De matasanos a cirujanos. Joseph Lister y la revolución que transformó el truculento mundo de la medicina victoriana

Sobrecogedor e iluminador, De matasanos a cirujanos es el retrato de una época fundamental en la historia de la medicina, el periodo previo a la anestesia y la asepsia quirúrgica. Lindsey Fitzharris celebra en este libro –por el que ganó el Premio PEN/E. O. Wilson de literatura científica 2018– el triunfo de Joseph Lister, uno de los primeros visionarios de la época victoriana, cuyo propósito fue unir ciencia y medicina, catapultándonos así al mundo moderno.

Lindsey Fitzharris - De matasanos a cirujanos

De matasanos a cirujanos cuenta la fascinante y morbosa historia de la cirugía en el siglo XIX a través de Lister, el hombre que revolucionó la medicina, y gracias al cual la ciencia moderna es la que es. Desde una pierna rota que podía acabar en amputación, pasando por la peligrosidad de los partos, o tan solo una simple herida, las intervenciones quirúrgicas en el siglo XIX eran generalmente sinónimo de muerte.

«Con ojos para los detalles históricos y talento para la prosa, Lindsey Fitzharris nos cuenta uno de los momentos más estelares de la historia de la medicina: el desarrollo de la asepsia quirúrgica. De Matasanos a cirujanos es un libro espectacular, horriblemente delicioso y adictivo».
Ed Yong, autor de Yo contengo multitudes

Desde los lúgubres anfiteatros anatómicos del Renacimiento donde, gracias a una bula papal, se permitía diseccionar los cuerpos de algunos criminales, hasta la sala de operaciones del hospital University College de Londres en 1840 donde empieza esta historia, la cirugía era una práctica repulsiva y plagada de peligros. Debía evitarse a toda costa. La cirugía, como cuenta Lindsey Fitzharris, era siempre el último recurso, y solo se llevaba a cabo en casos de vida o muerte. El cirujano operaba con un delantal manchado de sangre, rara vez se lavaba las manos o los instrumentos, y llevaba a la sala el inconfundible olor a carne podrida al que los de su profesión se referían como «la vieja peste de hospital». De ahí que comenzara a conocérseles con el término de «matasanos».

Dentro de todo este desconocimiento general, también los cirujanos creían que el pus era una parte natural del proceso de curación en lugar de una señal de sepsis. De hecho, la mayoría de las muertes estaban causadas por infecciones postoperatorias. Sin embargo, no solo existía el problema de las desconocidas infecciones, sino que además era una época preanestésica. Los riesgos de shock y el dolor limitaban los tratamientos quirúrgicos antes de aparecer los anestésicos. Un texto quirúrgico del siglo XVIII dice: «Los métodos dolorosos son siempre los últimos remedios en manos de un hombre que sea verdaderamente capaz en su profesión; y son el primer recurso, o más bien el único, de aquel cuyo conocimiento se reduce al arte de operar». Sera un tiempo después cuando en 1847 Robert Liston, uno de estos pioneros de la historia de la medicina, hiciera popular el milagro del éter. Como explica la autora:

«Con el triunfo de Robert Liston con el éter, Joseph Lister acababa de presenciar la eliminación del primero de los dos principales obstáculos para una buena cirugía: podía efectuarse sin dolor. Inspirado por lo que había visto la tarde del 21 de diciembre, el muy perspicaz Joseph Lister pronto dedicaría el resto de su vida a dilucidar las causas y la naturaleza de las infecciones postoperatorias y a encontrarles una solución. A la sombra de uno de los últimos grandes carniceros de la profesión, comenzaría otra revolución en la cirugía».

La adopción del sistema antiséptico de Lister era el más visible signo externo de la aceptación de la teoría de los gérmenes por parte de la comunidad médica, y marcó el momento histórico en que la medicina y la ciencia se fusionaron. Junto a Louis Pasteur, revolucionaron algunos de los conceptos que hasta entonces manejaba la medicina. De hecho como explica la autora, Joseph Lister viajó a París en diciembre de 1892, para asistir a la gran celebración del setenta aniversario de Louis Pasteur. Cientos de delegados de todo el mundo se reunieron en la Sorbona para rendir homenaje al científico y expresar su admiración en nombre de sus respectivos países por el trabajo pionero que había realizado a lo largo de su carrera.

«En adelante, el predominio del conocimiento sobre la ignorancia y de la diligencia sobre la negligencia determinarían el futuro de la profesión. Los cirujanos se volvieron proactivos en lugar de reactivos frente a las infecciones postoperatorias. Ya no eran elogiados por su mano rápida con el cuchillo, sino reverenciados por ser cuidadosos, metódicos y precisos. Los métodos de Lister transformaron la cirugía de arte de carnicería en ciencia moderna, en la que las innovadoras metodologías recientemente ensayadas y contrastadas superaron a las prácticas trilladas. Abrieron nuevas fronteras a la medicina, permitiéndonos profundizar más en el cuerpo vivo, y en ese proceso salvaron cientos de miles de vidas».

En vísperas de una profunda transformación de la medicina, estos pioneros, conscientes de que las secuelas de la cirugía eran más peligrosas que las dolencias mismas, estaban desconcertados por las recurrentes infecciones que se producían tras las intervenciones y que mantenían las tasas de mortalidad obstinadamente altas. Pero, en un momento en que la cirugía no podría haber sido más peligrosa, una figura emergió inesperadamente de las sombras: un joven médico llamado Joseph Lister, que resolvería el mortal enigma de la causa de las infecciones y cambiaría el curso de la historia de la medicina.

Lindsey Fitzharris - De matasanos a cirujanos

En definitiva, tras la pista de un héroe perdido de la ciencia, Joseph Lister, este libro nos desvela el truculento mundo de la cirugía victoriana conjurando el ambiente de las primeras salas de operaciones y sus admirados «matasanos»: hombres sin miramientos, elogiados por su habilidad y fuerza bruta al operar, antes de la invención de la anestesia. A lo largo de estas páginas, Lindsey Fitzharris nos retrata el siniestro período comprendido entre 1850 y 1875, presentándonos a un elenco de personajes «algunos de ellos brillantes, otros directamente criminales», que frecuentaron las sucias escuelas de medicina y lúgubres hospitales donde aprendieron su oficio, las macabras morgues donde estudiaron anatomía, y los cementerios ocasionalmente saqueados en búsqueda de cadáveres que diseccionar.

Resistencia: Scott Kelly y su año en el espacio

«He aprendido que subir a un cohete que puede matarme es a la vez un enfrentamiento con la muerte y una aventura que me hace sentir más vivo que ninguna otra cosa que haya experimentado. He aprendido que la hierba huele de maravilla, que sentir el viento es asombroso y que la lluvia es un milagro.

He aprendido que seguir las noticias desde el espacio puede hacer que la Tierra parezca un remolino de caos y conflicto, y que ver la degradación ambiental causada por los humanos es desolador. He aprendido también que nuestro planeta es la cosa más hermosa que he visto nunca y que somos afortunados de tenerla.»

Con estas emocionantes palabras, con las que cierra su libro Resistencia, resume Scott Kelly la extraordinaria experiencia de permanecer en la Estación Espacial Internacional (EEI) 340 días, casi un año entero: 231.498,541 kilómetros recorridos. 10.880 amaneceres y anocheceres. 5.440 órbitas alrededor de la Tierra.

El 27 de marzo de 2015, Kelly llegó a la EEI con la misión de pasar prácticamente un año en el espacio, el mayor tiempo de permanencia fuera de la Tierra por parte de un ser humano hasta el momento. Los 340 días que iba a vivir sometido a la ingravidez, a la radiación y a los niveles elevados de CO2 habrían de servir para que las agencias espaciales determinaran si el cuerpo humano podría soportar un viaje a Marte. A tenor de la apasionante experiencia de este estadounidense, la respuesta es afirmativa. Estamos preparados para llegar al Planeta Rojo, aun cuando sea con dificultades.

Relato de una vida

Es a partir de esta sugerente premisa que surge Resistencia. Un año en el espacio, la narración en primera persona de la epopeya que supone permanecer todo un año en un entorno absolutamente hostil al ser humano, tiempo durante el que este hombre ha visto y vivido cosas que prácticamente ninguno de nosotros veremos o experimentaremos nunca. Pero Resistencia no es únicamente el relato de los 340 días que Scott Kelly pasó encerrado en los contenedores diminutos que forman la Estación Espacial Internacional, sino también la historia previa: el relato de un adolescente que siendo un desastre como estudiante decidió convertirse en piloto de un F-17 y, después, en comandante de uno de los aviones más complejos de la época: el transbordador espacial.

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Así fue como Scott Kelly se convirtió en astronauta y así fue como, después de tres misiones al espacio, recibió el encargo de pasar todo un año orbitando la Tierra. Conseguir que le asignaran ese trabajo no fue sencillo, principalmente por sus problemas de salud. Las ocasiones anteriores en que había abandonado la atmósfera -y, por tanto, en las que se había visto sometido a un exceso de radiación- le habían provocado problemas en la visión y, más importante, le habían generado un cáncer de próstata que no obstante logró superar gracias a la cirugía. Un historial médico que hacía inviable su elección para la misión. Sin embargo, Kelly tenía un as en la manga. Sugirió a sus superiores que él era el candidato ideal porque tenía un hermano gemelo (Mark, también astronauta) con quien podrían cotejar los cambios experimentados en su cuerpo tras pasar un año en el exterior.

Scott Kelly (izqda.) junto a su hermano Mark, también astronauta.
Scott Kelly (izqda.) junto a su hermano Mark, también astronauta.

El argumento era incuestionable. El hecho de que Kelly tuviera un «doble» en la Tierra permitiría a los científicos comparar la evolución física (incluso genética) del astronauta tras vivir todo un año en la Estación Espacial Internacional. Y eso era algo que ningún otro candidato podía ofrecer.

Cuando tenían cinco años, los gemelos Scott y Mark Kelly estaban frente al televisor en el momento en el que el primer hombre pisó la Luna: Neil Armstrong. Desde entonces, los dos supieron que querían volar al espacio. Pero, en el caso de Scott, hubo un segundo acontecimiento que habría de reafirmar aquel sueño infantil. Ocurrió cuando ya era un universitario. Un día cayó en sus manos un ejemplar de Elegidos para la gloria. Lo que hay que tener, de Tom Wolfe, y su lectura le impresionó tanto que decidió convertirse en piloto de la Marina.

Aquellos dos chavales provenían de una familia dominada por un padre alcohólico, maltratador y resentido que no les incentivó a conseguir sus objetivos, pero al mismo tiempo contaban con una madre que les enseñó a perseguir sus sueños. Y no fue poca la ambición de Scott Kelly, porque, siendo un pésimo estudiante y un pequeño diablo, se esforzó por entrar en la Marina y, más complicado todavía, por convertirse en piloto de un F-14.

Pero Scott Kelly no tenía suficiente con pilotar el mejor aparato del mundo. Quería más. Y sólo existía un avión por encima del F-14: el transbordador espacial. En 1995 rellenó la solicitud para convertirse en astronauta. En su mente vibraba la posibilidad de pertenecer a la primera generación que pisaría Marte y, aunque ese sueño quedó congelado con los presupuestos para exploración espacial, la construcción de la EEI dio nuevas alas a su imaginación.

Scott Kelly participó en tres misiones espaciales antes de instalarse en la EEI durante 340 días: viajó al espacio para realizar una reparación de emergencia del telescopio Hubble, llevó material de repuesto a la Estación Espacial Internacional y permaneció 159 día en esa misma estación. De esta última misión regresó con problemas oculares y con un cáncer de próstata (los astronautas tienen 30 veces más de posibilidades de generar un cáncer que el resto de los mortales) que logró superar sin grandes consecuencias físicas.

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Antes de iniciar su cuarta misión, Scott Kelly tuvo ocasión de charlar con Alan Gross (el trabajador social encarcelado en Cuba bajo la acusación de trabajar para la CIA), quien le dio un consejo para permanecer todo un año encerrado en la EEI: «Me sugirió que mientras estuviese en el espacio debía contar hacia arriba -los días que llevaba allí- en lugar de hacia abajo el número de días que me quedaban para volver. “Se te hará más fácil así”, me dijo. Y eso fue exactamente lo que hice».

Un año en el espacio

Tras despedirse de su pareja y de sus dos hijas adolescentes, Kelly viajó a Rusia, en concreto a la conocida como «ciudad de las estrellas», para embarcar en la Soyuz junto al comandante Gennady Padalka y a su compañero de misión Mijaíl Kornienko. El 27 de marzo de 2015 se acoplaron a la Estación Espacial Internacional, donde les esperaban los tres astronautas que ya estaban allí y que formarían parte de los trece compañeros con quienes Kelly convivió durante los 340 días que duró la misión.

«A diferencia de los primeros tiempos de los vuelos espaciales, cuando lo que contaba era la habilidad del pilotaje, a los astronautas del siglo XXI se nos elige por nuestra capacidad para llevar a cabo numerosas tareas de distinto tipo y llevarnos bien con los demás, sobre todo en circunstancias estresantes y en espacios reducidos durante largos periodos de tiempo».

Este fue uno de los experimentos científicos más delicados que Kelly llevó a cabo durante su año en el espacio…
Este fue uno de los experimentos científicos más delicados que Kelly llevó a cabo durante su año en el espacio…

Como Kelly ya había estado en la EEI anteriormente, una de las primeras impresiones que recibió cuando entró de nuevo en aquel receptáculo fue, curiosamente, una reminiscencia: la del olor.

«A medida que se disipa el olor a espacio, empiezo a detectar el olor característico de la EEI, tan familiar como el del hogar de mi infancia. Este olor se debe en su mayor parte a los gases que emite el equipamiento y todo lo demás, y es lo que en la Tierra llamamos olor a coche nuevo. Aquí es tan intenso porque las partículas de plástico están en ingravidez, como sucede también con el aire, y se inspiran con cada respiración. Hay también un ligero olor a basura y un tufillo de olor corporal. Aunque sellamos la basura lo mejor que podemos, solo nos deshacemos de ella cada varios meses, cuando llega una nave de reabastecimiento que, una vez vaciado el cargamento, se transforma en camión de la basura».

Scott Kelly es un astronauta práctico y concienzudo. No es un hombre que se entretenga reflexionando sobre la condición humana o sobre la existencia de Dios, sino un piloto que, tan pronto como se instala en la EEI, dedica su tiempo al mantenimiento del equipamiento y a los más de cuatrocientos experimentos (todos relacionados con la gravedad) que le han encomendado.

«Al principio de mi carrera como astronauta no tenía claro si quería volar en la Estación Espacial Internacional: la mayor parte de lo que hacen los astronautas en la estación es ciencia. A fin de cuentas, soy piloto. El objetivo que me había llevado a convertirme en astronauta era pilotar aeronaves cada vez más exigentes, hasta que llegué al aparato más difícil de pilotar de todos: el transbordador espacial. Diseccionar un ratón dista mucho de aterrizar con el transbordador especial».

Con todo, a medida que pasaban los días, las semanas y los meses, su condición humana se fue imponiendo, y a lo largo de sus memorias el astronauta desliza algunos comentarios cargados de poesía. Especialmente significativas son sus alusiones a la nostalgia, que se dan en tres ocasiones. La primera aparece cuando se da cuenta de que echa de menos la naturaleza:

«Cuesta explicar a quienes no han vivido aquí hasta qué punto se echa de menos la naturaleza. En el futuro existirá una palabra para nombrar la clase particular de nostalgia que sentimos por los seres vivos».

La segunda, cuando observa la Tierra desde una de las ventanillas del contenedor espacial en el que ya lleva meses viviendo:

«Aunque aquí arriba todo es estéril e inerte, sí tenemos ventanas que nos ofrecen unas vistas fantásticas a la Tierra. Es difícil describir la experiencia de mirar al planeta desde arriba. Siento como si conociese la Tierra de una manera más íntima que la mayoría de la gente: el litoral, la orografía, las montañas y los ríos».

Y la tercera cuando, quedando ya pocos días para su regreso a la Tierra, siente nostalgia por el lugar que está a punto de abandonar.

«Pienso también en lo que echaré de menos de este lugar cuando esté de vuelta a la Tierra. Es una sensación extraña, esta nostalgia anticipada, nostalgia de cosa que aún me están pasando cada día y que, con frecuencia, como justo ahora, me molestan».

Por suerte, Scott Kelly no es un hombre que se deje llevar por los sentimientos, algo que podría traerle serios problemas en un lugar tan apartado del mundo como es la Estación Espacial Internacional. Sabe que debe mantenerse frío para no enloquecer, así que se concentra en su trabajo y obedece las instrucciones que, cada cinco minutos, le envían desde el centro de mando. De hecho, cuando siente que la moral le flaquea, echa mano al único libro que ha traído (Endurance. El legendario viaje de Shackleton al Polo Sur, de Alfred Lansing) y se da cuenta de que su aventura es incluso menos peligrosa que la emprendida por los grandes exploradores del siglo XIX. O se concentra en el trabajo para evitar que los pensamientos negativos inunden su mente. Así, se pasa los días haciendo ejercicio, controlando los niveles de CO2, arreglando el sistema de evacuación de residuos (el retrete), recibiendo a las naves de reabastecimiento de suministros y haciendo experimentos científicos con ratones, plantas o incluso consigo mismo.

«Aunque tengo los ojos cerrados, cada cierto tiempo iluminan mi campo de visión unos destellos cósmicos debidos al impacto de la radiación con mis retinas que crea la sensación de luz».

Pero, si algo resulta especialmente emotivo para el lector de sus memorias, sin duda son los paseos espaciales. Scott Kelly tuvo que salir al exterior en dos ocasiones y, cuando se encontró flotando con la Tierra a sus pies, no pudo evitar que el poeta que todo astronauta lleva en su interior hiciera acto de presencia.

Scott_Kelly-Resistencia-paseo_espacial

«La inmensa cúpula azul de la Tierra se cierne sobre mi cabeza como un planeta extraterrestre cercano en una película de ciencia-ficción, y da la impresión de que podría caer sobre nosotros. Por un momento, me siento desorientado. Me pregunta dónde tengo que buscar el punto de sujeción, una pequeña anilla a la que enganchar la correa de seguridad, pero no sé en qué dirección hacerlo».

En definitiva, el gran triunfo de Resistencia es que no solo nos explica los grandes retos a los que se enfrenta la exploración espacial –algo que, por otro lado, esta obra hace de forma apasionante, lo que ya constituye un gran mérito de por sí–, sino que además destila una emocionante humanidad. En sus memorias, Scott Kelly nos revela cuáles fueron los retos más extremos que tuvo que afrontar en su misión: los devastadores efectos corporales, el total y absoluto aislamiento de todas las comodidades terrestres o los catastróficos riesgos de chocar contra basura espacial, pero sobre todo ello prevalece el testimonio más emocional, el relato rebosante de humanidad, compasión, sentido del humor, entusiasmo y determinación de este héroe moderno. Un relato ejemplar, al cabo, sobre el triunfo de la imaginación, la fuerza de la voluntad humana y las maravillas infinitas de la galaxia.

Scott Kelly: Resistencia. Un año en el espacio | Por amor a la ciencia

¡Las chicas son de ciencias!

Hoy, 11 de febrero, celebramos el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (en 11defebrero.org se pueden consultar las actividades organizadas en toda España con tal ocasión). ¿Sabes cuántos descubrimientos científicos debemos a las mujeres?

Irene_Civico_Sergio_Parra-Las_chicas_son_de-ciencias-portada_cientificas_3Aunque en los libros de historia parezca que las ciencias son cosa de hombres, de eso nada: desde Agnodice, la primera médica conocida de la historia, hasta Rosalind Franklin, la química que descubrió la estructura del ADN, pasando por Vera Rubin, la astrónoma que vio lo que nadie veía, las mujeres han sido pioneras en ciencias desde el inicio de los tiempos. Y aun así, ¿podrías nombrar al menos a diez chicas guerreras que lo petaron en el mundo de las ciencias?

Si no puedes, tranqui. Aquí (¡y en el libro Las chicas son de ciencias, claro!) tienes 25 ejemplos de supercientíficas que demuestran que las chicas y los laboratorios son una buena combinación:

Irene_Civico_Sergio_Parra-Las_chicas_son_de-ciencias-cientificasTodo el mundo sabe que Marie Curie fue una pionera del estudio de la radioactividad y ganó dos premios Nobel en dos disciplinas distintas, que Jane Goodall dedicó su vida a estudiar los chimpancés o que Valentina Tereshkova fue la primera mujer en viajar al espacio. Sin embargo, quizá pocos se dan cuenta de la hazaña que supuso su  reconocimiento pues, hasta hace relativamente poco, las mujeres tenían un acceso estrictamente restringido a la educación o directamente nulo.

Si la comprensión y la explicación del mundo y la naturaleza es ya de por sí complicada, ¿cómo sería sin formación, sin apoyos y con multitud de barreras infranqueables para el sexo femenino?

Emmy Noether, la matemática más importante de la historia
Emmy Noether, la matemática más importante de la historia

Y aun así, a Marie, Jane y Valentina se sumaron muchas otras mujeres valientes e increíbles que no por ser menos conocidas merecen menos respeto y admiración. Con su perspicacia, inteligencia y con una determinación fuera de lo común en su época lograron revolucionar el campo de la ciencia con sus asombrosos descubrimientos o colaboraron activamente en teorías revolucionarias que han cambiado para siempre la historia del mundo.

Desde Grace Hopper, la matemática que creó un lenguaje para hablar con los ordenadores, hasta Dorothy Crowfoot-Hodgkin, la bioquímica que descubrió la estructura de la penicilina y la insulina, pasando por María Teresa Toral, la química española que desafío a Franco o Maryam Mirzakhani, la primera científica en ganar la Medalla Fields, el «Nobel de Matemáticas», las mujeres han sido pioneras en ciencias desde el inicio de los tiempos.

Stephanie Kwolek, la científica que paraba las balas
Stephanie Kwolek, la científica que paraba las balas

Las chicas son de ciencias descubre a los lectores y lectoras de toda edad y condición 25
biografías apasionantes de mujeres que, con su constancia, su sudor y su intelecto, allanaron el camino a las futuras ingenieras, químicas, biólogas, matemáticas, médicas, astrónomas, físicas… Y que siguen inspirando hoy a nuestros pequeños y pequeñas para construir un mejor mañana.

Maryam Mirzakhani, la primera científica en ganar el «Nobel de Matemáticas»
Maryam Mirzakhani, la primera científica en ganar el «Nobel de Matemáticas»

Inge Lehman fue la sismóloga que nos llevó al centro de la tierra, y Henrietta Leavitt, la astrónoma que nos permitió medir el universo. Todas ellas y muchas más, hasta un total de 25 mujeres que revolucionaron el mundo de la ciencia, aparecen en Las chicas son de ciencias, un libro que demuestra que la ciencia y las mujeres combinan a la perfección.

¿Quién dijo que las chicas no eran de ciencias?

Siddhartha Mukherjee: El gen. Una historia personal

El oncólogo indo-estadounidense Siddhartha Mukherjee (Nueva Delhi, 1970), profesor de Medicina en la Universidad de Columbia en Nueva York, se dio a conocer en 2010 con su primer libro, El emperador de todos los males, una biografía del cáncer (sobre el que también escribimos aquí), éxito internacional de crítica y ventas por el que recibió el Premio Pulitzer de no ficción.

Siddhartha Mukherjee – El emperador de todos los males

Su nuevo libro, El gen. Una historia personal, puede considerarse en cierto modo una «precuela» del primero, tal y como explica James Gleick en su reseña:

Tal como hizo con su historia del cáncer, El emperador de todos los males (2010), ganadora del premio Pulitzer, Mukherjee contempla el asunto desde una distancia grande y clarificadora, pero también de un modo íntimo. Distintos fragmentos de su propia historia familiar enmarcan el relato: su primo y dos de sus tíos «padecían diversos trastornos de la mente», y el espectro de la enfermedad mental, supuestamente heredada o heredable, persigue a su familia y lo obsesiona. Estos libros forman una magnífica pareja. El emperador de todos los males es, como señala Mukherjee, la historia de la secuencia genética estropeada, conducente al cáncer. El nuevo libro, por tanto, le sirve de precuela.

[Reseña de El gen por James Gleick en El Cultural]

El propio Mukherjee lo expresa así:

Este libro es la historia del nacimiento, el desarrollo y el futuro de una de las ideas más poderosas y peligrosas de la historia de la ciencia: el «gen», la unidad fundamental de la herencia y unidad básica de toda la información biológica.

Y aclara:

Este libro son en realidad tres libros. Uno es la historia científica de la genética, de cómo se sucedieron los descubrimientos científicos. El segundo libro dentro del libro es la historia cultural y social de la idea de la herencia. El tercer libro es mi historia personal y familiar. La clave es entrelazarlos como una triple hélice. Y si piensas en la estructura de este libro, la primera parte es historia, la segunda es futuro.

[Entrevista con Ernest Alós en El Periódico]

Siddhartha Mukherjee – El gen. Una historia personal

Los cambios acelerados que está viviendo la genómica son uno de los motivos que han llevado a Mukherjee a profundizar en ella en El gen:

Mientras escribo esto, organismos dotados de genomas están aprendiendo a cambiar las características hereditarias de organismos dotados de genomas. Me refiero a lo siguiente: solo en los últimos cuatro años, entre 2012 y 2016, hemos inventado tecnologías que nos permiten modificar de manera intencionada y permanente genomas humanos (aunque la seguridad y la fidelidad de esta «ingeniería genómica» aún deben ser cuidadosamente evaluadas). Al mismo tiempo, la capacidad de predecir el futuro de un individuo partiendo de su genoma ha avanzado de modo espectacular (aunque todavía se desconoce la verdadera capacidad predictiva de estas tecnologías). Ahora podemos «leer» genomas humanos, y también «escribirlos», de una manera que era inconcebible hace apenas tres o cuatro años.

De hecho, tanto del propio libro como de las entrevistas que concedió recientemente en su visita a España (ver Más información), queda claro que a Mukherjee le preocupan profundamente que no estemos en condiciones de apreciar las consecuencias que pueden derivarse de estas nuevas capacidades que estamos adquiriendo como especie:

Tampoco creo que tengamos una comprensión humanística sobre el tipo de mundo en el que viviremos una vez que empecemos a llevar a cabo este tipo de manipulaciones. ¿Qué pasaría si estas tecnologías solo estuviesen disponibles para la gente rica? Tendríamos una sociedad que no solo estaría divida por una brecha económica sino que las nuevas tecnologías crearían una subclase genética. Me parece que ese peligro es enorme. No soy pesimista sobre el poder de utilizar estas tecnologías genéticas tan potentes para curar importantes enfermedades, pero también creo que todos deberíamos parar a pensar antes de avanzar con demasiada ligereza hacia ese futuro.

[Entrevista con Daniel Mediavilla en El País]

Pero El gen tiene también una faceta mucho más íntima, que explica su subtítulo («Una historia personal»). En su familia se han dado varios casos de enfermedades mentales, que han afectado profundamente a Mukherjee, y lo han llevado a tratar de entender en qué medida podrían tener origen genético:

[E]ste libro es también una historia muy personal, una historia íntima. El peso de la herencia no es, en mi caso, una abstracción. Rajesh y Jagu están muertos. Moni se encuentra internado en un psiquiátrico de Calcuta. Pero sus vidas y defunciones han tenido una mayor repercusión en mi forma de pensar como científico, investigador, historiador, médico, hijo y padre de lo que posiblemente habría podido imaginar. Apenas pasa un día en mi vida adulta en que no piense en la herencia y la familia.

Y lo más importante es que estoy en deuda con mi abuela. Ella no superó —no pudo superar— la pena que le causaba su herencia, pero abrazó al más frágil de sus hijos y lo defendió de la voluntad de los fuertes. Soportó con estoicismo los reveses de la historia, pero los reveses de la herencia los soportó con un estoicismo aún mayor; una entereza que nosotros, sus descendientes, solo podemos tener la esperanza de emular. A ella le dedico este libro.

Aquí pueden leerse las primeras páginas de El gen. (Y aquí, las de El emperador de todos los males.)

Más información:

Siddhartha Mukherjee: Pronto curaremos enfermedades con una célula, no con pastillas | Charla TED

Reseña de El gen por James Gleick en El Cultural«El gen. Una historia personal»

Entrevista en El País“El acceso a la genética podría crear una clase social superior”

«El siglo de la genética», artículo de Milagros Pérez Oliva en El País

Entrevista en El Periódico: «Podemos crear una clase alta y una clase baja genéticas»

Entrevista en El Punt Avui: “Els científics no hem de fixar els límits”

Artículo en Núvol“Estem preparats èticament i moral per a la mutació genètica?”

Entrevista en Efe Salud: “No creo en la inmortalidad, pero seremos capaces de clonarnos”

Siddhartha Mukherjee en Twitter: @drsidmukherjee

Web de Mukherjee: siddharthamukherjee.com

Mukherjee habla sobre genética con David Remnick, director de The New Yorker (podcast): Siddhartha Mukherjee Talks Genetics With David Remnick

César Hidalgo: El triunfo de la información

El físico chileno César Hidalgo (@cesifoti) es profesor asociado de Media Arts and Sciences en el MIT y dirige el grupo de Aprendizaje Colectivo dentro del famoso Media Lab, donde su trabajo se centra en mejorar la comprensión de los sistemas mediante el uso y el desarrollo de conceptos relacionados con la complejidad, la evolución y el análisis de redes, con el objetivo de ayudar a entender mejor el proceso de evolución de la prosperidad y así contribuir al desarrollo de políticas industriales que puedan ayudar a los países a elevar el nivel de vida de sus ciudadanos.

César Hidalgo, autor de «El triunfo de la información»
César Hidalgo, autor de «El triunfo de la información»

La editorial Debate acaba de publicar en España su libro El triunfo de la información (escrito originalmente en inglés con el título de Why Information Grows), en el que Hidalgo trata de alcanzar una nueva definición del concepto de crecimiento económico que trascienda las ciencias sociales y preste más atención a la ciencia de la información, las redes y la complejidad que ambas suponen. Así lo explica él mismo al comienzo de su libro:

El universo está compuesto de energía, materia e información, pero es esta última la que lo hace interesante. Sin ella, el universo sería una sopa amorfa. Carecería de las formas, las estructuras, los órdenes aperiódicos y las disposiciones fractales que le dotan tanto de su belleza como de su complejidad.

Pero la información escasea. Se oculta en rincones desde donde combate el inexorable avance del universo hacia el desorden: el aumento de la entropía. Este libro trata del crecimiento de la información y de los mecanismos que le permiten crecer a pesar de la entropía. Entre estos se cuentan los procesos naturales que hacen que se origine, así como los mecanismos sociales y económicos que contribuyen a su crecimiento acelerado en la sociedad. Esta obra trata pues del crecimiento de la información —el crecimiento del orden físico— que hace que nuestro planeta sea excepcional, rico y dispar, de los átomos a las economías.

Buena parte del libro se centrará en nuestro planeta y en nuestra especie. El motivo para ello es que, desde una perspectiva cósmica, la Tierra es un lugar especial. Sabemos de muchos lugares en el universo que concentran más materia y energía que nuestro planeta, pero no conocemos ninguno con una mayor concentración de información. Las estrellas de neutrones son tan densas que una cucharada de ellas pesa más que el Empire State. Los agujeros negros son tan masivos que retuercen la geometría del espacio. La energía también es extraordinariamente abundante en los miles de millones de estrellas que iluminan nuestra galaxia, pero no lo es tanto en nuestro planeta. Así pues, lo que hace que la Tierra sea especial no es una singularidad de materia o energía, sino una singularidad de información: ella es a la información lo que un agujero negro es a la materia y una estrella a la energía. Nuestro planeta es el lugar donde la información se concentra, crece y se oculta en un universo que por lo demás es inhóspito.

Pero ¿de dónde proviene la información? ¿Por qué se concentra en nuestro planeta, y cómo la vida favorece su crecimiento? ¿Cuáles son los mecanismos sociales y económicos que facilitan el crecimiento de la información en la sociedad? ¿Por qué nuestra capacidad de acumular información depende de la información que ya hemos acumulado? ¿Y cómo el crecimiento de la información afecta nuestras disparidades económicas y sociales?

En las páginas siguientes aprenderemos qué es la información, de dónde procede y por qué crece. Aprenderemos sobre los mecanismos naturales, sociales y económicos que contribuyen a que la información se rebele contra la entropía. Aprenderemos sobre los mecanismos que ayudan a que la información triunfe en pequeñas batallas, imponiéndose, estoica, en la única verdadera guerra que se libra en el universo: la que enfrenta al orden contra el desorden, la entropía contra la información.

Pero Hidalgo no ha parado ahí: este 2017, publicó online (en inmyshoes.info) los ocho episodios que componen la primera temporada de una especie de reality show sobre su vida tanto personal como profesional como «científico de la complejidad»:

Con In My Shoes, Hidalgo quiere dejar claro que la realidad cotidiana de alguien como él tiene muy poco que ver con la imagen estereotipada que mucha gente tiene de un científico:

Siempre buscando nuevos retos, Hidalgo ya se plantea rodar una segunda temporada usando tecnología de realidad virtual, tal y como cuenta en este episodio del podcast El Método, del periodista español afincado en Nueva York Luis Quevedo:

 

Más información:

El triunfo de la información. La evolución del orden, de los átomos a las economías

Fragmento inicial del libro

Web de César Hidalgo

Web de In My Shoes

César Hidalgo en Wikipedia (en inglés)

Sean Carroll intenta explicar qué pasó en «Juego de tronos»

[AVISO: Este artículo destripa parte del quinto episodio de la sexta temporada de Juego de tronos, titulado El portón (The Door).]

El final del último episodio de la serie de la cadena HBO Juego de tronos dejó a muchos de sus espectadores tan desconcertados que la gente de la web TechInsider recurrió a Sean Carroll, físico teórico en Caltech y autor, entre otros, de Desde la eternidad hasta hoy. En busca de la teoría definitiva del tiempo, para que le aclarase qué era lo que había pasado.

Sean Carroll, junto a la portada de «Desde la eternidad hasta hoy»

Esto es lo que les contó Carroll (traducción del artículo original de TechInsider):

En el episodio de Juego de tronos emitido en Estados Unidos el 22 de mayo de 2016, por fin conocimos, a través de una visión warg de Bran Stark el desgarrador origen de las limitaciones de Hodor con el lenguaje.

También se nos hizo pedazos el cerebro ante ese retorcida situación con viajes en el tiempo de por medio: Bran se encontraba físicamente en el presente pero viajó al pasado mientras controlaba a Hodor tanto en el presente como en el pasado, lo que hizo que el Hoder del pasado se convirtiese en el Hodor del presente.

Para ayudarnos a recomponer nuestra maltrecha mente —y entender qué diablos sucedió con Bran y Hodor en ese árbol— TechInsider habló con Sean Carroll, físico teórico en Caltech especializado en el estudio del tiempo.

«Bran está en dos lugares al mismo tiempo; o, mejor dicho, en dos tiempos al mismo tiempo», nos dijo Carroll.

Juego de viajes en el tiempo

Bran Stark sorprendido | Por amor a la ciencia
HBO

Desde la raíz del árbol del cuervo de tres ojos, Bran observa la Invernalia de varias décadas atrás, y allí ve a un Hodor preadolescente al que aún se le conoce como Wylis.

Pero cuando, en el presente, una horda de espectros liderada por los caminantes blancos se abalanza sobre su escondite, los poderes de Bran crean un puente entre los dos momentos en el tiempo.

«Él está en el pasado con el joven Hodor, y de alguna manera se establece una conexión entre el joven Hodor y el Hodor del momento presente —explica Carroll—. No se sabe cómo, el miedo a que los zombies los atrapeny la tensión de la huida se le transmiten al joven Hodor, que sufre un ataque.»

Guau. Hodor, Hodor.

«El joven Hodor está teniendo la sensación de estar sosteniendo el portón, y eso le está provocando un ataque, tras el cual solo puede decir “Hodor”» —continúa Carroll—. Pasa más tarde al servicio de los Stark, y después se convierte en la misma persona que envía esa sensación mental a su yo más joven.»

Entonces, ¿alteró Bran el curso de la historia en Poniente?

«En pocas palabras: no alteró el pasado, sino que afectó al pasado —precisa Carroll—. Solo hay un pasado, y solo un Hodor que sufrió ese ataque.»

Una manera aún más breve de resumirlo, que además nos complace mucho escribir, es esta: Este episodio también dejó confuso a un físico teórico que estudia el tiempo. «Es una locura total y absoluta», concluye Carroll.

Por suerte, dedicó un rato a explicarse con más detalle.

No hay ninguna paradoja

Wylis/Hodor en pleno ataque | Por amor a la ciencia
Helen Sloan/HBO

Los viajes en el tiempo chocan con ciertas nociones muy básicas que los humanos tenemos sobre el tiempo y el lugar que nosotros ocupamos en él; a saber, los conceptos de causa y efecto.

«Curiosamente, una vez que se permiten los viajes en el tiempo en nuestro universo, en lugar de decir que todo lo que sucede tiene un origen —explica Carroll—, lo que pedimos es que todo sea coherente, y que todo es en realidad información que circula por el tiempo sin un origen.»

Esto es lo que se conoce como un bucle causal consistente. Alguien de un momento temporal posterior regresa para alterar eventos del pasado, pero esto es coherente con cómo se desarrollan los eventos posteriores, que dan lugar a ese futuro desde el que los viajeros temporales vuelven al pasado.

Comparemos esto con un bucle causal inconsistente como el de Regreso al futuro [Back to the Future]. Las acciones de Marty y Doc en el pasado cambian el curso de la historia y provocan alteraciones a través del tiempo en una fotografía familiar. A diferencia de un bucle consistente, esto —junto a la idea clásica de «convertirnos en nuestros propios antepasados»— sí que es una paradoja debida a los viajes en el tiempo.

Helen Sloan/HBO
Helen Sloan/HBO

¿Y qué nos dice el puente que crea Bran entre los dos instantes sobre el libre albedrío? Como vimos en este episodio reciente, Hodor no tenía ninguna alternativa. Pero ¿y Bran, cuyas acciones condujeron a la alteración de la secuencia temporal?

«[Bran] posee libre albedrío en el sentido de que, si no sabe lo que va a suceder, tiene posibilidad de elegir —explica Carrol—. Pero, una vez que ha sucedido, nadie tiene libre albedrío.»

Dicho de otro modo, Bran tenía posibilidad de elegir hasta que eligió.

«Desde el punto de vista de un físico, uno posee libre albedrío en la medida en que puede decidir entre distintas opciones —añade Carroll—. Pero, en el sentido de que dichas decisiones deben ser coherentes, no lo tiene.»

Así pues, por muy desgarrador que sea de ver, Wylis siempre iba a acabar siendo Hodor. Sin desearlo, sacrificó tanto su mente cuando era niño como su cuerpo de adulto para salvar a Bran. Todo ello porque Bran Stark, al jugar con el tiempo, decidió poner en marcha ese bucle temporal que cancelaba cualquier otra posibilidad.

FuenteWe needed a theoretical physicist to explain this mind-boggling moment in ‘Game of Thrones’ | TechInsider

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