En una entrevista concedida a la revista digital Nautilus, recogida en una serie de vídeos breves (subtitulados en inglés y español), el físico teórico Michio Kaku, cuyo último libro lleva por título El futuro de nuestra mente, explica con su habitual elocuencia qué es para él la conciencia:
Pregunta: ¿Qué hace un físico teórico como usted estudiando el cerebro?
Michio Kaku: Si tuviésemos que resumir los dos mayores misterios de toda la ciencia, uno sería el origen del universo y otro sería el origen de la inteligencia y la conciencia. Como físico, yo trabajo en el primero, en la teoría de la cosmología, de los big bangs y los multiversos. Ese es mi mundo, mi día a día, así es como me gano la vida.
Sin embargo, también sé que los físicos están fascinados por la conciencia. Hay ganadores del Nobel que reflexionan sobre la cuestión de la conciencia. ¿Existe una conciencia cósmica? ¿Qué significa observar algo? ¿Qué significa existir? Estas son preguntas que los físicos nos hemos planteado desde que Newton comenzó a crear [sic] leyes físicas, cuando empezamos a comprender que también nosotros debemos obedecerlas, y que por tanto somos parte de la ecuación.
Existe pues un enorme vacío alrededor del cual los físicos han dado vueltas durante muchísimas décadas: la conciencia. Así que decidí… me dije: «¿Por qué no aplicar un punto de vista físico para entender algo tan etéreo como la conciencia?
¿Cómo abordamos los físicos un problema? Primero, creamos un modelo (de un electrón, un protón, un planeta en el espacio). Comenzamos a crear las leyes de movimiento para ese planeta y a continuación estudiamos cómo interactúa con el sol. Cómo orbita a su alrededor, cómo interactúa con otros planetas. Y, por último, predecimos el futuro. Realizamos una serie de predicciones sobre el futuro.
Así pues, primero estudiamos la posición del electrón en el espacio. Después, calculamos su relación
con otros electrones y protones. En tercer lugar, vemos cómo evoluciona la situación en el tiempo. Así es como trabajamos los físicos.
Entonces me dije: «¿Por qué no aplicar la misma metodología a la conciencia?» Y empecé a darme cuenta de que hay tres niveles de conciencia: la conciencia del espacio, esto es, la de caimanes y reptiles; la conciencia de la relación con los demás, es decir, de los animales sociales, los monos, animales que poseen una jerarquía social y emociones; y, en tercer lugar, nosotros, que estudiamos la evolución hacia el futuro, hacemos planes, desarrollamos estrategias y proyectos para el futuro. Me fui dando cuenta de que la propia conciencia encaja en este mismo paradigma, si la analizamos junto con la física.
P: ¿Cuál es su «teoría espaciotemporal de la conciencia»?
M.K.: Soy físico, y a los físicos nos gusta clasificar las cosas numéricamente. Nos gusta ordenar las cosas, encontrar las interrelaciones entre ellas, y después extrapolar hacia el futuro. Eso es lo que los físicos [hacemos], así es como abordamos un problema.
Pero, por lo que respecta a la conciencia, tengamos en cuenta que se han escrito más de 20.000 artículos sobre el asunto. Nunca tanta gente ha dedicado tanto tiempo para producir tan poco.
Así pues, me propuse crear una definición de conciencia, y después una clasificación. Creo que la conciencia es el conjunto de bucles de retroalimentación necesarios para crear un modelo del lugar que ocupamos en el espacio, en relación a los demás y en relación con el tiempo.
Por ejemplo, fijémonos en los animales. Yo diría que los reptiles son conscientes, pero su conciencia es limitada, en el sentido de que entienden su posición en el espacio con respecto a su presa, con respecto a donde viven, y eso es básicamente la parte posterior de nuestro cerebro. La parte posterior de nuestro
cerebro es la más antigua; es el cerebro reptil, el cerebro espacial.
La zona intermedia del cerebro es el cerebro emocional, el cerebro que entiende nuestra relación
con otros miembros de nuestra especie. El protocolo, la buena educación, la jerarquía social… Todas estas cosas están codificadas en el cerebro emocional, el cerebro de mono en mitad de nuestro cerebro.
A continuación está el más elevado nivel de conciencia, que nos distingue del reino animal. Los animales entienden muy bien el espacio, de hecho mejor que nosotros. El sentido de la vista de los halcones, por ejemplo, es mucho mejor que el nuestro.
También tenemos un cerebro emocional, como los monos y los animales sociales, pero comprendemos el tiempo de una manera en que el resto de los animales no es capaz. Entendemos el mañana.
Podemos entrenar a nuestro perro o gato para que haga muchos trucos, pero intentemos explicarle el concepto de «mañana» a nuestro perro o gato… ¿Y qué hay de la hibernación? Los animales hibernan, ¿no es cierto? Pero eso es algo instintivo. Llega el frío, el instinto les dice que disminuyan su actividad hasta que acaban quedándose dormidos e hibernando.
Nosotros, sin embargo, tenemos que hacer las maletas, acondicionar nuestros hogares para el invierno, hacer todo tipo de cosas para prepararnos para la época invernal. Así pues, comprendemos el tiempo de una manera distinta a la de los animales.
P: ¿Por qué es el sentido del tiempo tan importante para comprender la conciencia?
M.K.: Ahora estamos fabricando robots, ¿no? La pregunta es: ¿hasta qué punto son conscientes los robots? Como podemos ver, se encuentran en el nivel uno. Tienen la inteligencia de una cucaracha, de un insecto, de un reptil. No poseen emociones. No pueden reírse, ni entender quiénes somos. No comprenden quiénes son ellos. No entienden la jerarquía social. En cierta medida comprenden el tiempo, pero en un solo parámetro. Pueden simular el futuro en una única dirección. Nosotros simulamos el futuro en todas las dimensiones (dimensiones de emociones, dimensiones de espacio y tiempo). Vemos pues que los robots se encuentran básicamente en el nivel uno.
Algún día puede que nos encontremos con seres extraterrestres, y entonces la pregunta será: si son más inteligentes que nosotros, ¿qué significa eso exactamente? Para mí, significa que serán capaces de soñar despiertos, de planificar e imaginar estrategias mucho mejor que nosotros. Si son más inteligentes que nosotros, irán varios pasos por delante. Podrían «sacarnos ventaja» porque serían capaces de ver el futuro.
Esto nos distingue de los animales: vemos el futuro. Trazamos planes, proyectos, estrategias. No podemos evitarlo. Habrá quien dirá: «¡Bah, tonterías! No me creo esa teoría, tiene que haber excepciones, cosas que quedan fuera de la teoría de la conciencia, como el humor».
¿Qué podría ser más etéreo que una broma? Pero pensemos en esto momento. ¿Por qué es graciosa una broma? Porque, cuando la oímos, la completamos mentalmente, y después, cuando el remate real de la broma es distinto del que habíamos previsto, eso la hace «graciosa».
Por ejemplo, una de las hijas del presidente Roosevelt era la cotilla de la Casa Blanca, y tenía fama de decir: «Si no tiene nada bueno que decir de alguna persona, por favor, siéntese a mi lado». ¿Por qué es eso «gracioso»? Porque completamos la frase por nuestra cuenta: Si no tiene nada bueno que decir de alguien, cállese y no diga nada. Nuestros padres nos lo enseñaron así. Pero el giro llega con el «siéntese a mi lado». Y por eso es «gracioso».
O WC Fields, al que le preguntaron: «¿Está usted a favor de las actividades sociales para jóvenes? Por ejemplo, ¿está usted a favor de los clubes para jóvenes?» Y respondió: «¿Que si estoy a favor de los clubes para jóvenes? Sí, pero solo si por las buenas la cosa no funciona.» Es gracioso porque pensamos en los «clubes» como sitios de reunión social. Pero WC Fields le da la vuelta al utilizar otro significado [«club» significa también «garrote» en inglés]. Y por eso «es gracioso», porque no podemos evitarlo: completamos el futuro mentalmente.
P: Afirma usted que tenemos un «CEO» [director ejecutivo] en el cerebro. ¿Qué significa eso exactamente?
M.K.: ¿En qué nos diferenciamos de los animales? Si colocamos, por ejemplo, a un ratón
entre el dolor y el placer, entre una descarga y comida, o —mejor dicho, perdón— entre dos trozos de comida, se quedará, como el proverbial burro, desconcertado. Irá de uno a otro, una y otra vez, porque es incapaz de decidir. No es capaz de tomar una decisión definitiva sobre algo. Carece de un CEO que tome esa decisión final.
Nosotros sí lo tenemos. Está en la parte frontal del cerebro, donde podemos localizar la conciencia de uno mismo. Metemos el cerebro en un escáner MRI, le pedimos a la persona que se imagine a sí misma, y ¡bingo! Exactamente ahí, justo detrás de la frente, la máquina se activa. Ahí es donde se encuentra nuestra sensación de autoconciencia.
Cuando hay que tomar una decisión difícil entre dos cosas, a los animales les cuesta hacerlo, porque reciben todo tipo de estímulos diferentes. Tienen dificultades para decidir. En nuestro caso, sin embargo, se activa esa zona, ese es el «CEO» que acaba tomando la decisión final, evaluando todas las consecuencias.
¿Cómo lo hacemos? Simulando el futuro. Si a un niño le ponemos un caramelo delante, el niño dirá: «Si tomo el caramelo, ¿le parecerá bien a mi madre? ¿se enfadará? ¿Cómo lo voy a pagar?» Eso es lo que se nos pasa por la cabeza, completamos el futuro, y esa es la parte del cerebro que se activa. Así es como el CEO toma la decisión entre dos cosas mientras que los animales lo hacen por instinto, o bien se quedan indecisos.
P: Su «CEO en el cerebro» aparentemente actúa con intención y propósito, pero las neuronas o se activan o no. No podemos decir que tengan propósito, ¿verdad?
R: Existe un propósito tras nuestra conciencia, que es básicamente nuestra supervivencia, y también nuestra reproducción.
Pensemos en nuestras ensoñaciones cotidianas. Cuando soñamos despiertos, ¿en qué pensamos? En primer lugar, pensamos en la supervivencia: ¿Dónde está mi siguiente comida o trabajo? ¿Cómo impresiono a la gente para progresar en mi carrera? Y cosas de ese estilo. O pensamos: «Eh, que es viernes por la noche. Me siento solo. Quiero salir a bailar a una discoteca y pasarlo bien.»
Si nos paramos a pensarlo, vemos que existe un propósito, y por eso tenemos emociones. Las emociones tienen un propósito claro. La evolución nos dotó de emociones porque son buenas para nosotros. Por ejemplo, el concepto de lo que «nos gusta». ¿Cómo nos gusta algo? Bien pensado, la mayoría de las cosas son peligrosas. Todas las cosas que nos rodean son o bien neutrales o, de hecho, peligrosas. Solo una pequeña proporción de las cosas son buenas para nosotros. Y las emociones dicen: «Nos gusta esto porque estas cosas son buenas para nosotros.»
Por ejemplo, los celos son muy importantes como emoción, porque contribuyen a garantizar nuestra reproducción y que nuestros genes pasen a la siguiente generación. La ira… Todas estas emociones que sentimos, que son instintivas, las tenemos integradas porque debemos tomar decisiones en fracciones de segundo que la corteza prefrontal tardaría muchos minutos en evaluar racionalmente. No tenemos tiempo. Si vemos un tigre, sentimos miedo. La razón es que es algo peligroso y debemos salir corriendo.
Hay otra cuestión que se plantea a veces: ¿Puede un robot sentir el color rojo? O, ¿cómo sabemos que somos conscientes? Porque podemos sentir una puesta de sol o el esplendor de la naturaleza, pero los robot no, ¿verdad?
Yo no creo que eso sea así, porque hace mucho tiempo la gente se planteaba con frecuencia la pregunta de «¿qué es la vida?» Aún recuerdo, de niño, todos los ensayos y artículos que se escribían sobre el asunto.
Esa cuestión prácticamente ha desaparecido. Ya nadie se la plantea, porque ahora sabemos —gracias a la biotecnología— que hay una gradación, que es una cuestión muy complicada. No existe únicamente lo vivo y lo no vivo, sino que hay toda clase de virus y otras cosas intermedias.
Así pues, vemos que ahora la pregunta de «¿qué es la vida?» ha desaparecido prácticamente. Y yo creo que la cuestión de «¿qué es la conciencia?», y «¿puede la conciencia entender el color rojo en una máquina?» también irá desapareciendo progresivamente.
Algún día tendremos una máquina que entienda el color rojo mucho mejor que nosotros. Será capaz de comprender el espectro electromagnético, la poesía, analizar la leyenda y la historia alrededor del rojo mucho mejor que cualquier humano. Y el robot dirá: «¿Pueden los humanos entender realmente el color rojo? Creo que no.» Algún día los robots tendrán tal acceso a internet, a los sensores, que comprenderán el color rojo de una manera de la que la mayoría de los humanos somos incapaces y concluirán: «Dios mío, los humanos no pueden entender el rojo».
Fuente: Michio Kaku Explains Consciousness For You | Nautilus Magazine
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