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De matasanos a cirujanos. Joseph Lister y la revolución que transformó el truculento mundo de la medicina victoriana

Sobrecogedor e iluminador, De matasanos a cirujanos es el retrato de una época fundamental en la historia de la medicina, el periodo previo a la anestesia y la asepsia quirúrgica. Lindsey Fitzharris celebra en este libro –por el que ganó el Premio PEN/E. O. Wilson de literatura científica 2018– el triunfo de Joseph Lister, uno de los primeros visionarios de la época victoriana, cuyo propósito fue unir ciencia y medicina, catapultándonos así al mundo moderno.

Lindsey Fitzharris - De matasanos a cirujanos

De matasanos a cirujanos cuenta la fascinante y morbosa historia de la cirugía en el siglo XIX a través de Lister, el hombre que revolucionó la medicina, y gracias al cual la ciencia moderna es la que es. Desde una pierna rota que podía acabar en amputación, pasando por la peligrosidad de los partos, o tan solo una simple herida, las intervenciones quirúrgicas en el siglo XIX eran generalmente sinónimo de muerte.

«Con ojos para los detalles históricos y talento para la prosa, Lindsey Fitzharris nos cuenta uno de los momentos más estelares de la historia de la medicina: el desarrollo de la asepsia quirúrgica. De Matasanos a cirujanos es un libro espectacular, horriblemente delicioso y adictivo».
Ed Yong, autor de Yo contengo multitudes

Desde los lúgubres anfiteatros anatómicos del Renacimiento donde, gracias a una bula papal, se permitía diseccionar los cuerpos de algunos criminales, hasta la sala de operaciones del hospital University College de Londres en 1840 donde empieza esta historia, la cirugía era una práctica repulsiva y plagada de peligros. Debía evitarse a toda costa. La cirugía, como cuenta Lindsey Fitzharris, era siempre el último recurso, y solo se llevaba a cabo en casos de vida o muerte. El cirujano operaba con un delantal manchado de sangre, rara vez se lavaba las manos o los instrumentos, y llevaba a la sala el inconfundible olor a carne podrida al que los de su profesión se referían como «la vieja peste de hospital». De ahí que comenzara a conocérseles con el término de «matasanos».

Dentro de todo este desconocimiento general, también los cirujanos creían que el pus era una parte natural del proceso de curación en lugar de una señal de sepsis. De hecho, la mayoría de las muertes estaban causadas por infecciones postoperatorias. Sin embargo, no solo existía el problema de las desconocidas infecciones, sino que además era una época preanestésica. Los riesgos de shock y el dolor limitaban los tratamientos quirúrgicos antes de aparecer los anestésicos. Un texto quirúrgico del siglo XVIII dice: «Los métodos dolorosos son siempre los últimos remedios en manos de un hombre que sea verdaderamente capaz en su profesión; y son el primer recurso, o más bien el único, de aquel cuyo conocimiento se reduce al arte de operar». Sera un tiempo después cuando en 1847 Robert Liston, uno de estos pioneros de la historia de la medicina, hiciera popular el milagro del éter. Como explica la autora:

«Con el triunfo de Robert Liston con el éter, Joseph Lister acababa de presenciar la eliminación del primero de los dos principales obstáculos para una buena cirugía: podía efectuarse sin dolor. Inspirado por lo que había visto la tarde del 21 de diciembre, el muy perspicaz Joseph Lister pronto dedicaría el resto de su vida a dilucidar las causas y la naturaleza de las infecciones postoperatorias y a encontrarles una solución. A la sombra de uno de los últimos grandes carniceros de la profesión, comenzaría otra revolución en la cirugía».

La adopción del sistema antiséptico de Lister era el más visible signo externo de la aceptación de la teoría de los gérmenes por parte de la comunidad médica, y marcó el momento histórico en que la medicina y la ciencia se fusionaron. Junto a Louis Pasteur, revolucionaron algunos de los conceptos que hasta entonces manejaba la medicina. De hecho como explica la autora, Joseph Lister viajó a París en diciembre de 1892, para asistir a la gran celebración del setenta aniversario de Louis Pasteur. Cientos de delegados de todo el mundo se reunieron en la Sorbona para rendir homenaje al científico y expresar su admiración en nombre de sus respectivos países por el trabajo pionero que había realizado a lo largo de su carrera.

«En adelante, el predominio del conocimiento sobre la ignorancia y de la diligencia sobre la negligencia determinarían el futuro de la profesión. Los cirujanos se volvieron proactivos en lugar de reactivos frente a las infecciones postoperatorias. Ya no eran elogiados por su mano rápida con el cuchillo, sino reverenciados por ser cuidadosos, metódicos y precisos. Los métodos de Lister transformaron la cirugía de arte de carnicería en ciencia moderna, en la que las innovadoras metodologías recientemente ensayadas y contrastadas superaron a las prácticas trilladas. Abrieron nuevas fronteras a la medicina, permitiéndonos profundizar más en el cuerpo vivo, y en ese proceso salvaron cientos de miles de vidas».

En vísperas de una profunda transformación de la medicina, estos pioneros, conscientes de que las secuelas de la cirugía eran más peligrosas que las dolencias mismas, estaban desconcertados por las recurrentes infecciones que se producían tras las intervenciones y que mantenían las tasas de mortalidad obstinadamente altas. Pero, en un momento en que la cirugía no podría haber sido más peligrosa, una figura emergió inesperadamente de las sombras: un joven médico llamado Joseph Lister, que resolvería el mortal enigma de la causa de las infecciones y cambiaría el curso de la historia de la medicina.

Lindsey Fitzharris - De matasanos a cirujanos

En definitiva, tras la pista de un héroe perdido de la ciencia, Joseph Lister, este libro nos desvela el truculento mundo de la cirugía victoriana conjurando el ambiente de las primeras salas de operaciones y sus admirados «matasanos»: hombres sin miramientos, elogiados por su habilidad y fuerza bruta al operar, antes de la invención de la anestesia. A lo largo de estas páginas, Lindsey Fitzharris nos retrata el siniestro período comprendido entre 1850 y 1875, presentándonos a un elenco de personajes «algunos de ellos brillantes, otros directamente criminales», que frecuentaron las sucias escuelas de medicina y lúgubres hospitales donde aprendieron su oficio, las macabras morgues donde estudiaron anatomía, y los cementerios ocasionalmente saqueados en búsqueda de cadáveres que diseccionar.

Tres médicas pioneras

Las tres mujeres que aparecen en esta extraordinaria fotografía, tomada en 1885, son Anandibai Joshi, de India; Keiko Okami, de Japón; y Sabat Islambouli, de Siria. Cada una de ellas fue la primera en la historia de sus respectivos países en licenciarse en medicina occidental. Las tres estudiaron en el Women’s Medical College de Pennsylvania (WMCP), en Estados Unidos, uno de los pocos lugares en el mundo donde las mujeres podían estudiar medicina en aquella época.

Tres doctoras pioneras (1885) | Por amor a la ciencia
Recepción del decano del Women’s Medical College of Pennsylvania, 10 de octubre de 1885. (Imagen: Legacy Center Archives, Drexel University College of Medicine)

De las tres, tenemos más información sobre la india Anandibai Joshi. Sabemos que Soshi pertenecía a la privilegiada casta de los brahmanes y que a los nueve años la casaron con un hombre veinte años mayor. Su marido tenía ideas muy progresistas para la época y, de una manera casi paternal, fomentó la educación de su esposa.

Pero lo que hizo que Soshi tomase la decisión de estudiar medicina fue la muerte de su bebé de diez días, cuando ella solo contaba catorce años. El cuidado médico para las mujeres —incluso para las de casta privilegiada como ella— era prácticamente inexistente.

Tuvo que superar obstáculos mayúsculos, tanto relacionados con su casta y la tradición como con la falta de dinero y de conexiones, para viajar a Estados Unidos y solicitar la adminisión en el WMCP.

«[L]a determinación que me ha traído a este país, contra la oposición conjunta de mis amigos y mi casta, debería ayudarme a llevar a cabo el propósito para el que vine, que es el de proporcionar a las mujeres pobres enfermas de mi país la verdadera atención médica que tan desesperadamente necesitan, pero que preferirían morir antes que aceptarla de manos de un hombre. La voz de la humanidad me acompaña y no puedo fracasar. Mi alma se ve impelida a ayudar a tantas mujeres incapaces de valerse por sí mismas.

Se cree que Joshi fue la primera mujer hindú en pisar suelo estadounidense.

¿Por qué Estados Unidos? La razón la encontramos en los cuáqueros de Pennsylvania, que creían en los derechos de la mujer tanto como para fundar en 1850 en Germantown el WMCP, la primera facultad de medicina para mujeres del mundo, que inmediatamente empezó a atraer estudiantes extrajeras que no podían estudiar medicina en sus países de origen. Primero llegaron de otras partes de Norteamérica y de Europa, después de lugares aún más lejanos.

Mujeres que, como Joshi en India o Keiko Okami en Japón, tuvieron noticia de la existencia del WMCP, desafiaron las expectativas sociales y familiares para viajar solas a Estados Unidos para solicitar el ingreso, y después tuvieron que encontrar la manera de pagar la matrícula y el alojamiento.

Esta historia nos recuerda lo excepcional que era Estados Unidos en el siglo XIX.

Keiko Okami a los 80 años  (1939) | Por amor a la ciencia
Keiko Okami en el jardín de su casa en Tokio en 1939, cuando tenía unos 80 años. (Imagen: Legacy Center Archives, Drexel University College of Medicine)

Tras licenciarse, Okami volvió Tokio, donde le homologaron el título y la nombraron directoria de ginecología en uno de los hospitales más importantes, pero renunció a su cargo unos pocos años después, cuando el emperador se negó a recibirla durante una visita al hospital porque era mujer. Abrió entonces su consulta privada y murió en 1941, a la edad de 81 años.

Se cree que Sabat Islambouli, la estudiante procedente de Siria, volvió a Damasco después de obtener su título. Según consta en el registro de antiguos alumnos del WMCP, en 1919 vivía en El Cairo, Egipto, pero después la escuela perdió el contacto y no se sabe qué fue de ella desde entonces.

De las tres, Joshi fue quizá la que alcanzó una mayor notoriedad. Cuando se graduó, el WMCP recibió una carta de felicitación de la reina Victoria de Inglaterra, que era también emperadora de la India.

Tumba de Anandabai Joshi | Por amor a la ciencia
Lugar donde reposan los restos mortales de Anandabai Joshi, en Poughkeepsie (Nueva York). En la inscripción se puede leer: «Primera mujer brahmán en abandonar India para educarse.» (Imagen: Legacy Center Archives, Drexel University College of Medicine)

Joshi consiguió un puesto como directora médica del ala femenina del hospital del estado de Kolhapur. Lamentablemente, contrajo tuberculosis y murió en unos meses, a la edad de 21 años. Aún se la recuerda como una heroína entre las feministas indias.

Rompiendo una vez más con la tradición, su marido envió sus cenizas a una de sus amigas estadounidenses, que les dio sepultura en Poughkeepsie (Nueva York).

Pero el impacto del WCMP no se dejó sentir únicamente en el extranjero, también contribuyó a transformar la propia sociedad estadounidense. Además de las alumnas internacionales, allí se licenció la primera doctora indígena estadounidense, Susan LeFlesche, y también tuvo habitualmente estudiantes afroamericanas, algunas de las cuales, como Eliza Grier, antes habían sido esclavas. Muchas de las doctoras estadounidenses viajaron al extranjero como misionarias, en particular a lugares como China, Corea o India.

Fotografía del curso de 1888 del WMCP | Por amor a la ciencia
Fotografía del curso de 1888 del Women’s Medical College of Pennsylvania, en la que aparecen Okami (number 21), así como dos mujeres afroamericanas (números 3 y 6). En 1889 se graduó Susan La Flesche Picotte, la primera doctora índigena estadounidense.

Ya en 1904, según un recorte de periódico que consta en el archivo, entre las antiguas alumnas de la universidad las había procedentes de Canadá, Jamaica, Brasil, Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Rusia, Siria, India, China, Japón, Birmania, Australia y el Estado Libre del Congo.

Fuentes:

Historical photos circulating depict women medical pioneers, Public Radio International

Meet The Three Female Medical Students Who Destroyed Gender Norms A Century Ago, por Mallika Rao en The Huffington Post

3 first women doctors in 3 countries, Women History Month en Facebook

El emperador de todos los males: una biografía del cáncer

Siddhartha Mukherjee, oncólogo y autor de El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer (por el que recibió el premio Pulitzer y que la revista Time consideró uno de los cien libros más importantes escritos en inglés desde 1923), repasa en esta entrevista radiofónica las claves de su obra magna, una crónica completa del cáncer (cuyo Día Mundial se celebra hoy, 4 de febrero) desde sus orígenes hasta los más modernos tratamientos, que es también una reflexión sobre la complejidad de la enfermedad, la ética médica y sus efectos sobre las vidas de los oncólogos y sus pacientes:

Pregunta: Lo ha llamado una «biografía». ¿Por qué?

Respuesta: Buscaba una palabra un poco más descriptiva, más personal, que «historia». El título inicial del libro era La historia del cáncer. Pero la palabra «historia» parecía demasiado inerte, necesitaba algo más. Y cuando me detuve a pensarlo —en plena escritura del libro—, sentí como si estuviese escribiendo un retrato de algo a lo largo del tiempo.

Evidentemente, el cáncer no es una sola enfermedad, sino muchas. Pero hay profundas semejanzas entre estas enfermedades. Y, como he dicho, sentí que estaba escribiendo un retrato, y eso es lo que es una biografía. Así pues, lo llamé «biografía».

Siddhartha Mukherjee, autor de El emperador de todos los males (Debate, 2014)
Siddhartha Mukherjee, autor de El emperador de todos los males (Debate, 2014)

P: ¿Qué hace que el cáncer parezca tan humano, tan vivo?

R: En parte, es el hecho de que saca provecho de procesos muy fundamentales en nuestras vidas, y con esto quiero decir que los mismos genes que se alteran, que desencadenan el cáncer, son los que habitualemente tienen funciones muy típicas en nuestras células normales. Le pondré otro ejemplo: la migración de las células cancerosas por el cuerpo (cuando llegan a otro lugar y crecen, este proceso se denomina «metástasis»). De hecho, resulta que los genes que se activan cuando las células cancerosas migran, y cuando se establecen en un lugar diferente, son los mismísimos genes que otras células emplean para migrar por el cuerpo, por ejemplo las células del sistema inmunitario. Dicho de otro modo, el cáncer imita —o pervierte— continuamente procesos normales, y por lo tanto, una vez más, hay una cierta normalidad oculta dentro de su anormalidad.

P: Antes ha dicho que el cáncer en realidad es muchas cosas distintas. ¿Es esto lo que todos los cánceres tienen en común?

R: No. Lo que tienen en común es un crecimiento celular anómalo. Esa es la característica que conecta todos los cánceres (melanoma, próstata, etcétera). Pero, de nuevo, es un crecimiento celular anómalo desencadenado por la mutación o la alteración de genes que controlan el crecimiento celular normal. Es decir, los mismos genes que hacen posible que los embriones, nuestros cerebros o nuestros cuerpos crezcan, si se alteran, si mutan, desencadenan un crecimiento anómalo, y ese es, obviamente, el comienzo del cáncer.

P: El cáncer no es un problema solo humano, pero ¿desde cuándo es un problema humano? ¿Es algo que nos ha acompañado desde que somos homínidos?

R: De hecho, se han encontrado indicios de cáncer en osos cavernarios asiáticos, por lo que, como señala, no es un problema únicamente humano. Dicho lo cual, la respuesta corta es que no sabemos desde cuándo. La palabra «cáncer» no aparece, como digo en el libro, hasta la época de Hipócrates. Las enfermedades anteriores no sabemos si eran cáncer o no…

P: Aunque Amenhotep describió algo que creemos que era cáncer…

P: Así es. Amenhotep era un escriba del Antiguo Egipto. Escribió sobre ello en el 2500 a.C., y describe un caso llamativamente similar a un cáncer de mama. De nuevo, no estamos seguros, pero el caso es notablemente parecido al cáncer de mama.

P: Estoy dando por supuesto que al revisar antiguos registros, antiguas historias, vemos cosas que, hoy en día, decimos: ah, eso debió de ser cáncer.

R: Sin duda. En el libro hablo largo y tendido sobre ello. De hecho, a lo largo de la historia, nos encontramos una y otra vez con fascinantes descripciones de casos que nos recuerdan que la enfermedad existía mucho antes de que pudiésemos darle nombre.

P: Pero usted también dice que, durante casi toda la historia, al menos hasta el siglo XX, parece que el cáncer prácticamente se ignoró. Y escribe que es difícil encontrar referencias al cáncer antes de esa fecha. ¿Esto se debe a que la gente no entendía lo que era, o a que la preocupación por el cáncer es mucho mayor ahora que podemos vivir mucho más tiempo?

P: Eso es absolutamente cierto, en efecto. Muchos cánceres, aunque no todos, están relacionados con el envejecimiento: el cáncer de mama y el de próstata son dos ejemplos destacados. Así pues, el cáncer solo aparece cuando otras enfermedades se han eliminado. Durante los siglos XVII y XVIII, la gente se moría de viruela, de cólera y de tuberculosis. Solo una vez que esas enfermedades desaparecen, que se retira el velo de esas otras enfermedades,nos topamos realmente con el cáncer.

P: Y eso es lo que sucede ahora con el alzhéimer…

R: Es lo que pasa con muchísimas enfermedades degenerativas, enfermedades que están, en última instancia, relacionadas con el envejecimiento.

P: ¿Cuándo entró en nuestro vocabulario la palabra «cáncer»?

R: La palabra viene de los griegos, y su historia es fascinante. La etimología de la palabra procede, aparentemente, del hecho de que Hipócrates imaginaba los tumores como cangrejos: un tumor sólido como un cangrejo oculto bajo la piel, y los vasos sanguíneos que lo rodeaban como las patas del cangrejo extendidas. Este es un recordatorio de hasta qué punto la enfermedad aún está enterrada en metáforas.

P: También escribe usted que ponerle nombre a la enfermedad muchas veces es más importante que describir sus características…

R: El momento en que se le da nombre a una enfermedad es muy importante, porque nos permite, por primera vez, discriminarla de la normalidad. Es un momento en el tiempo, como aquel en que se separa el trigo de todo lo demás. Al darle nombre a una enfermedad,
y al establecerla como categoría, los patólogos pueden empezar a establecer los rasgos comunes y las diferencias. Esto es lo que pasó con el cáncer alrededor de… Como digo, el nombre es muy antiguo, pero la descripción patológica del cáncer data del siglo XVIII.

 

Fuente: A Biography of Cancer | The Leonard Lopate Show (WNYC)

El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee | Biblioteca de Por amor a la ciencia