Randall Munroe: ¿Qué pasaría si…?

Randall Munroe construía robots para la NASA cuando empezó a publicar en internet los hombres de palo que han acabado convirtiéndose en la seña de identidad de su famoso webcómic, xkcd. (Hay una versión parcial en español.)

La gente empezó a comprar camisetas y otras mercancías relacionadas con el cómic, hasta el punto de que, en un momento dado, Munroe tuvo que plantearse optar por uno de los dos trabajos y llegó a la conclusión, de que «era más fácil dibujar historietas en las que aparecieran robots que construir robots basados en cierta manera en el contenido de las historietas». Desde entonces (2006), Munroe viene publicando con regularidad sus viñetas, que se caracterizan por una muy característica combinación de humor algo gamberro y espíritu geek.

Científico vs. no científico. Fuente: xkcd.com (Randall Munroe)
Viñeta de xkcd.com.

No en vano, Randall estudió física en el prestigioso MIT. Fue durante su estancia allí cuando un amigo le habló de un programa para impartir clases de física a chavales de secundaria, y se dio cuenta de que estos se interesaban mucho más por lo que les contaba cuando usaba ejemplos reales, y no los típicos de una bola rodando por un plano inclinado, que simplifican la realidad (y la solución) pero le restan interés al problema.

Pero esto no es algo que les pase solo a los jóvenes: a todos nos intrigan cuestiones de lo más variopinto e incluso disparatado, alejadas por completo de los trillados ejercicios de los libros de texto.

De hecho, a lo largo de los años Munroe ha recibido multitud de preguntas de sus lectores, que van desde lo sorprendente («¿Cuántas piezas de Lego harían falta para construir un puente que fuese capaz de conectar el tráfico desde Londres hasta Nueva York? ¿Se han fabricado tantas piezas de Lego?») a lo absurdo («Estoy discutiendo con un amigo cuánto podría alguien correr sobre lava antes de morir, y hemos pensado que tú podrías ayudarnos a salir de dudas»).

Munroe cuenta que empezó respondiendo en privado a estas cuestiones de sus lectores, pero acabó llegando a la conclusión de que el mundo sería un lugar mejor si compartía el fruto de sus trabajos de investigación con todos ellos. El resultado es ¿Qué pasaria si…?, publicado recientemente en español por la editorial Aguilar. Un libro que hace honor a su subtítulo –que no tiene desperdicio–: «Respuestas serias y científicas a todo tipo de preguntas absurdas», y en el que recoge, acompañadas de sus ilustraciones, sus minuciosas y a menudo desternillantes explicaciones.

Randall Munroe, autor de «¿Qué pasaría si…?» | Por amor a la ciencia
Randall Munroe, autor de ¿Qué pasaría si…? (Aguilar, 2017).

«Me encantan las matemáticas, porque nos permiten partir de algo que sabemos y, a través de cálculos y estimaciones, usando un ordenador o simplemente lápiz y papel, llegar a saber cosas de lo más extrañas y de las que no teníamos ni idea.»

Algunas de las preguntas le resultaron tan desconcertantes o desagradables que ni siquiera se atrevió a tratar de darles respuesta. Son las que aparecen en el libro agrupadas en las secciones tituladas «Preguntas extrañas (e inquietantes) de la bandeja de entrada de ¿Qué pasaría si…?». He aquí algunos ejemplos: «¿Sería posible que mis dientes alcanzasen una temperatura tan fría que se hicieran añicos al beber un café caliente?», «¿Es posible llorar tanto que te deshidrates?», «Si la gente tuviera ruedas y pudiera volar, ¿cómo la diferenciaríamos de los aviones» «¿A qué velocidad tiene que correr un humano para ser cortado por la mitad a la altura del ombligo con un hilo para cortar queso?», «¿Cuál es el valor nutricional total (calorías, grasas, vitaminas, minerales, etcétera) del cuerpo humano medio?», «Si ahorraras toda una vida de besos y utilizaras esa potencia de succión en un solo beso, ¿cuánta fuerza de succión tendría ese beso?». O también esta otra: «Podrías sobrevivir a un maremoto si te sumergieras en una piscina excavada en el suelo», a la que acompaña la siguiente gráfica, demoledora:

¿Qué pasaría si…?, de Randall Munroe | Por amor a la ciencia

Más información sobre el libro:

¿Qué pasaría si…? Respuestas serias y científicas a todo tipo de preguntas absurdas, de Randall Munroe (Aguilar, 2017)

Fuentes:

Entrevista con Randall Munroe en Science Friday

Entrevista con Randall Munroe en NPR

Lewis Dartnell: Abrir en caso de apocalipsis

Una pandemia incontrolable, el impacto de un meteorito, o quizá una guerra nuclear; por el motivo que sea, el mundo que conocemos ha desaparecido y los escasos supervivientes deben comenzar de cero. ¿Cuáles son los conocimientos fundamentales necesarios para reconstruir nuestra civilización? Tras recoger lo poco lo poco que queda, ¿cómo se puede empezar a producir lo esencial? ¿Cómo cultivar alimentos, generar electricidad, preparar medicinas o extraer metal de las rocas? ¿Se puede evitar una nueva edad oscura y aprovechar los atajos para conseguir de nuevo el desarrollo?

Esta es la premisa de la que parte Lewis Dartnell, astrobiólogo de la Universidad de Leicester, en su nuevo libro, Abrir en caso de apocalipsis, «una guía rápida para reiniciar la civilización».

Abrir en caso de apocalipsis, de Lewis Dartnell | Por amor a la ciencia
Lewis Dartnell, autor de Abrir en caso de apocalipsis, fabrica una cocina de tiro invertido.

Abrir en caso de apocalipsis es al mismo tiempo un texto de referencia para rearrancar la civilización tras el apocalipsis y un recorrido por las tecnologías del mundo actual, fruto de más de 10.000 años de civilización, y que la inmensa mayoría de nosotros utilizamos casi como si fuesen mágicas, sin tener ni idea de cómo funcionan ni mucho menos aún cómo regenerarlas en caso de catástrofe.

Lejos de ser un texto derrotista, Abrir en caso de apocalipsis apela a la capacidad de resistencia de la humanidad si somos capaces de hacer frente a las dificultades partiendo del conocimiento de las ciencias naturales y de la comprensión de cómo funcionan las tecnologías contemporáneas.

Lewis Dartnell - Fotografía primitiva
Esta imagen de Dartnell, tomada mediante una cámara rudimentaria sobre una placa de vidrio y revelada utilizando un método sencillo que se explica en el libro, podría usarse como tarjeta postal del mundo postapocalíptico.

De hecho, uno de los aspectos más peligrosos de nuestras cómodas vidas modernas, explica Dartnell, radica en que han provocado que nos desvinculemos de los procesos básicos que nos sostienen, así como del conocimiento de las premisas científicas básicas que nos podrían permitir aprender las cosas por nosotros mismos: el conocimiento está distribuido en una red de millones de personas, cada una de las cuales sería incapaz siquiera de producir algo tan aparentemente sencillo como un lápiz.

En su «manual para el reinicio» Dartnell descompone las tecnologías necesarias hasta llegar a un nivel a partir del cual podríamos volver a poner en marcha nuestra civilización, y hace un recorrido por los cimientos de aspectos como la agricultura, la medicina, los materiales (unpacks technologies down to a level from which we could start again. He covers the foundations of areas like agriculture, medicine, las sustancias y materiales (como la arcilla, los metales o el vidrio), los transportes o las comunicaciones.

Con frecuencia, los consejos de Dartnell se basan en una combinación de conocimiento científico y recursos rescatados de la catástrofe. Y se pueden organizar en procesos encadenados, en los que los productos de uno sirven como punto de partida para el siguiente.

Por ejemplo, en esta célula de electrolisis para obtener agua potable a partir de agua de mar, fabricada con una batería de vehículo. Como Dartnell explica en el vídeo, uno de los productos de la electrolisis del agua salada es gas de cloro que, combinado con óxido de calcio o con bicabornato, permitiría producir lejía, algo que resultaría muy útil para fines higiénicos o para obtener agua potable.

O en este otro en el que Dartnell fabrica con un par de latas una cocina de tiro invertido, que permite quemar combustible con una gran eficiencia y podría utilizarse –como ya se hizo durante la Segunda Guerra Mundial– como fuente de energía para impulsar automóviles e incluso tanques usando madera:

Más información:

Abrir en caso de apocalipsis (Biblioteca de Por amor a la ciencia) (primeras páginas del libro).

Entrevista con Lewis Dartnell en El País  (11 de marzo de 2015): “Hemos perdido gran parte de nuestra capacidad para sobrevivir”.

Guías rápidas:

Cómo fabricar una cocina de tiro invertido (inglés) (vídeo).

Cómo abrir una lata sin abridor (vídeo).

Cómo hacer fuego con objetos cotidianos (vídeo).

Cómo producir electrolisis (vídeo).

La catedral de Turing: Los verdaderos padres de la computación

(Esta entrevista con George Dyson, historiador de la tecnología y autor de La catedral de Turing, se publicó originalmente en The Observer el 26 de febrero de 2012.)

Hace tiempo, una «computadora» era un ser humano, normalmente femenino, que llevaba a cabo los cálculos que le asignaban hombres trajeados. Entonces, en los años cuarenta del siglo pasado, algo sucedió: las computadoras pasaron a ser máquinas electrónicas. Este cambio tuvo consecuencias asombrosas: en última instancia, dio lugar a una tecnología que llegó a formar parte indisociable de nuestras vidas a finales del siglo XX y principios del XXI, y que ahora es indispensable. Si los miles de millones de ordenadores en los que se sustentan nuestros sistemas de apoyo industrializados (la mayoría de los cuales pasan inadvertidos) dejasen súbitamente de funcionar, nuestras sociedades tardarían muy poco en paralizarse por completo.

Por ello, las cuestiones sobre la procedencia de esta fuerza prometeica son fascinantes, tan interesentes a su manera como los orígenes de la Revolución Industrial. Y, como sucede con la mayoría de estas cosas, disponemos de un mito de creación, que parte de Alan Turing y su idea de «una única máquina capaz de computar cualquier secuencia computable» para a continuación bifurcarse en dos vertientes. Una es la británica, que pasa por la computadora «Colossus» construida en Bletchley Park por Tommy Flowers, colega de Turing durante la guerra, para permitir descifrar los códigos Enigma alemanes. La otra versión es estadounidense, arranca con la construcción del ENIAC en la Universidad de Pennsylvania en 1943 y pasa por la industrialización de esta tecnología a través de compañías como Univac e IBM, que construyeron los enormes ordenadores mainframe que configuraron las industrias de mediados del siglo XX. Ambas versiones convergen posteriormente con la entrada en escena de Xerox, Apple, Intel y Microsoft, y acaban conduciendo a un mundo en el que encontramos un ordenador dentro de prácticamente cualquier objeto.

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En su notable libro La catedral de Turing, el historiador de la ciencia George Dyson se propone darle un lavado de cara revisionista a este mito de creación. Dyson centra su atención en un reducido grupo de matemáticos e ingenieros que, bajo la dirección de John von Neumann, trabajaron en el desarrollo de la bomba de hidrógeno en el Institute for Advanced Study (IAS) situado en Princeton, Nueva Jersey (pero no en la Universidad de Princeton). Este grupo no solo construyó una de las primeras computadoras que plasmaba la visión de Turing de una máquina universal sino que –lo que es más importante– definió los principios arquitectónicos de un «ordenador de programa almacenado» de propósito general en los que se basan todos los ordenadores posteriores. El argumento de Dyson, resumido torpemente, afirma que debería ser la máquina del IAS, y no el ENIAC o el Colossus que la precedieron, la que tuviese la consideración de fuente y origen del mundo moderno.

Parece técnico –y lo es– pero el relato que nos ofrece Dyson de cómo se concibió y se construyó la máquina de Von Neumann es un hermoso ejemplo de narración tecnológica (tan bueno, a su manera, como The Soul of a New Machine, el libro de Tracy Kidder sobre la creación de una minicomputadora de Data General, o Insanely Great, de Steven Levy, que cuenta la historia de cómo vio la luz el Macintosh de Apple). Pero, como Dyson es una especie de erudito encubierto, La catedral de Turing es mucho más que una crónica del progreso ingenieril: incluye fascinantes digresiones en la historia y la física de las armas nucleares, los cimientos de la lógica matemática, las ideas matemáticas de Hobbes y Leibniz, la historia de la predicción meteorológica, los trabajos pioneros de Nils Barricelli sobre vida artificial y muchísimas otras cosas interesantes.

Las circunstancias de su nacimiento y su temperamento le proporcionaron a Dyson una posición de privilegio desde la que abordar este proyecto. Su padre, Freeman, es un físico teórico de renombre; su madre, Verena Huber-Dyson, también es matemática; y su hermana, Esther, es una destacada inversora y pensadora tecnológica. De niño, George vivió en el IAS, porque su padre ocupaba uno de los preciados puestos de catedrático en la institución. Huyó de ese intenso entorno a los 16 años y acabó en la Columbia Británica construyendo káyaks empleando un diseño tradicional. En los años transcurridos desde entonces, Dyson ha oscilado entre la fabricación de canoas y el estudio de la historia de la tecnología. Su libro de 1997, Darwing Among the Machines, es una de las reflexiones más profundas que he leído sobre lo que implica disponer de una capacidad de computación distribuida y conectada en red.

La catedral de Turing es un digno sucesor de ese libro previo. Tras terminar de leerlo, le escribí a Dyson para explorar algunas de las ideas que me habían llamado la atención. Esta es una transcripción editada de nuestra conversación por vía electrónica.

John von Neumann junto a la máquina del IAS. Fuente: IAS.
John von Neumann junto a la máquina del IAS. Fuente: IAS.

John Naughton: ¿Por qué se embarcó en el proyecto del libro? Es una tarea descomunal.

George Dyson: Cuando empecé, no tenía ni idea del trabajo que supondría, pero pensaba que se subestimaba el papel del trabajo ingenieril que se llevó a cabo en el IAS. Y, aunque utilizaba ordenadores, no los entendía del todo, y la única manera de comprender algo realmente pasa por entender sus comienzos.

J. N. : Pero el trabajo ingenieril no es lo único minusvalorado. Tras terminar el libro, volví a repasar las historias «populares» aceptadas de la computación digital, y parece como si la máquina del IAS prácticamente se hubiese borrado de ellas. En la mayoría de esas historias, la narración comienza con el ENIAC en Pennsylvania y el Colossus que se construyó en Bletchley Park. Pero estas no eran computadoras de programa almacenado, y por consiguiente no eran realmente los antepasados de los ordenadores que utilizamos actualmente, mientras que la máquina del IAS sí que lo era. ¿Estaba usted intentando rescatar la arquitectura de Von Neumann del olvido al que había sido relegada por la historia dominante?

G. D. : La respuesta a su pregunta tiene varios niveles. En primer lugar, el libro no trata sobre la «primera» computadora. Es un intento de contar la historia de lo que sucedió realmente, no de determinar quién fue el «primero» (a excepción de Turing, en el sentido matemático).

En segundo lugar, hay un detalle importante en la historia: el grupo de Von Neumann diseñó la máquina del IAS, y desarrolló el código que se ejecutaría en ella, pero sufrió un retraso de dos años debido a problemas con el hardware. Durante ese periodo, sometidos a una gran presión para que empezasen a ejecutar cálculos relacionados con la bomba, se dieron cuenta de que podían reconfigurar el ENIAC para convertirlo en una verdadera máquina de programa almacenado, capaz de ejecutar el código que habían escrito para la máquina del IAS. Y esto funcionó realmente bien (tanto que, como el proverbial viajero que retrocede en el tiempo y mata a su abuela, puede que con ello hiciesen que disminuyese su prominencia como pioneros. Hay gente que dice: «Pero eso ya lo había hecho antes el ENIAC».

El tercer nivel, como menciono en varios lugares, consiste en que, durante mucho tiempo, el IAS evitó activamente llamar la atención sobre lo que había sucedido allí. En parte se debió a una aversión hacia la ingeniería, y en parte a una renuencia a verse envueltos en la disputa alrededor de las patentes del ENIAC (por aquel entonces, el caso más importante en la historia legal estadounidense). Personalmente, creo que también fue en parte consecuencia del trabajo sobre la bomba de hidrógeno. Oppenheimar fue, en muchos sentidos, un mártir voluntario ante la percepción pública de que se había opuesto al desarrollo de la bomba. No encajaba con esta imagen pública llamar la atención sobre el hecho de que buena parte del trabajo numérico esencial que condujo a la bomba de hidrógeno había tenido lugar, bajo su dirección, en el IAS.

J. N. : ¿Cuánto tiempo le llevó escribir el libro?

G. D. : Hace ahora exactamente diez años [esta entrevista se publicó en febrero de 2012] que decidí ir a Princeton y empezar a desenterrar material, y (gracias a Charles Simonyi) me invitaron a pasar un año en el IAS. Me encanta investigar, disfruto editando, pero me cuesta mucho obligarme a escribir, que es lo que se necesita entre ambas fases. No puedo escribir en mi taller de fabricación de canoas, porque tengo muchas distracciones, y tampoco en casa, porque no tengo ninguna. Así que acabo yendo de un sitio al otro, y con el tiempo algo va tomando forma. A partir de ahí todo es más fácil, con unas 30 reescrituras antes de que se pueda publicar. Un dato pone las cosas en perspectiva: el grupo de Bigelow-Von Neumann concibió, diseñó, construyó su ordenador y comenzó a resolver problemas importantes con él en menos tiempo del que yo he tardado en escribir sobre ello.

J. N. : ¿Cuál es el origen del título?

G. D. : Se lo debo a las ideas de Alan Turing (tal y como las expresó en 1950) sobre cómo deberíamos entender la verdadera inteligencia artificial: «Al intentar construir tales máquinas no estaríamos usurpando irreverentemente Su poder para crear almas más de lo que lo hacemos en la procreación de los hijos; más bien somos, en todo caso, instrumentos de Su voluntad al proporcionar mansiones para las almas que Él crea».

En 2005 visité la sede de Google y lo que vi me desconcertó por completo. Un ingeniero me susurró: «No estamos escaneando todos esos libros para que los lean las personas, sino para que lo haga la inteligencia artificial». En ese momento, pensé: «Esta no es la mansión de Turing, sino la catedral de Turing». Y ese acabó siendo el título del libro.

Alan Turing
Alan Turing. Fuente: El Huffington Post

J. N. : Escribe con profundo conocimiento sobre John von Neumann. ¿Significa eso que lo conoció bien cuando usted era joven? ¿O es simplemente el reflejo de hasta dónde llegó su investigación sobre él y sus contemporáneos?

G. D. : Este conocimiento íntimo es resultado de que la familia de Von Neumann me permitiese acceder a dos décadas (1937-1957) de correspondencia privada entre Johnny y Klári von Neumann (de soltera, Dán): montones de cartas manuscritas, que contenían detalles tanto técnicos como íntimos de todo lo que sucedía es sus extraordinarias vidas en aquella época extraordinaria. La fuerza que tienen las cartas manuscritas es asombrosa (debo agradecerles a Gabriella y Béla Bollabas, de Cambridge, su meticulosa traducción de las partes escritas en húngaro; las cartas pasan continuamente del inglés al húngaro en función de los asuntos que traten).

En 1955 –cuando yo tenía solo dos años– Von Neumann prácticamente había abandonado el IAS para trabajar en Washington como comisionado de la energía atómica, por lo que no fue una presencia en mi infancia. Sin embargo, uno de mis primeros recuerdos es de una fiesta en casa de unos amigos, y de que me dejaron en una cuna en el dormitorio de los niños. Recuerdo estar de pie apoyado en los barrotes de la cuna, enfandado, sin poder escapar. Un hombre muy alegre y simpático entró en la habitación, me habló y me dio a probar su bebida. Quizá fuese Von Neumann, aunque probablemente no.

J. N. : El libro me hizo caer en la cuenta de algo que no había entendido correctamente hasta ahora: la íntima relación entre los requisitos impuestos por el Ejército y los orígenes de la computación. Esto es algo que supongo que la mayoría de la gente no sabe a día de hoy: creen que la computación comenzó con IBM, o quizá con Bill Gates. Pero su historia está impregnada de las complejas interrelaciones entre el esfuerzo bélico y la matemática aplicada.

G. D. : Es muy posible que el desarrollo de la mente humana se deba al desarrollo de estructuras de almacenamiento de comandos para las secuencias de movimientos necesarios para acertar con un animal (u otro humano) en movimiento, y que el lenguaje surgiese como una adaptación oportunista de esas estructuras de comando inactivas para otra finalidad. De manera que, sí, probablemente la poesía y la violencia estaban interrelacionadas desde el principio.

El epítome de esta interrelación es lo que sucedió en Los Álamos: si los científicos diseñaban las armas, podrían dedicar el resto del tiempo a hacer toda la ciencia pura que quisiesen, sin tener que dar explicaciones. La mayoría de los avances más importantes del siglo pasado, desde la computación a la comprensión de la genética, a proyectos que se originaron inicialmente en laboratorios militares como este.

J. N. : Otro tema recurrente tiene que ver con la famosa idea (equivocada) de WH Hardy sobre la «inutilidad» de la matemática pura. Su libro traza muy claramente la progresión desde Hilbert hasta la máquina del IAS, pasando por Gödel, Turing y Von Neumann. Supongo que, en aquella época, nadie podría haber imaginado que las discusiones sobre los cimientos de las matemáticas podrían tener alguna vez resultados prácticos.

G. D. : ¡Sí! Por ejemplo, resulta muy sorprendente que Turing, que fue poco menos que un marginado (salvo entre un pequeño grupo de colegas expertos en lógica) durante los dos años que pasó en Princeton, fuese votado como el segundo exalumno más influyente de la historia de la Universidad de Princeton (¡en un campo que se remonta hasta 1746!).

J. N. : Otra valiosa moraleja de la historia es la importancia de publicar en abierto. Toda la documentación de la máquina del IAS se hizo pública, lo que significaba que la máquina se podía clonar en algún otro lugar (como así sucedió en empresas privadas, como IBM, y en otros centros de investigación), mientras que quienes construyeron el ENIAC obtuvieron las pertinentes patentes, fundaron una compañía y, con el tiempo, acabaron enredados en batallas legales. Actualmente, la industria de los ordenadores está cada vez inmersa en el mismo tipo de guerra de patentes, por lo que es posible que debamos extraer alguna lección al respecto. ¿Existe alguna correlación entre la transparencia y la innovación?

G. D. : Así es. Y lo asombroso –cosa que horrorizaría a Abraham Flexner [padre intelectual del IAS]– es que las instituciones académicas son ahora quienes lideran la tendencia a restringir la utilización de los resultados de la investigación científica. Por supuesto, se argumenta que esto permitirá obtener mayor financiación para la ciencia, pero en mi opinión esos argumentos carecen de sentido. Volviendo de nuevo al acuerdo original entre Oppenheimer y el Ejército en Los Álamos: las armas serían secretas, pero la ciencia sería pública. Cuanto más nos distanciamos de ese tipo de acuerdo (ya sea con el Ejército o con la industria), más perdemos.

El sanctasanctórum del IAS es la sala Rosenwald de su biblioteca principal, que está climatizada y donde se conservan libros raros, incluidos manuscritos de valor incalculable y textos posteriores. En sus estanterías descansa, junto a las primeras ediciones de Newton y Euclides, la colección completa de los volúmenes de los Electronic Computer Project Interim Progress Reports. Y ahí es donde deben estar.

Fuente: «The True Fathers of Computing», entrevista de John Naughton a George Dyson (The Observer, 26 de febrero de 2012)

Primeras páginas del libro (pdf)

La catedral de Turing, de George Dyson | Biblioteca de Por amor a la ciencia

El emperador de todos los males: una biografía del cáncer

Siddhartha Mukherjee, oncólogo y autor de El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer (por el que recibió el premio Pulitzer y que la revista Time consideró uno de los cien libros más importantes escritos en inglés desde 1923), repasa en esta entrevista radiofónica las claves de su obra magna, una crónica completa del cáncer (cuyo Día Mundial se celebra hoy, 4 de febrero) desde sus orígenes hasta los más modernos tratamientos, que es también una reflexión sobre la complejidad de la enfermedad, la ética médica y sus efectos sobre las vidas de los oncólogos y sus pacientes:

Pregunta: Lo ha llamado una «biografía». ¿Por qué?

Respuesta: Buscaba una palabra un poco más descriptiva, más personal, que «historia». El título inicial del libro era La historia del cáncer. Pero la palabra «historia» parecía demasiado inerte, necesitaba algo más. Y cuando me detuve a pensarlo —en plena escritura del libro—, sentí como si estuviese escribiendo un retrato de algo a lo largo del tiempo.

Evidentemente, el cáncer no es una sola enfermedad, sino muchas. Pero hay profundas semejanzas entre estas enfermedades. Y, como he dicho, sentí que estaba escribiendo un retrato, y eso es lo que es una biografía. Así pues, lo llamé «biografía».

Siddhartha Mukherjee, autor de El emperador de todos los males (Debate, 2014)
Siddhartha Mukherjee, autor de El emperador de todos los males (Debate, 2014)

P: ¿Qué hace que el cáncer parezca tan humano, tan vivo?

R: En parte, es el hecho de que saca provecho de procesos muy fundamentales en nuestras vidas, y con esto quiero decir que los mismos genes que se alteran, que desencadenan el cáncer, son los que habitualemente tienen funciones muy típicas en nuestras células normales. Le pondré otro ejemplo: la migración de las células cancerosas por el cuerpo (cuando llegan a otro lugar y crecen, este proceso se denomina «metástasis»). De hecho, resulta que los genes que se activan cuando las células cancerosas migran, y cuando se establecen en un lugar diferente, son los mismísimos genes que otras células emplean para migrar por el cuerpo, por ejemplo las células del sistema inmunitario. Dicho de otro modo, el cáncer imita —o pervierte— continuamente procesos normales, y por lo tanto, una vez más, hay una cierta normalidad oculta dentro de su anormalidad.

P: Antes ha dicho que el cáncer en realidad es muchas cosas distintas. ¿Es esto lo que todos los cánceres tienen en común?

R: No. Lo que tienen en común es un crecimiento celular anómalo. Esa es la característica que conecta todos los cánceres (melanoma, próstata, etcétera). Pero, de nuevo, es un crecimiento celular anómalo desencadenado por la mutación o la alteración de genes que controlan el crecimiento celular normal. Es decir, los mismos genes que hacen posible que los embriones, nuestros cerebros o nuestros cuerpos crezcan, si se alteran, si mutan, desencadenan un crecimiento anómalo, y ese es, obviamente, el comienzo del cáncer.

P: El cáncer no es un problema solo humano, pero ¿desde cuándo es un problema humano? ¿Es algo que nos ha acompañado desde que somos homínidos?

R: De hecho, se han encontrado indicios de cáncer en osos cavernarios asiáticos, por lo que, como señala, no es un problema únicamente humano. Dicho lo cual, la respuesta corta es que no sabemos desde cuándo. La palabra «cáncer» no aparece, como digo en el libro, hasta la época de Hipócrates. Las enfermedades anteriores no sabemos si eran cáncer o no…

P: Aunque Amenhotep describió algo que creemos que era cáncer…

P: Así es. Amenhotep era un escriba del Antiguo Egipto. Escribió sobre ello en el 2500 a.C., y describe un caso llamativamente similar a un cáncer de mama. De nuevo, no estamos seguros, pero el caso es notablemente parecido al cáncer de mama.

P: Estoy dando por supuesto que al revisar antiguos registros, antiguas historias, vemos cosas que, hoy en día, decimos: ah, eso debió de ser cáncer.

R: Sin duda. En el libro hablo largo y tendido sobre ello. De hecho, a lo largo de la historia, nos encontramos una y otra vez con fascinantes descripciones de casos que nos recuerdan que la enfermedad existía mucho antes de que pudiésemos darle nombre.

P: Pero usted también dice que, durante casi toda la historia, al menos hasta el siglo XX, parece que el cáncer prácticamente se ignoró. Y escribe que es difícil encontrar referencias al cáncer antes de esa fecha. ¿Esto se debe a que la gente no entendía lo que era, o a que la preocupación por el cáncer es mucho mayor ahora que podemos vivir mucho más tiempo?

P: Eso es absolutamente cierto, en efecto. Muchos cánceres, aunque no todos, están relacionados con el envejecimiento: el cáncer de mama y el de próstata son dos ejemplos destacados. Así pues, el cáncer solo aparece cuando otras enfermedades se han eliminado. Durante los siglos XVII y XVIII, la gente se moría de viruela, de cólera y de tuberculosis. Solo una vez que esas enfermedades desaparecen, que se retira el velo de esas otras enfermedades,nos topamos realmente con el cáncer.

P: Y eso es lo que sucede ahora con el alzhéimer…

R: Es lo que pasa con muchísimas enfermedades degenerativas, enfermedades que están, en última instancia, relacionadas con el envejecimiento.

P: ¿Cuándo entró en nuestro vocabulario la palabra «cáncer»?

R: La palabra viene de los griegos, y su historia es fascinante. La etimología de la palabra procede, aparentemente, del hecho de que Hipócrates imaginaba los tumores como cangrejos: un tumor sólido como un cangrejo oculto bajo la piel, y los vasos sanguíneos que lo rodeaban como las patas del cangrejo extendidas. Este es un recordatorio de hasta qué punto la enfermedad aún está enterrada en metáforas.

P: También escribe usted que ponerle nombre a la enfermedad muchas veces es más importante que describir sus características…

R: El momento en que se le da nombre a una enfermedad es muy importante, porque nos permite, por primera vez, discriminarla de la normalidad. Es un momento en el tiempo, como aquel en que se separa el trigo de todo lo demás. Al darle nombre a una enfermedad,
y al establecerla como categoría, los patólogos pueden empezar a establecer los rasgos comunes y las diferencias. Esto es lo que pasó con el cáncer alrededor de… Como digo, el nombre es muy antiguo, pero la descripción patológica del cáncer data del siglo XVIII.

 

Fuente: A Biography of Cancer | The Leonard Lopate Show (WNYC)

El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee | Biblioteca de Por amor a la ciencia

Nómadas

 

A pesar de todas sus ventajas materiales, la vida sedentaria nos ha dejado inquietos, insatisfechos. Incluso tras 400 generaciones viviendo en pueblos y ciudades, no lo hemos olvidado. El camino por recorrer aún nos susurra al oído como una canción de infancia casi olvidada.

Dotamos a los lugares remotos de un cierto romanticismo. Sospecho que la selección natural ha confeccionado meticulosamente esa atracción como un elemento esencial para nuestra supervivencia. Largos veranos, inviernos templados, copiosas cosechas, caza abundante… Nada de eso durará para siempre. Nuestra propia vida, la de nuestra tribu, o incluso la de nuestra especie podría estar en manos de unos pocos «inquietos» llevados de una atracción que probablemente no sepan articular o entender, hacia las tierras por descubrir y los nuevos mundos.

Herman Melville, en «Moby Dick», dio voz a los nómadas de todas las épocas y lugares, cuando escribió: «Vivo atormentado y con una comezón constante por las cosas remotas. Adoro navegar los mares prohibidos.»

Tal vez sea un poco pronto. Tal vez aún no haya llegado el momento. Pero esos otros mundos, con su promesa de oportunidades sin fin, nos están llamando. En silencio, orbitan alrededor del Sol. Esperando.

Carl Sagan

 

Fuente: Wanderers, un corto de Erik Wernquist

Sean Carroll: La ciencia de Interstellar

Sean Carroll, autor de La partícula al final del universo. Del bosón de Higgs al umbral de un nuevo mundo, es cosmólogo en el Instituto Tecnológico de California (Caltech), donde también trabaja Kip Thorne, asesor científico de Interstellar, la película de Christopher Nolan que ha puesto los agujeros negros y agujeros de gusano en boca del gran público. En el texto que sigue (extraído de sendas entrevistas para Sloan Science & Film y Yahoo! Movies), Carroll ofrece su opinión sobre la ciencia y otros aspectos del film de Nolan.

[AVISO: ESTA ENTRADA CONTIENE SPOILERS]

Pregunta (Sloan Science and Film): Empecemos por la premisa básica de la película. Los protagonistas parten en busca de otro planeta donde la humanidad pueda sobrevivir. ¿Hasta qué punto es esto posible?

Respuesta (Sean Carroll): No cabe duda de que hay muchísimos planetas en el universo. Vivimos en una galaxia con más de 100.000 millones de estrellas, y tenemos motivos para suponer que muchas de estas estrellas tienen planetas. Además, los datos de los telescopios parecen indicar que una gran proporción de dichas estrellas tienen planetas a su alrededor, de varias formas, tamaños y condiciones. Por lo tanto, es muy probable que algunos de estos planetas posean condiciones similares a las de la Tierra. Pero no podemos saber a ciencia cierta cuántos de ellos podrían ser susceptibles de albergar vida. Es todo muy especulativo. La posibilidad existe, pero no hay manera de saberlo.

P: Los personajes utilizan un agujero de gusano para viajar a través del espacio. ¿Nos puede dar una definición básica de qué es un agujero de gusano?

R: La mejor manera de entender un agujero de gusano es como un atajo a través del espacio-tiempo. La gran aportación de Einstein en la relatividad general consistió en decir que el espacio y el tiempo son curvos, que poseen una dinámica propia, y que se pueden curvar y estirar, cosa que experimentamos en forma de la gravedad. Normalmente, si estamos en el Sistema Solar, bajo la influencia de la atracción de la Tierra o del Sol, dicha atracción es moderada, pero una vez que damos rienda suelta a nuestra imaginación, podemos suponer que existe un tubo que conecta dos regiones distantes del espacio-tiempo. Sin duda, el espacio-tiempo podría curvarse de esta manera. Lo asombroso es que la distancia entre dos lugares muy remotos en el universo podría ser corta a través de un agujero negro.

Stephen Hawking con Kip Thorne y los actores de Interstellar. Fuente: Stephen Hawking en Facebook.
Stephen Hawking con Kip Thorne y los actores de Interstellar. Fuente: Stephen Hawking en Facebook.

«Hace unos años, discutí con mi amigo Kip Thorne sobre las ideas que Lynda Obst y él tenían para filmar una película de ciencia ficción sobre agujeros de gusano. Dichas ideas acabaron formando parte de la película Interstellar, de Christopher Nolan. Kip y yo asistimos a su estreno en el Reino Unido. Kip también aparece en el film sobre mi vida, La teoría del todo, que se estrenará próximamente.» Stephen Hawking

P: Pero esto es algo teórico, ¿no? No se ha demostrado la existencia de los agujeros de gusano.

R: No. De hecho, probablemente no existan. Lo que tenemos es una buena teoría. La teoría de la relatividad general de Einstein nos da una cierta idea de lo que debería cumplirse para que hubiese agujeros de gusano. Pero hay un par de problemas: Si quisiésemos tener un agujero de gusano, y quisiésemos mantenerlo abierto, necesitaríamos una cantidad negativa de energía. En grandes cantidades, la energía normalmente es positiva. Puede haber pequeñas fluctuaciones cuánticas que hagan que sea fugazmente negativa pero, en general, las energías son positivas.

Podemos imaginar un agujero de gusano de tamaño microscópico, que sería algo extraordinariamente fascinante, pero si lo que queremos es un agujero grande, por el que pueda pasar una nave espacial, es de suponer que se necesitaría una cantidad astronómica de energía para crearlo y mantenerlo abierto. Además, para empezar, ni siquiera sabemos cómo crear un agujero de gusano. Si tratásemos de hacerlo, probablemente colapsaría para dar lugar a un agujero negro, que no nos sería nada útil. No lo sabemos con certeza, pero lo más probable es que los agujeros de gusano no existan en la naturaleza.

P: ¿Qué le sucede al tiempo en el otro extremo de un agujero de gusano?

R: Imaginemos un agujero de gusano lo suficientemente grande y uniforme: sería un lugar donde el espacio tiempo es curvo, y el espacio-tiempo curvo equivale a la gravedad, y la gravedad puede aplastarnos hasta matarnos, o estirarnos hasta despedazarnos. Si el agujero de gusano es pequeño, es poco factible viajar a través de él, por lo que se necesita un agujero muy grande.

Aquí es donde la cosa se pone interesante. En relatividad, la idea de que el tiempo es el mismo para todo el mundo deja de ser válida. Cuando dos lugares del universo están separados por una gran distancia, la relatividad nos dice que debemos renunciar a la idea de la simultaneidad (que algo sucede al mismo tiempo aquí y allá). Si tenemos un agujero de gusano que conecta estos dos lugares, no hay manera de responder a la pregunta de si saldríamos en ese mismo instante. Depende de cómo dividamos el espacio-tiempo. Lo que Kip Thorne ayudó a desarrollar es la idea de que, si pudiésemos manipular los agujeros de gusano de una manera suficientemente drástica, podríamos de hecho viajar hacia atrás en el tiempo. Como el espacio y el tiempo están unidos en un espacio-tiempo tetradimensional, igual que tomamos un atajo de un punto del espacio a otro, con una pequeña variación podríamos tomar un atajo desde un instante a otro.

P: La otra sorpresa de la película es un agujero negro. La existencia de agujeros negros es algo más demostrable que la de los agujeros de gusano, ¿no es cierto?

R: Sí, es casi seguro que los agujeros negros existen. Disponemos de evidencias fiables en el mundo real. Tenemos datos astrofísicos que afirman que hay agujeros negros ahí fuera. Es posible que el centro de nuestra galaxia haya un agujero negro cuya masa es un millón de veces mayor que la del Sol. Pero si caemos en uno de ellos, moriremos. No son muy buenos para viajar.

P: ¿Qué es exactamente un agujero negro?

R: Un agujero negro es un lugar del universo donde el campo gravitatorio es tan extremo que, una vez que entramos en él, nunca más podremos salir de él. Nos veremos atraídos hacia un punto de densidad infinita —una singularidad— donde acabaremos aplastados.

P: ¿Qué experimentaríamos dentro de un agujero negro?

R: Depende de lo grande que sea. Cuanto más pequeño, más intensos son sus efectos, porque se llega antes a la singularidad. Si se trata de un agujero negro muy grande, puede que, en un principio, ni siquiera nos diésemos cuenta de que estamos dentro de él. Transcurirría mucho tiempo antes de alcanzar la singularidad. El proceso que experimentaríamos se conoce como «espaguetización». Si cayésemos con la cabeza por delante, la atracción gavitoria sobre ella sería más intensa que sobre nuestros pies, porque la cabeza está más cerca, de manera que la cabeza se iría separando de los pies y nos convertiríamos en un espagueti fino y alargado antes de acabar despedazados.

[…]

P: Aparentemente, el mundo de la mecánica cuántica le proporciona a la ciencia ficción perspectivas completamente nuevas de las cosas. Las reglas dejan de ser válidas y tenemos más posibilidades (como, por ejemplo, que las partículas al mismo tiempo existan y no existan).

R: Sí, pero los cineastas deben ser especialmente cuidadosos con esto. La mecánica cuántica es extraña y contraria al sentido común, y pueden suceder cosas disparatadas, pero en ella existen tantas reglas como en otros campos de la ciencia. Esa extrañeza parece una licencia para pasárselo bien, pero hay que reflexionar detenidamente sobre cuáles pueden ser las consecuencias.

Creo que muchos cineastas desaprovechan una oportunidad al no pensar como científicos. Tanto si una película cumple o no las reglas de la física, sí debe cumplir algún conjunto de reglas. Si no lo hace, no tendrá ningún interés.

Pregunta (Yahoo! Movies): ¿En qué medida la película se basa en ciencia válida y sólida, y hasta qué punto va más allá de la ciencia actual?

Respuesta (Sean Carroll): La idea de la dilatación temporal y de que el hecho de visitar las proximidades del agujero negro nos trasladaría de cierta manera al futuro, así como la apariencia del agujero negro y del agujero de gusano, es todo buena ciencia, muy respetable. El agujero de gusano en sí, la idea de que exista uno que conecta nuestra galaxia con otra, es más especulativo. Es plausible, es algo que las sólidas evidencias de que disponemos actualmente no permiten descatar.

Luego está la parte del final, donde entran de hecho en un agujero negro y utilizan un teseracto para visitar e influir sobre el pasado, y después de alguna manera vuelven a salir del agujero negro. Eso, en mi opinión, va mucho más allá de lo que podríamos considerar actualmente ciencia plausible. Pero las cosas que no sabemos con certeza son suficientes como para que siempre podamos decir «bueno, quién sabe…»

P: ¿Hay alguna teoría científica que podría hacer posible todo lo que sucede al final?

R: Creo que es básicamente magia. Pero algunas de las frases que dicen los personajes, si las entendí bien, se supone que indican que no era un fenómeno que ocurriese de manera natural, sino que lo había montado una especie mucho más avanzada que vive en un espacio-tiempo de más dimensiones y ha aprendido mucho sobre cómo manipular las leyes de la naturaleza.

Recordemos que en la película hay una breve discusión sobre cómo alguien podría realmente vivir en más dimensiones, y cómo verían el tiempo como un lugar que podrían visitar, al que podrían ir y volver. Imagino que se supone que debemos pensar que eso es lo que sucedió. No es simplemente que Matthew McConaughey cayese en un agujero negro, sino que una especie que sabe mucho más que nosotros nos está manipulando, y son capaces de hacer cosas que nosotros no sabemos cómo conseguir.

P: ¿La librería tenía algo de científico?

R: Creo que eso es completamente especulativo. Claramente, para que McConaughey pueda ver algo en absoluto, el único lugar del que puede proceder la librería y el teseracto es su propia imaginación, y eso no es algo que veríamos si usted o yo cayésemos en un agujero negro. Creo que debe ser algo construido artificialmente. Creo que el mayor acto de fe que la película nos exige es aceptar no solo que hay algunas leyes físicas que no comprendemos, lo cual es sin duda cierto, sino que existe una especie hiperavanzada distinta de la humana que ha aprendido a manipularlas y que aquí le echan una mano a nuestro héroe.

P: Entonces, está en el agujero negro, enviándole un mensaje a su hija mediante código Morse. Después, desaparece y lo vuelven a encontrar. ¿Cómo podría uno salir de un agujero negro, aunque sea de forma especulativa?

R: Creo que tengo una cierta idea, pero es algo que en la película no se desarrolla. Nos falta alguna información adicional. Recordemos que en varias ocasiones se hace referencia a las dimensiones adicionales y al «bulk». Esto tiene aquí una papel fundamental, del que nunca se llega a hablar explícitamente. La idea es que en nuestro mundo hay tres dimensiones espaciales y una temporal, cuatro en total, y quizá nuestro mundo sea como el extremo de un algún otro mundo que posee una dimensión adicional.

Así pues, podría existir un mundo con cuatro dimensiones espaciales y una temporal, y que nosotros nos encontremos en su borde. Y este universo pentadimensional es lo que los físicos llaman «espacio-tiempo bulk». Y si eso es cierto —que podría serlo o no—, entonces no solo hay agujeros de gusano, sino que existe otro tipo de atajo fuera de nuestro espacio-tiempo ordinario. Creo que la idea es especulativa, pero no absolutamente imposible. Si estamos limitados a nuestro espacio-tiempo de cuatro dimensiones, no podemos salir de un agujero negro, de su horizonte de sucesos. Pero, si tuviésemos esa capacidad, quizá sí podríamos escapar pasando a la dimensión adicional y volviendo aquí de nuevo.

Pero yo creo que a nuestro héroe, Cooper, básicamente lo rescataron después que un ser que vive en más dimensiones le proporcionase de alguna manera la capacidad de influir sobre el pasado a través del teseracto. Creo que esos seres lo rescataron sacándolo de nuestro universo tetradimensional ordinario hacia una quinta dimensión, y que luego de alguna manera lo devolvieron a nuestro mundo.

P: Anne Hathaway afirma en un momento dado que el amor es algo científico. ¿Qué le pareció eso como científico?

No me gustó. Ningún científico diría eso en la vida real. No es falso, pero no es lo que diría un científico, porque los científicos tienen mucho cuidado con el significado de las palabras que utilizan. Si uno quiere decir que el amor es una fuerza, puede ser cierto si se utiliza determinada definición de «fuerza», pero no sería la definición que utilizaría un físico. Sería una licencia poética que se permitirían los científicos.

Fuentes:

‘Interstellar’: A Physicist Explains That Crazy Ending | Yahoo! Movies

Black Holes, Wormholes and Christopher Nolan’s Interstellar | Sloan Science & Film

Más de Sean Carroll:

The Science of Interstellar | Preposterous Universe (el blog de Sean Carroll)

La partícula al final del universo, de Sean Carroll | Biblioteca de Por amor a la ciencia

Sean Carroll explica la importancia del modelo de la inflación cósmica | Por amor a la ciencia

Sean Carroll: Las diez cosas más asombrosas del bosón de Higgs | Por amor a la ciencia

Otras lecturas sobre Interstellar:

Neil deGrasse Tyson Feparates Fact From Fiction in Interstellar | NPR

The Metaphysics of Interstellar. A Conversation With Christopher Nolan and Kip Thorne | Wired

Beyond. A Story in Five Dimensions (Directed by Christopher Nolan) | Wired