«Bien entendidas, las matemáticas poseen no sólo la verdad, sino la suprema belleza, la belleza fría y austera [de una escultura], desprovista de los adornos de la pintura o la música»
Bertrand Russell
Con esa cita del gran filósofo y matemático británico se abre este fascinante vídeo que reúne en la pantalla, dividida en tres, las ecuaciones matemáticas que rigen diversos fenómenos de nuestra vida cotidiana, una representación de lo que está sucediendo en tiempo real, y las propias manifestaciones de esos fenómenos, como las ecuaciones de Maxwell que determinan el comportamiento de la corriente alterna que hace que luzca una bombilla y de la aguja de una brújula, las probabilidades que intervienen en una partida de backgammon, la precesión del giro de una peonza, la capacidad de aumento de una lupa, o la serie de unos y ceros que componen, a los ojos de un ordenador, esta mismísima página web que estás leyendo:
A finales del año pasado, Brian Cox recibió la prestigiosa Medalla Presidencial que otorga el Institute of Physics, en reconocimiento a su labor de «promoción de la ciencia entre el gran público y de inspiración de la próxima generación de físicos», a través de sus libros, sus programas de radio y televisión, y sus apariciones públicas.
Su discurso en la ceremonia de entrega se centró en los riesgos de la proliferación de la «mala ciencia«, y en la necesidad de continuar invirtiendo en la formación científica de la sociedad. En este breve vídeo, Brandon Fibbs reúne los mejores momentos del alegato de Cox a favor de la ciencia como uno de los pilares fundamentales de la democracia:
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Vivimos en una sociedad –como dijo siempre Carl Sagan, el gran físico y comunicador– que depende por completo de la ciencia. Que está basada en la ciencia y en la ingeniería.
Todas las grandes decisiones que nuestra democracia tendrá que tomar en las próximas décadas, y a lo largo del siglo XXI, dependen de la ciencia. Se basan en el método científico, en una noción de qué es la razón y la capacidad de llegar a conclusiones basadas en evidencias.
Y si la ciencia se presenta como una especie de Frankenstein, si se tergiversa lo que hacemos, si se venden engañosamente las maravillas de la exploración, entonces nuestras democracias tienen un problema, el mismo que tenemos si nuestra población carece de educación. Para que una democracia moderna y científica funcione como es debido, necesita que tantos ciudadanos como sea posible tengan al menos cierta idea del método científico, cuando no de los hechos en sí.
Cuando le preguntaron: «¿Por qué quiere continuar explorando?», Humphry Davy respondió: «Nada es tan peligroso para el progreso de la mente humana como suponer que nuestras ideas científicas son definitivas, que nuestros triunfos son completos, que ya no quedan misterios en la naturaleza y que no existen nuevos mundos por conquistar.”
Curiosamente, Kahneman no tiene despacho y, por no tener, no tiene ni escritorio. En su caso es rigurosamente cierto el dicho de que el saber no ocupa lugar:
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Estamos en Nueva York, en mi apartamento. Estoy jubilado, así que no tengo despacho en ningún otro sitio.
Me llamo Daniel Kahneman, y soy catedrático emérito en Princeton.
No, no tengo escritorio, llevo muchos años sin usar escritorio. No acumulo cosas, ni ideas tampoco. Si algo no funciona, simplemente paso a otra cosa.
Sí que les dedico tiempo a las ideas que parece que funcionan. Y soy perfeccionista, pero nunca he tenido una idea grandiosa, ni la intención de transformar las cosas.
Mucho de lo que he hecho se basa en la introspección y la observación informal.
Es una historia antigua, que a la gente le sorprende mucho, pero resulta que, en Estocolmo, a veces organizan una especie de audición, y yo había estado el año anterior. Y entonces fue cuando recibí la llamada. Fui a la habitación donde mi mujer estaba haciendo ejercicio y dije: «Me lo han dado». Y ella respondió: «¿Que te han dado qué?»
—¿Recibió un premio físico?
Sí, sí, se lo puedo enseñar, claro… Es curioso, porque no lo encuentro. Es muy extraño, tendré que preguntarle a mi mujer. Aparecerá. Y si no, tampoco pasa nada grave…
Me encanta el proceso. Casi siempre he trabajado con otras personas. Mi amigo y colega Amos Tversky, tanto él como yo preferíamos nuestra compañía a la de prácticamente cualquier otra persona.
Mi intención era transformar cuestiones filosóficas o generales en cuestiones más concretas sobre las personas.
El hecho de ser judío tiene su incidencia. A los judíos de la Europa del Este no se les permitía trabajar la tierra, lo cual hace que el mundo se restrinja a las personas y las palabras.
Nací en Tel Aviv, pero, cuando uno es académico, esa es prácticamente tu nacionalidad, esa otra tribu. Yo diría que la vida académica no es para todo el mundo. Y no es una cuestión de talento. Tienen que ser capaces de exagerar la importancia de lo que hacen, pues de lo contrario uno está en las trincheras, haciendo su pequeña cosita, que es su contribución a la ciencia… Debe ser capaz de ver la grandeza que hay en eso.
Si uno cree que su trabajo es insignificante, si no puede engañarse y pensar que su trabajo es importante, mejor que se busque otra carrera.
Gracias a Science Friday, el estupendo programa de divulgación científica de la radio pública estadounidense, entramos en el despacho donde Michio Kaku, físico teórico y futurista, escribe sus exitosos libros y graba sus programas de radio.
Kaku nos cuenta cómo Flash Gordon, el programa televisivo de los años cincuenta, le hizo darse cuenta de que no hacía falta ser rubio y musculoso para ser un héroe, ¡también podía hacerse científico!
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Soy el profesor Michio Kaku. Soy profesor de física teórica en la City University de Nueva York y este es mi escritorio.
Llevo unos diez años en este despacho, antes estaba justo en el de al lado.
Cuando era niño, en el salón de mi casa, dos cosas me cambiaron la vida. Primero, la muerte de Einstein. Segundo, que los sábados por la mañana ponían Flash Gordon.
Me encantaba ver Flash Gordon, porque me introdujo en un mundo nuevo de cohetes espaciales, extraterrestres, escudos de invisibilidad y ciudades en el cielo.
Lo primero que aprendí fue que yo no tenía el pelo rubio, ni los ojos azules, ni tenía músculos, así que no iba a ser Flash Gordon. Pero era el científico el que inventaba las pistolas de rayos, las naves espaciales, la ciudad en el cielo.
La ciencia era la que hacía que la serie funcionase. Así que el salón de cuando era niño se ha transformado en mi despacho actual.
Está bastante desordenado. Como creo que dijo Winston Churchill: no tiene sentido tener un escritorio limpio y ordenado, porque eso significa que no estás haciendo nada.
Estos son algunos de los premios que me han dado a lo largo de los años. Supongo que algún día debería colgarlos.
Alguien me dibujó al estilo de Star Wars. Ahí estoy con mi espada de luz Jedi… Muchas de las cosas de Star Wars son físicamente posibles, salvo que no tengo una espada de luz…
En mi libro «La física del futuro» te llevo a dentro de cien años. Han inventado el coche sin conductor. Han inventado la lentilla conectada a internet. Han inventado la fábrica de recambios humanos, donde se puede producir cualquier órgano del cuerpo. Están empezando a descifrar el proceso del envejecimiento.
Todos tendremos esta tecnología, todos viviremos más años, y todos sabremos exactamente qué sucede, porque tendremos internet en nuestra lentilla, pero no por ello seremos mucho más felices.
No me gusta cambiar nada a menos que sea realmente necesario. Si un ordenador funciona, aunque sea viejo… Si no está roto, ¿para qué cambiarlo? Pero, si entrase aquí mi hija, probablemente diría: «¡Dios mío! Parece que estoy entre dinosaurios. ¡Mira! Ahí hay un brontosaurio. Y ahí un estegosaurio…»
Pero el tiempo pasa, y me digo: bueno, básicamente lo que sucede es que soy un tipo chapado a la antigua.
Una larga tradición intelectual afirma que debido a la naturaleza animal del ser humano necesitamos que el orden nos venga impuesto desde arriba, en forma de religión. Sin ella no podríamos vivir juntos, y esa es la razón por la cual todas las sociedades humanas creen en lo sobrenatural y han desarrollado algún tipo de religión.
Esta forma de pensar, que el biólogo y primatólogo Frans de Waal denomina «teoría de las apariencias», constituye una visión fundamentalmente pesimista, según la cual «la moralidad no es más que una apariencia superficial bajo la cual se oculta nuestra desagradable naturaleza humana».
En su nuevo libro, «The Bonobo and the Atheist: In Search of Humanism Among the Primates» [«El bonobo y el ateo: en busca del humanismo entre los primates»], de Waal se opone a esta teoría, y argumenta que la moral humana es más antigua que la religión, y que se trata de hecho de una cualidad innata. En otras palabras, la religión no nos proporcionó la moral, sino que se erigió sobre un sistema moral preexistente que regía el comportamiento de nuestra especie.
«En un frío día de invierno en el zoo de Arnhem Zoo, los chimpancés salieron a la intemperie un rato y cogieron mi último libro. ¡Lo devoraron! Pero enseguida pasaron a algo mejor, como su comida.» Fuente: Frans de Waal en Facebook
El argumento que de Waal lleva años defendiendo se ve reforzado por el hecho de que varios estudios recientes comienzan a esbozar una mejor descripción del tipo de procesamiento cognitivo necesario para experimentar empatía. Resulta que la empatía no es tan compleja como se pensaba, y ese es el motivo por el que, además de los humanos, también otros animales son capaces de experimentarla. Así pues, ¿si tener un comportamiento moral es tan fácil, podemos despachar la religión definitivamente?
Ese es un experimento que aún nadie ha llevado a cabo, y que a de Waal le parece fascinante. El problema, como señala en el vídeo (con subtítulos en inglés y en español), es que, en las grandes sociedades actuales, en las que «no podemos vigilarnos los unos a los otros», necesitamos que alguien nos vigile:
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El de la religión es un asunto interesante, porque la religión es universal. Todas las sociedades humanas creen en lo sobrenatural, en todas existe algún tipo de religión. Lo cual, para los biólogos, debe significar que la religión tiene utilidad para la sociedad. De lo contrario, no tendríamos la tendencia a desarrollarla no sería tan fuerte. Para mí, esa es una cuestión mucho más interesante que la de si Dios existe o no. Yo no sé responder a una pregunta como esta. Pero la cuestión de por qué tenemos religitones es interesante. Mi opinión es que la moral humana es más antigua que la religión. De manera que, en lugar de decir que proviene de Díos, o que la religión nos hizo morales, yo afirmo con rotundidad que no es así.
Las religiones actuales tienen solo 2000 o 3000 años de antigüedad, lo cual es muy poco tiempo. Nuestra especie es mucho más antigua y me cuesta imaginar que, durante cientos de miles de años, nuestros ancestros no tuviesen algún tipo de moral. Sin duda tenían reglas de comportamiento, sobre qué es justo y qué no, seguro que se preocupaban por los demás. Todas estas tendencias ya estaban establecidas, por lo que ya tenían un sistema moral y entonces, en algún momento, desarrollamos las religiones actuales, que creo que asociamos a la moral que ya teníamos. Puede que sirviesen para codificarla, o para aplicarla, o para dirigir la moral en una dirección particular que nos pareciese preferible.
Para mí la religión viene en segundo lugar. Tengo dudas sobre si la necesitamos o no. Personalmente, creo que podemos comportarnos moralmente sin religión, porque probablemente teníamos moral mucho antes de que apareciesen las religiones actuales. Pero en las sociedades a gran escala, dondo no nos vigilamos unos a otros, en sociedades de miles o millones de personas, donde no podemos vigilarnos unos a otros, puede que creásemos las religiones para que Dios nos vigilase a todos.
La pregunta siguiente es: ¿En realidad hace falta? En el norte de Europa (yo soy holandés), en la práctica se está realizando un experimento. Allí, la mayoría de la gente ya no es religiosa. Cuando se les pregunta, se declaran no creyentes. Pero la sociedad sigue comportándose moralmente, hasta donde yo sé. Así que hay una especie de experimento en marcha allí: ¿podemos tener una sociedad donde la religión no sea dominante? Puede estar presente, pero ya no domina, y sigue existiendo una moral en la sociedad. Hasta ahora, yo diría que el experimento va bastante bien. Así que tiendo a pensar que la religión no es estrictamente necesaria. Pero no puedo estar seguro al 100%, porque nunca lo hemos probado: no existe sociedad humana en la que la religión esté ausente por completo, así que este es un experimento que no hemos hecho nunca.
Tal día como hoy, pero del año 1918, nacía en Nueva York uno de los mayores físicos del siglo XX: Richard Feynman. A su extraordinario talento científico, Feynman sumaba una capacidad única para aunar rigor y pasión al explicar la ciencia, tanto a sus alumnos en Caltech como al gran público en general. Algo en lo que coincidía con otro de los grandes comunicadores de la ciencia, Carl Sagan.
En los últimos años, Reid Gower, fotógrafo y entusiasta de la ciencia y de la exploración espacial, ha impulsado un proyecto denominado The Sagan Series, que pone hermosas y sugerentes imágenes al servicio de las palabras de Carl Sagan.
Tras los vídeos dedicados a Sagan y a su mítica serie Cosmos, Gower ha aplicado ese formato a las palabras de Richard Feynman, lo que ha dado lugar a The Feynman Series, un conjunto de cuatro (hasta la fecha) fantásticos vídeos que transmiten a la perfección el espíritu incisivo, iconoclasta y apasionado del gran Richard Feynman:
Richard Feynman: El mundo es extraño, el universo entero es muy extraño, pero si nos fijamos en los detalles descubrimos que las reglas del juego, las reglas mecánicas por las que podemos descifrar exactamente lo que va a ocurrir cuando la situación es sencilla, son simples.
Es como un juego de ajedrez: Si solo nos fijamos en una esquina del tablero, en la que no hay más que unas pocas piezas, podemos saber exactamente lo que pasará. Siempre podemos hacerlo cuando hay pocas piezas, así que sabemos que lo entendemos.
Sin embargo, en el juego real son tantas las piezas que no podemos predecir lo que va a a ocurrir. Existe una jerarquía de diferentes complejidades.
Es difícil de creer, es increíble. De hecho, la mayoría de la gente no cree que, pongamos por caso, mi comportamiento, aquí hablando sin parar, o el tuyo, asintiendo, o el de todas las demás cosas, sea resultado de un montón de átomos que obedecen reglas muy simples: se juntan y evolucionan para dar lugar a una criatura, resultado de un millón de años de evolución de la vida.
Hay tantas cosas en el mundo, tanta distancia entre las leyes fundamentales y el fenómeno final, que resulta casi increíble que la gran variedad de fenómenos que existen provenga de la aplicación continuada de unas reglas tan sencillas.
Entrevistador: Pero para encontrar esas reglas sencillas antes hay que construir el andamiaje más complejo…
Richard Feynman: Pero no es complicado. Lo que pasa es que son muchas cosas. Y si empiezas por el principio —cosa que nadie quiere hacer—, quiero decir que tú vienes ahora a entrevistarme y me preguntas sobre los descubrimientos más recientes. Pero nadie pregunta acerca de un fenómeno sencillo, ordinario, que sucede en la calle, como: “¿Qué pasa con los colores?” Podríamos tener una bonita entrevista en la que te explicaría todo lo que sé sobre los colores, sobre las alas de las mariposas…
Pero eso no te interesa. Tú lo que quieres es saber cuál el gran resultado final, y eso es complicado, porque a ese resultado se ha llegado tras aplicar durante 400 años un método muy eficaz para aprender cosas sobre el mundo.
[…]
Se trata de la curiosidad, de gente que se pregunta qué es lo que hace que las cosas se comporten como lo hacen.
Se trata de descubrir que las cosas están relacionadas: que los elementos que dan lugar al viento también forman las olas, que el movimiento del agua es como el movimiento del aire y como el movimiento de la arena. Que las cosas tienen características en común, cada vez más universales.
Queremos saber cómo funciona todo, qué es lo que hace que todo funcione. Sentimos curiosidad por saber dónde estamos, qué somos. Es mucho más emocionante descubrir que vivimos sobre una gran bola que gira en el espacio, que la mitada de nosotros vivimos cabeza abajo gracias a una fuerza misteriosa que nos atrae. Y que esta bola da vueltas alrededor de un gran globo de gas, alimentado por un fuego completamente diferente de cualquier fuego que nosotros podamos producir… Aunque ahora sí sabemos hacer ese fuego: es el fuego nuclear.
Para mucha gente esta historia es mucho más interesante que los cuentos que personas de otras épocas se inventaron sobre el universo: que vivíamos sobre el caparazón de una tortuga, o cosas de ese estilo. Eran historias maravillosas, pero la verdad es aún mucho más extraordinaria.
El placer que la física me proporciona consiste que revela una verdad extraordinaria, asombrosa… Como tanta otra gente que se dedicó a estudiar estas cosas antes que yo, tengo la enfermedad de querer entender un poquito mejor cómo funcionan las cosas.
Estamos fascinados, y esta fascinación llega a tal extremo que hemos sido capaces de convencer a gobiernos y otras instituciones para que sigan apoyándonos en la investigación de nuestro propio entorno.
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