerpos no funcionan tan bien. Sin ellos, al parecer no estamos tan sanos, y enfermamos con más frecuencia. La pregunta es: ¿de dónde provienen nuestras microbiotas?

Pues, como muchas otras cosas, todo empieza con nuestras madres. Cuando el bebé recorre el canal del parto, queda marcado con los microbios de su madre. Al parecer, estos microbios plantan en el bebé la semilla adecuada que, combinada con las bacterias de la leche materna y otros microbios que recibimos en esos momentos iniciales, va tomando forma en nuestros primeros años de nuestras vidas. Esa combinación de nuestros microbios es muy personal, algo así coom una huella dactical, o quizá un tipo sanguíneo. Nuestros microbios suelen parecerse a los de nuestros padres y hermanos. Y pueden acompañarnos durante buena parte de nuestras vidas.

Pueden hacer todo tipo de cosas, como educar a las células del sistema inmunológico y enseñarles la diferencia entre las cosas que deben combatir –bichos malos que causan enfermedades–y las que no constituyen una amenaza, como nuestros microbios buenos. En la vida adulta, los microbios son nuestra primera línea de defensa, y combaten a los gérmenes que intentan invadir nuestro nuestros cuerpos, protegiendo su territorio al tiempo que protegen nuestra salud. Los científicos han descubierto que incluso son capaces de secretar sus propios antibióticos.

Los tipos de microbios en nuestro cuerpo varían dependiendo de dónde viven exactamente, como los distintos ecosistemas en la naturaleza. Hay lugares húmedos, como la boca, la nariz o las axilas. Lugares grasos, como el cuero cabelludo o la espalda. Y lugares secos, como el antebrazo. Distintas especies de microbios se han adaptado a cada uno de estos hábitats. El mayor y más importante de los cuales se encuentra en el intestino. Es el más complejo y diverso, y todo lo que los microbios hacen en otros lugares del cuerpo: combatir infecciones, acelerar o frenar la respuesta del sistema inmunológico, señalar células… Todo eso sucede a gran escala en el intestino. Incluso parece que contribuyen a regular nuestro metabolismo. Cuánta energía quemamos, cuánta grasa acumulamos. Así que, si por algún motivo no funciona bien (por lo que comemos, o los antibióticos que tomamos), eso puede dar lugar a todo tipo de enfermedades. Enfermedades como cáncer de colon, colitis, e incluso diabetes y obesidad.

Algunos científicos creen que una de las razones por las que muchas enfermedades están aumentando es porque hemos perdido algunos microbios clave en el intestino. Nuestras microbiotas son mucho menos diversos que los de quienes viven en países menos desarrollados, o los de las generaciones anteriores. ¿Recuerdas de dónde procede nuestra microbiota? (De nuestras madres al nacer, y de la leche materna.) Algunos científicos creen que hay demasiados bebés que no lo están recibiendo, porque se realizan demasiadas cesáreas, y cada vez se amamanta menos a los bebés, a lo que se suman todos los antibióticos que damos a los niños y nuestra obsesión con la limpieza.

Todo esto podría explicar por qué son tan comunes problemas como el asma y las alergias. Quizá sea porque la microbiota no le enseña al sistema inmunológico cómo debe funcionar. Puede que ingerir microbios buenos (probióticos) ayude a prevenir algunas enfermedades. Y lo mismo podría suceder con los prebióticos (básicamente, el alimento favorito de los microbios buenos).

Terminamos nuestra historia con un recordatorio. Estos estudios son muy recientes, aún nos queda mucho que aprender sobre la función de muchos de nuestros microbios. Pero los científicos dicen que cada vez está más claro que los minúsculos organismos que hay por todo el cuerpo son cruciales para nuestra salud y felicidad.

Fuente: Gut Bacteria Might Guide The Workings Of Our Minds | National Public Radio

Rosalind Franklin, descubridora del ADN

[Hoy, 16 de abril, se cumplen 55 años de la muerte de Rosalind Franklin, una de las codescubridoras del ADN, a la que la historia no le ha dado el reconocimiento que merece.  Para recordar su figura publicamos extractos del capítulo que María José Casado le dedica en su libro Las damas del laboratorio (Debate, 2006).]

Rosalind Franklin. Fuente: botoblog.com

[Rosalind] decide ir a la universidad para estudiar química, física y matemáticas. Quería ser científica y que su vida girase en torno a la ciencia. Le entusiasmaba el tema, se le daba bien y había escuchado por entonces al joven y brillante Einstein, que daba conferencias proclamando la satisfacción que daba el poner el corazón y la vida al servicio de la ciencia.

Aunque al padre de Rosalind no le gustaba, acabó aceptando la idea de que su hija fuese a la universidad. A los dieciocho años aprobó el examen de ingreso en física y química para entrar en Cambridge y eligió como residencia el Newnham College, uno de los dos colegios mayores para chicas que había. Entre los dos colegios se admitía un cupo de quinientas universitarias, lo que no superaba el 10 por ciento del total. Cambridge era lo mejor de Inglaterra para las matemáticas; allí había trabajado Newton y se había fundado el Laboratorio Cavendish con Maxwell, el físico que unificó las fuerzas eléctricas y el magnetismo.

Es decir, que cada cristal atravesado por el haz de rayos X deja una especie de huella de identidad o retrato, que sólo un experto puede interpretar. Estas manchas revelan cómo es la estructura de la molécula de un cristal y cómo están colocados sus átomos.

Rosalind se involucró sobre todo en las actividades deportivas y científicas que más le interesaban. Entró en los Archomedeans, una sociedad que daba conferencias de matemáticas sobre temas de vanguardia. En una de ellas conoció al profesor William Lawrence Bragg, que obtuvo el Nobel en 1915 junto con su padre, William Bragg, por demostrar que los rayos X permitían descubrir la estructura de los cristales. Así fue como tomó contacto con la cristalografía.

Dice la ley de Bragg que «en un cristal, por su naturaleza, los átomos tienen un orden interno, y cuando los atraviesa un haz de rayos X, estos átomos producen una difracción de los rayos —o sea, que los desvían— en unas direcciones concretas y dejan una impresión en una placa fotográfica en forma de manchas de unas determinadas formas que se pueden interpretar». Es decir, que cada cristal atravesado por el haz de rayos X deja una especie de huella de identidad o retrato, que sólo un experto puede interpretar. Estas manchas revelan cómo es la estructura de la molécula de un cristal y cómo están colocados sus átomos. Esto despertó enormemente el interés de Rosalind, que empezó a familiarizarse con el mundo de la materia extremadamente pequeña y en tres dimensiones […]

Si las nuevas técnicas para descubrir el mundo diminuto y hasta entonces invisible de la materia le fascinan, también lo hace el mundo mínimo de la materia viva, de la biología: la célula, las proteínas —que son los ladrillos de la célula—, las bacterias, los virus… La ciencia vive un momento fascinante en que pretende adentrarse en los misterios de las estructuras íntimas de lo que nos rodea y está buscando las herramientas y los métodos para llegar hasta ellas […]

Los avances de Rosalind en París y la posibilidad de que pudiera aplicar la cristalografía de rayos X a las sustancias biológicas fue el motivo de que en diciembre de 1950 John Randall, director del laboratorio del King’s College, le escribiera una carta en la que le encargaba ocuparse de una unidad de investigación, en la que sólo trabajarían ella y su ayudante, Gosling. Este último había sido hasta entonces el ayudante de Maurice Wilkins, un joven físico neozelandés que había colaborado en el Proyecto Manhattan y después trabajó en el ADN, aunque las imágenes que había obtenido eran bastante confusas. El campo que se brindaba a Rosalind era prometedor y el objetivo, apasionante.

James Watson, Francis Crick, Maurice Wilkins y Rosalind Franklin. Fuente: undsci.berkeley.edu

Por entonces algunos científicos consideraban la técnica de difracción de rayos X muy esperanzadora para aplicarla a la materia viva, después de ver su éxito con metales y minerales. Si se había conseguido conocer la estructura molecular de estos últimos, quizá también se podría descubrir cómo era la molécula de ADN, de la que se vislumbraba su gran interés en la herencia. Se sabía que era una molécula larga, muy grande y de estructura difícil de descubrir.

La había identificado en 1864 el bioquímico suizo Friedrich Miescher en los núcleos de las células, por lo que la llamó nucleína. Vio que contenía fósforo, un azúcar, la desoxirribosa, y que era un ácido, por lo que se llamará ácido desoxirribonucleico o ADN […]

Rosalind se instala en el King’s College en enero de 1951, donde monta su laboratorio. Maurice Wilkins estaba entonces de vacaciones, y cuando llega y ve el nuevo laboratorio, ampliamente mejorado, con la nueva investigadora, y que Gosling se ha convertido en ayudante de la recién llegada, no lo acepta y entre ellos surge un enfrentamiento desde el principio. La relación entre Wilkins y Rosalind será mala en el futuro, y al parecer Randall no interviene para deshacer equívocos, si los hubo. Wilkins dirá que no fue informado de los cambios por el director del laboratorio y que Rosalind era su ayudante, aunque fue contratada para resolver los problemas que Wilkins había dejado en punto muerto […]

Watson, doce años más joven que Rosalind, quiere conocer los resultados que han obtenido en el King’s. Saben que Rosalind tiene lo que ellos necesitan, porque ha dado algunas charlas en el King’s College. Wilkins, a espaldas de Rosalind, le enseña a Watson las fotos decisivas que ésta ha obtenido y cuyos resultados aún no ha publicado.

El joven investigador norteamericano James Watson había llegado a Cambridge para trabajar en el ADN en el Laboratorio Cavendish con Francis Crick, un físico y cristalógrafo, a su vez amigo de Wilkins. Watson y Crick no hacían investigación experimental, sino que abordaban el problema de la estructura del ADN basándose en los datos obtenidos por otros científicos y especulando con ellos, tras lo cual habían construido un modelo en tres dimensiones. Pero este modelo no respondía a la realidad, y cuando Rosalind lo ve descubre de inmediato los fallos y los expone. Este fracaso tiene como consecuencia que el jefe del Laboratorio Cavendish, Laurence Bragg, decida que Watson y Crick abandonen sus investigaciones sobre el ADN. Pero éstos no cejan en el empeño.

Watson, doce años más joven que Rosalind, quiere conocer los resultados que han obtenido en el King’s. Saben que Rosalind tiene lo que ellos necesitan, porque ha dado algunas charlas en el King’s College. Wilkins, a espaldas de Rosalind, le enseña a Watson las fotos decisivas que ésta ha obtenido y cuyos resultados aún no ha publicado. Según Watson atribuye a Wilkins, ella no sabía aportar nada positivo a lo que ya se sabía. Y añade que Wilkins vio la foto de la forma B y pudo ver claramente la forma helicoidal, pero que ella se negaba en redondo porque «era antihelicoidal».

Las notas manuscritas que deja Rosalind para sus conferencias no dejan lugar a duda: tenía muy claro lo que significaban las imágenes que había obtenido y sabía interpretarlas; tenía las claves del retrato de la molécula de ADN, incluidas sus medidas.

La realidad parece totalmente diferente, como registra su biógrafa Anne Sayre. Las notas manuscritas que deja Rosalind para sus conferencias no dejan lugar a duda: tenía muy claro lo que significaban las imágenes que había obtenido y sabía interpretarlas; tenía las claves del retrato de la molécula de ADN, incluidas sus medidas. Dicen las anotaciones de Rosalind: «Conclusión. Una gran hélice en muchas de las cadenas, los fosfatos en el exterior, puentes fosfato-fosfato entre las hélices, interrumpidos por moléculas de agua. Hay enlaces disponibles para proteínas» […]

Foto 51 (Rosalind Franklin)
Foto 51. Fuente: espello.blogaliza.org

Watson no es cristalógrafo, pero Crick lo es. Con la Foto 51 ven el cielo abierto, pues tienen en sus manos la evidencia experimental de la estructura del ADN. Con esta prueba consiguen el permiso para construir otro modelo que responda a la nueva información. Lo quieren hacer en pocas semanas, porque —según contará Watson en el libro La doble hélice— en Estados Unidos Linus Pauling, junto con su hijo Paul, están muy interesados en lo mismo y tienen otro modelo de hélice sencilla, con errores muy parecidos a los del Laboratorio Cavendish. Más tarde parece que tal competición no existió más que en la mente de Watson y Crick […]

La fiesta del Pub Eagle

El pub Eagle en Cambridge
El pub Eagle en Cambridge. Fuente: Wikimedia Commons.

Crick deduce de la foto que, al tener la molécula una estructura duplicada, si se desdobla cuenta con dos hélices idénticas y antiparalelas, lo que le hace pensar en la duplicación de la molécula: así tiene dos patrones para duplicar el original. Aquélla era la molécula de la herencia, la plantilla para hacer nuevos seres.

Cuando la molécula se replica las dos hélices se separan, se convierten en dos cadenas sencillas y cada una será el molde para formar una nueva molécula completa de ADN.

Watson y Crick intuyen que esa duplicación sugiere un mecanismo de copias perfectas del material genético. Es su gran día, el que ha pasado a la historia como el de la fiesta del pub Eagle, en que Crick anuncia que tienen en su poder la fórmula de la vida.

Su astucia se pone de relieve una vez más cuando tienen que demostrar a la comunidad científica que sus especulaciones tienen una base experimental; esa base es la investigación de Rosalind, de la que se van a servir de nuevo. En una conversación con el director de la revista científica Nature se pacta cómo se dará a conocer el gran descubrimiento de la estructura del ADN con un protocolo de artículos.

Artículo de Watson y Crick en la revista Nature, 25 de abril de 1953
Artículo de Watson y Crick en la revista Nature, 25 de abril de 1953. Fuente: www.bio.cmu.edu

El 25 de abril de 1953, Nature publica tres artículos con los grandes hallazgos de la biología con el único título de «Estructura molecular de los ácidos nucleicos». El primero, con la gran première, es el de Crick y Watson; el segundo es un artículo de Wilkins y el tercero, el de Rosalind. Este último ya lo tenía escrito semanas antes de la construcción del modelo, y en esta publicación conjunta parece simplemente que ratifica con su experimentación las teorías de los primeros, cuando en realidad era una parte básica del edificio […]

«No era ni tímida ni modesta, pero tampoco era jactanciosa. Expresaba sus opiniones con firmeza. Creo que la gente no estaba acostumbrada a esta actitud en una mujer y esperaba que se mostrase de otra manera, quizá de una forma más sumisa. Era muy racional y esperaba que prevaleciese la razón»

La última etapa de su vida profesional (1953-1958) transcurre en el Birbeck College, junto al investigador Bernal, un extraordinario científico que había estado trabajando tiempo atrás en el virus del mosaico del tabaco (VMT), tema complejo y bastante desconocido, pero de gran trascendencia en la agricultura. Bernal encarga a Rosalind que retome y dirija esta investigación pionera. Las técnicas cristalográficas que domina podían ser muy útiles aquí. Rosalind admira a Bernal por su inteligencia y talento como investigador, aunque no comparta sus ideas de comunista militante. Por otra parte, Bernal no discriminaba a las mujeres, reconocía su talento y a su lado podían trabajar y promocionarse. Rosalind investiga en un caserón resquebrajado por la guerra y lleno de goteras, de las que se protege con un paraguas abierto a modo de escudo. En 1954 aparece un nuevo colaborador, el joven sudafricano Aaron Klug, que será más tarde premio Nobel y presidente de la Royal Society de Londres. Inteligente y con gran personalidad, congenia a la perfección con ella. Observa y aprende cómo prepara las muestras para conseguir una difracción.

Francis Crick, Aaron Klug, Rosalind Franklin
De izqda. a drcha.: Anne Cullis, Francis Crick, Donald Caspar, Aaron Klug, Rosalind Franklin, Odile Crick y John Kendrew en la reunión de la Unión Internacional de Cristalografía celebrada en Madrid en 1956. Fuente: www.sciencedirect.com

Aaron describe así a su jefa: «No era ni tímida ni modesta, pero tampoco era jactanciosa. Expresaba sus opiniones con firmeza. Creo que la gente no estaba acostumbrada a esta actitud en una mujer y esperaba que se mostrase de otra manera, quizá de una forma más sumisa. Era muy racional y esperaba que prevaleciese la razón».

Allí Rosalind logra lo que considera su mayor éxito profesional y lo que más satisfacción le dio. No llega a obtener toda la estructura del virus, que se describirá doce años después de su muerte, pero sí obtiene con su ayudante Kenneth Holmes, los datos clave para saber que el virus tiene una estructura en hélice e incluso determinar los parámetros de esa estructura […]

No pudo saborear del todo el éxito que mereció, porque se lo quitaron en parte y sufrió la invisibilidad de otras muchas científicas; sin embargo, vivió lo suficiente para disfrutar con su trabajo y lograr otros resultados. Contribuyó de forma fundamental a uno de los descubrimientos más importantes del siglo, aunque quizá no llegó a vislumbrar hasta qué punto su contribución iba a ser importante

En julio de 1956, en que cumple treinta y seis años, alterna sus ponencias en Estados Unidos con una excursión al monte Whitney en California. En la ascensión siente fuertes dolores abdominales y, ya en Inglaterra, le diagnostican un cáncer. Rosalind no se derrumba, sino que sigue trabajando con entusiasmo y aceptando conferencias y trabajo de laboratorio a pesar de los dolores y la dificultad de subir los cinco pisos que tiene hasta la habitación donde trabaja. Recibe tratamiento contra la enfermedad y, cuando se agrava, la internan en el hospital oncológico de Marsden. Sabe que no hay solución pero aún confía en poder atender sus compromisos, concretamente su presentación en Leeds.

A propuesta de la Royal Society de Londres, en 1958 Rosalind monta una exhibición en la Exposición Universal de Bruselas, con la estructura del ADN y la de un pequeño virus. Al año siguiente publica su último trabajo, en la Faraday Society, compartido con Aaron Klug, «La estructura del ARN en el virus del mosaico del tabaco y otras ribonucleoproteínas».

Mientras se celebra el congreso que estaba preparando con la esperanza de poder asistir, Rosalind murió el 16 de abril de 1958. Seguramente, su enfermedad tuvo que ver con el hecho de haber trabajado con rayos X, al igual que le ocurrió a Marie Curie por la manipulación de sustancias radiactivas. Watson, Crick y Wilkins consiguieron en 1962 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por su descubrimiento de la estructura del ADN […]

No pudo saborear del todo el éxito que ella mereció, porque se lo quitaron en parte y sufrió la invisibilidad de otras muchas científicas; sin embargo, vivió lo suficiente para disfrutar con su trabajo y lograr otros resultados. Contribuyó de forma fundamental a uno de los descubrimientos más importantes del siglo, aunque quizá no llegó a vislumbrar hasta qué punto su contribución iba a ser importante. Luchadora apasionada, colocó un peldaño básico en el camino hacia los avances médicos y biológicos que hoy vislumbramos.

Watson, Crick y Wilkins consiguieron en 1962 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por su trabajo en el descubrimiento de la estructura del ADN, y aunque el nombre de Rosalind Franklin no se mencionó, ni se reconoció su contribución al descubrimiento de la estructura del ADN, ésta fue al menos comparable a la que tuvieron los galardonados. Aportó la radiografía de esa escalera por la que otros subieron hasta el reconocimiento.

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María José Casado es periodista especializada en temas de divulgación científica. Subdirectora de la revista Muy Interesante, lleva varios años publicando artículos y dando conferencias sobre las mujeres silenciadas en el campo de la ciencia destacando tanto su esfuerzo personal como las dificultades para prosperar en su trabajo científicos. Su libro Las damas del laboratorio, del que se han extraído los fragmentos precedentes, está publicado por la editorial Debate.

El petirrojo cuántico

A Jim Al-Khalili, profesor de física y otro de los grandes divulgadores científicos británicos, le tiene fascinado la posibilidad de que animales tan aparentemente ordinarios como el petirrojo europeo se sirvan de fenómenos como el entrelazamiento cuántico, que a los humanos tanto nos desconciertan y tanto nos cuesta controlar y reproducir, para orientarse en su migración anual a través de Europa. Aquí nos lo explica (subtítulos en inglés y en español):

Jim Al-Khalili en Twitter: @jimalkhalili

The Life Scientific, el programa de Al Khalili en la BBC Radio 4, donde entrevista en profundidad a científicos de diversas disciplinas.

Lynn Margulis, una científica revolucionaria

[Nota: Laura es profesora interina en un instituto, una «vendedora ambulante de amor a la ciencia, una de tantas», dice. Cada año, si tiene suerte —cada vez son mayores las trabas y las inseguridades—, lleva sus mercancías por distintos rincones de Cataluña. Pero no os dejéis engañar por su humildad, el género que les ofrece a sus alumnos es de primerísima calidad: está hecho a base de conocimiento y pasión. En este texto nos cuenta quién es la responsable de su amor por la biología.]

El pasado jueves, 22 de noviembre, se cumplió un año del fallecimiento de Lynn Margulis, la científica norteamericana que da nombre al laboratorio de ciencias del instituto. Una revolucionaria de la ciencia que también revolucionó mi curiosidad.

Así pues, ¿qué es la vida? Es un artístico caos controlado, un conjunto de reacciones químicas tan maravillosamente complejas que dio lugar al cerebro de los mamíferos que ahora, en forma humana, escribe cartas de amor y utiliza ordenadores de silicio para calcular la temperatura de la materia en el origen del universo

«¿Qué es la vida?», de Lynn Margulis y Dorion Sagan

En mi último año de instituto, una amiga de la familia me regaló el libro «¿Qué es la vida?», escrito por Lynn Margulis junto con su hijo, Dorion Sagan (sí, sí, su padre era Carl Sagan). En él leí por primera vez estas palabras: «La vida es un artístico caos controlado» y, ¡pum!, se abrió de par en par la puerta de mi curiosidad científica. ¿La vida, caos? Eso yo lo tenía que entender. Lo que Gerald Durrell había desencadenado con «Mi familia y otros animales», mi pasión por observar y comprender la naturaleza, tomaba ahora una dimensión más adulta. Decidí firmemente lo que quería ser de mayor: bióloga.

Ese mismo curso tuve una profesora de filosofía excepcional, Gabriela. Sus clases eran viajes trepidantes por el mundo del pensamiento, en las que encontré a muchas personas que, ya antes que yo (la falta de humildad adolescente es un defecto necesario para poder comerse el mundo), habían querido entender ese caos. Empecé a darme cuenta de que la biología era pura filosofía, que la ciencia era pensamiento, era una manera de intentar entender el mundo al alcance de todos. Cada vez lo tenía más claro.

La pregunta «¿Qué es la vida?» es, pues, una trampa lingüística. Para darle respuesta de acuerdo con las reglas gramaticales hemos de hacerlo con un sustantivo, el nombre de una cosa. Pero la vida en la Tierra se parece más a un verbo. Repara, conserva, crea y se sobrepasa a sí misma.

«¿Qué es la vida?», Lynn Margulis y Dorion Sagan

Así fue cómo, a finales de aquel 1996, comencé la carrera. Una carrera apasionante, decepcionante en ocasiones —no todos los biólogos conservan la chispa de la curiosidad— un viaje que duró años, rodeada de compañeros, compañeras y grandes profesores, de cuya mano fui esbozando la comprensión de la vida. Porque a la vida no la puedes acotar, no puedes decir: «aquí empieza esto, hasta aquí llega eso otro». Siempre rebasa los límites y, como dice Alessandro Baricco en su libro «Océano»: «Allí donde la naturaleza pone los límites, comienza el espectáculo».

Lynn Margulis, una científica revolucionaria | Por amor a la ciencia
Fuente: naturalezacantabrica.blogspot.com

Cada vez que me lo pregunto, lo tengo bien claro: volvería a estudiar la carrera de principio a fin.

En la universidad conocí de cerca ese reino que Margulis tanto amaba: el reino Monera, el de las bacterias, estos microorganismos vistos como enemigos de la higiene y causantes de tantas enfermedades. Del mismo modo en que Jane Goodall dedicó su vida al estudio y la conservación de los chimpancés, Margulis se erigió en defensora de las bacterias. ¡Las bacterias! Las primeras formas de vida, los primeros ensayos de caos controlado, las que llegaron y lo inventaron todo: la respiración, la fotosíntesis, la reproducción asexual, el intercambio genético; las que han llegado a todos los hábitats posibles del mundo… ¡¡¡y las que dieron lugar a la célula eucariota al vivir en comunidad!!! La primera vez que me explicaron la teoría endosimbiótica de Lynn Margulis me pareció un terrible cuento para niños: una bacteria devoraba a otra que se quedaba a vivir en su interior y trabajaba para ella. Finalmente, comprendí que cada célula eucariota es como una cooperativa en la que cada uno tiene su función, una simbiosis múltiple. Y la idea tuvo que ser muy buena, porque a partir de las primeras células eucariotas se originó la gran diversidad de formas en que la vida, artísticamente, puebla todo el planeta Tierra.

Lynn Margulis reclasificó los seres vivos y propuso los cinco reinos actualmente aceptados: Monera, Protoctista, Hongos, Plantas y Animales.

Margulis enfocó el problema de modo diferente y recurrió a la simbiosis, que ella describía: La simbiosis es la coexistencia, mediante un contacto físico, de dos o más especies diferentes de organismos durante la mayor parte de su vida. Ha sido un mecanismo fundamental de la evolución: para producir cambios evolutivos rápidos, las relaciones simbióticas que se convierten en permanentes son más eficaces que las mutaciones al azar. Por ejemplo, hay algas que, para colonizar lugares donde se alternan las condiciones de humedad y sequía, han establecido una asociación simbiótica con hongos que crecen a la orilla del mar y han formado líquenes costeros. Y si se privara a una vaca de los microorganismos que contiene su aparato digestivo, que la ayudan a digerir la celulosa, moriría de desnutrición en unas pocas semanas. El alga y el hongo, o la vaca y sus microorganismos, han expandido su ambiente estableciendo relaciones simbióticas permanentes e integradas.

Fuente: Endosimbiosis, Margulis y Darwin (laverdad.es)

Y, claro, está Darwin. Llegó el día en que comprendí que la teoría endosimbiótica se enfrentaba al propio Darwin y sus discípulos, los neodarwinistas, e incluso iba más allá. Qué mujer tan osada, ¡mira que discutir uno de los paradigmas más sólidos de la ciencia! Los neodarwinistas explicaban cómo evolucionaban las especies, partiendo, como única fuente de variabilidad genética, de las mutaciones que al azar generaban nuevas formas de resolver la vida. Y las mejores formas, las mejor adaptadas, se reproducían y dominaban sobre el resto. Por tanto, la competitividad, la ley del más fuerte, parecía imperar en la naturaleza. Y eso era muy del gusto de los personajes más siniestros de la historia del siglo XX, que se apropiaron de estas ideas para justificar atrocidades: los darwinistas sociales.

El darwinismo social generalmente utiliza los conceptos de lucha por la existencia y supervivencia de los más aptos para justificar políticas sociales que no distinguen entre quienes son capaces de mantenerse por sí mismos y quienes no pueden hacerlo. Esta manera de ver las cosas suele ser la que asumen los partidarios del capitalismo del laissez-faire, pero también ha dado pie a ideas como la eugenesia, el racismo científico, el imperialismo, el fascismo, el nazismo y la lucha entre grupos nacionales o raciales

Fuente: Darwinisme social (Viquipèdia)

Así pues, el descubrimiento de Margulis no solo tenía influencia en el campo científico, también rebatía ideas políticas y sociales, al romper con una idea individualista y feroz de la naturaleza humana. Esta mujer cada vez me caía mejor…

Hace ahora seis años, en 2006, tuve la suerte de poder ir a escuchar en directo a Lynn Margulis en una conferencia dentro del ciclo “Vida”, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), ante más de 600 personas. Fue fantástica. Nunca la había oído hablar y allí pude comprobar que, además de ser una gran científica, era gran maestra. Cuando terminó el acto, me acerqué a ella y le conté mi historia, cuánto me había influido su libro, por qué había estudiado biología… Además, le dije que había decidido ser profesora de biología y que ella había sido, a través de sus libros, mi mejor referente.

Fue un momento muy emocionante para mí, estuvimos charlando un rato y compartimos el placer de enseñar y la importancia de hacer llegar la ciencia a todo el mundo, para que pueda ser una herramienta de cooperación y progreso para todas las personas y poblaciones humanas. Naturalmente, salí de allí con su libro, gastado por los años y las lecturas, ¡dedicado y firmado!

Y aquí, en este instituto, se escribe el más reciente capítulo de mi interminable historia con Margulis: Cuál no sería mi sorpresa el primer día que entré aquí, al ver que el laboratorio donde pasaría tantas horas dando clase se llamaba ¡¡Lynn Margulis!!

[Podéis encontrar muchísima más información interesante sobre Margulis (en catalán, castellano e inglés) en este blog: La lectora corrent.]

Edward O. Wilson: Consejos para jóvenes científicos

Edward O. Wilson es considerado generalmente como la máxima autoridad mundial en el estudio de las hormigas. Wilson es también uno de los grandes divulgadores científicos, en buena medida por su capacidad para inspirar a quien lo lee o escucha, como queda de manifiesto en este vídeo de TED.com, grabado este mismo año, donde da una serie de consejos («los principios de Wilson») a los jóvenes científicos y a quienes, aún más jóvenes, todavía están a tiempo de decidirse a iniciar una carrera profesional en la ciencia:

Entre otros asuntos, Wilson le quita hierro (a partir del instante 4:50) a una de las barreras que han de superar muchos de los aspirantes a científicos: la «fobia» por las matemáticas, el lenguaje de la naturaleza. Y Wilson sabe bien de lo que habla:

«Durante 41 años enseñando biología en Harvard, observé con tristeza a estudiantes brillantes dar la espalda a la posibilidad de una carrera científica o incluso a tomar cursos de ciencia no obligatorios porque temían fracasar. Esta fobia a las matemáticas priva a la ciencia y a la medicina de una enorme cantidad de talentos absolutamente necesarios.

»[L]as matemáticas son un lenguaje como cualquier otro idioma verbal, con su propia gramática y su propia lógica. Cualquier persona con una inteligencia media que aprende a leer y escribir las matemáticas a un nivel elemental, como en los lenguajes verbales, no tendrá dificultades para comprender las reglas más básicas si decide dominar el lenguaje matemático de muchas disciplinas científicas. Cuanto más se tarde en adquirir al menos un nivel básico, más difícil será dominar el lenguaje matemático, como sucede con cualquier lenguaje verbal, pero es algo que se puede lograr a cualquier edad.

»Hablo como autoridad en la materia, porque soy un caso extremo. No estudié álgebra hasta mi primer año en la Universidad de Alabama. Antes de eso no se enseñaba. Y comencé a estudiar cálculo a los 32 años, siendo ya profesor titular en Harvard. Tenía como compañeros de clase a estudiantes a los que casi doblaba en edad; un par de ellos eran alumnos míos en un curso de biología evolutiva. Me tragué mi orgullo y aprendí cálculo.

»Descubrí que en la ciencia y en sus diversas aplicaciones, lo fundamental no es tanto la habilidad técnica como la imaginación en todas sus vertientes. La capacidad de formar conceptos a partir de las imágenes de entidades y procesos guiados por la intuición. Descubrí que los avances en ciencia pocas veces proceden de la capacidad de plantarse frente a una pizarra y conjurar imágenes a partir del desarrollo de proposiciones y ecuaciones matemáticas, sino que son el resultado de una imaginación que da paso a un duro trabajo, para el que los razonamientos matemáticos a veces son relevante, pero otras veces no.»

Wilson es un autor prolífico y reconocido, ganador en dos ocasiones del premio Pulitzer. Tras La conquista social de la Tierra (Debate, 2012), su libro más reciente en castellano es Cartas a un joven científico (Debate, 2014) (cuyas primeras páginas se pueden leer aquí).

Cartas a un joven científico, de Edward O. Wilson (Debate, 2014)

La conquista social de la Tierra, de Edward O. Wilson (Debate, 2012)

[Artículo actualizado el 20 de enero de 2014, para reflejar la publicación de Cartas a un joven científico.]